viernes, 1 de agosto de 2014

"Me están tirando, carajo..!!." (Sargento Primero Jorge Evaristo “El Roña” Velazco) --- CUENTO ---


Lo recordaremos siempre con el respeto y la admiración que supo ganarse a lo largo de tantos años de servicio. Vivirán en nosotros como imborrables y eternos ejemplos, su bravía, su coraje sin parangón y la sencillez de sus razonamientos en pos siempre de cumplir un objetivo. Su férreo respeto por la ley, por los reglamentos y por las órdenes de sus superiores le costó muchas veces el odio y en ocasiones hasta el vacío de sus propios pares y camaradas de armas. Es que el Sargento Primero Velazco siempre privilegió el cumplimiento de su deber por sobre cualquier otro valor o necesidad.

Indiscutido referente de colegas y superiores por sus conocimientos en el terreno del combate, su figura nunca pasaba desapercibida entre los uniformados. Y no nos referimos a sus mas de 145 kilogramos repartidos muy poco uniformemente en su metro sesenta y cinco de estatura, que hacía de su cuerpo un desafío al buen gusto y a las reglas del arte de la anatomía humana. No señor. El “Roña” como le decíamos cariñosamente quienes lo admirábamos, se destacaba (además) por su personalidad, por su rudeza, por el respeto que imponía su agresiva presencia.

Muchas veces llegó a ser catalogado de corto, pero fue porque siempre supo mantenerse relacionado con todos y a la vez con ninguno. Quizás fruto del íntimo conocimiento de su razón de ser (el combate frío, despiadado), o de la responsabilidad y sentimiento con los que encaró y desarrolló, tanto su formación como su carrera militar, aprendió a no expresar sus sentimientos ni a relacionarse mas allá de lo profesional con sus pares, con sus subordinados y hasta con sus superiores.

Sus breves diálogos, sus concisas y en general secas apreciaciones, siempre estuvieron relacionados a lo estrictamente militar. Velazco entendía que por su profesión cualquiera de sus camaradas de hoy podía no serlo mañana, quizás victimas del enemigo de turno o quizás por las propias vicisitudes de la vida militar. Optó entonces por mantener distancia con todos, se inclinó por la soledad antes que brindarse a una amistad que el destino podía truncar en cualquier momento.

Quienes tuvieron la suerte de compartir con él situaciones alejadas de coyunturas adversas y pudieron verlo despojado de todo convencionalismo, se animan a afirmar que detrás de aquel duro militar habitaba sin dudas un ser humano hasta sensible y comprensivo, que comportándose de esa forma, evitaba sufrimientos mayores.

En su vasta carrera fueron numerosos y variados los destinos que le fueron asignados; a pesar de ello nunca se le escuchó una queja, jamás una disconformidad. Ya sea que estuviese destinado en la soledad del monte, en la frialdad de las montañas, o en la calidez de alguna ciudad del norte, centro, o sur de nuestro país. Todo estaba bien para “el Roña” mientras pudiese cumplir con su deber. En rigor de la verdad y si bien no era común escuchar de su boca cualquier tipo de queja, tampoco se recuerdan en él expresiones de alegría, ni tampoco de agradecimiento, o en general comentarios. Así era él: silencio; rudeza en estado puro.

Su andar cansino, la escasez de pluralidad de su vocabulario y quizás la rigidez y aspereza de su rostro, siempre acompañados por los fuertes y marcados gestos de los que se valía para dar mayor peso y vehemencia a sus órdenes, dieron en muchas ocasiones lugar a habladurías sobre una marcada tendencia en Velazco a la tristeza o a la melancolía. Atribuida innumerables veces a algún desengaño amoroso de su juventud, otros en cambio directamente a la brutalidad de su persona. Fue por eso que durante fines del 79 y parte del 80, sin él saberlo muchos de sus camaradas llegaron a llamarlo respetuosamente “el Animal”.

Recio, rígido, y quizás hasta desagradable para quienes no lo conocían íntimamente, áspero en el trato, el “Roña” supo hacerse lugar en nuestro corazón. Subalterno distante pero a la vez cercano, compañero siempre dispuesto a escuchar, superior que nunca asumió que su vida fue ejemplo de generaciones. Eso era el Roña. La esencia misma de entrega y de dedicación a la vida militar. Ordenar y cumplir órdenes. Es lo que debemos rescatar y recuperar del Sargento Primero Velazco para que su paso por la fuerza no quede en el anonimato. Mucho menos en el olvido.

Miraba a sus interlocutores con abierta y brutal desconfianza, prolongaba los silencios, parecía que intentaba permanentemente descifrar un segundo plano en la comunicación. Esto motivó que en no pocas ocasiones fuese catalogado de abstracto, de metafísico o simple y más frecuentemente de retrasado. Cuan errados estaban.

Su “latiguillo”, su frase mas conocida y repetida, y que en innumerables ocasiones era su primera y única respuesta después de varios minutos de silencio: ¿Que es lo que é? quedará por siempre en la memoria de colegas, superiores y subordinados.
Pero quienes logramos conocerlo mas allá de su coraza, sabemos de la adaptación y versatilidad de Velazco, ya que cuando él consideraba que había alcanzado una cierta confianza con un par o especialmente con un subordinado (nunca con un superior) se dirigía al mismo con un franco ¿Que cosa dice culéau?. Así, siempre de usted, tal era la distancia que él mismo imponía con quienes lo rodeaban.

Es difícil o más bien imposible olvidar la imagen de Velazco. Esa postura casi marginal, con los ojos entrecerrados, el izquierdo un poco mas que el derecho, como si el sol le molestase permanentemente. La cabeza ladeada a la izquierda, tanteándose a menudo los testículos con su mano derecha bajo la enorme bola abdominal, y la otra mano enganchada del pulgar en el cinturón “provisto”.

Ya hemos dicho que pocas veces, cuando hablaba, se le escuchaba tratar otros temas que no fueran sus obsesiones militares, y que era prácticamente imposible lograr que incluso en algún momento de descanso él, nuestro casi mítico Sargento Primero Velazco, contase alguna de sus innumerables anécdotas de fiel soldado. En ocasiones lograr que hablase era ya tarea de titanes. Y aún mas que mantuviese una conversación.

La mayoría de sus historias llegaron a nosotros a través de camaradas ocasionales que vivieron la suerte de escuchar de sus labios aquellos relatos, y que luego se transmitían de boca en boca, pasándose como legado de clase a clase, de generación a generación. Muchas de esas acciones dejaron huellas imborrables en el cuerpo del Roña.

Pero vayamos al recuerdo de “nuestro” Sargento Primero en el combate contra las profesionales tropas inglesas de la OTAN durante la guerra de Malvinas en 1982.

Aquella despejada tarde de fines de mayo se presentó con un cielo impecable, totalmente despejado y con una suave brisa que provenía del mar desde el extremo sudeste. Ese día solo se destacaban sobre el celeste profundo del firmamento de Puerto Argentino las incursiones que realizaba, a gran altura, la aviación inglesa. No había habido rastros de niebla a la madrugada, la jornada se presentaba sin nubes, un día espectacular, incluso para los viles fines de la guerra.

No había mucha actividad de la defensa antiaérea, ni en la ciudad, ni en el aeropuerto, blancos permanentes de los ataques Ingleses. El combate se efectuaba en esos momentos en el aire a suficiente distancia de nuestras posiciones y quienes pasaban a gran altura eran aviones de reconocimiento y algunos bombarderos británicos a los que nuestras armas no podían alcanzar. Por otro lado, lejanos, se oían los ecos de algunos combates terrestres. Cada tanto la tierra temblaba ante el rugir del Gran Berta (Cañón de 155mm del G A 3), con el que se atacaba desde tierra a la flota inglesa situada a varios kilómetros de Puerto Argentino, evitando su acercamiento a tierra firme.

No había en nuestra zona, y en esas horas de la tarde, fuego de hostigamiento de la artillería naval británica con la que, ya a esa altura de la guerra, nos habíamos acostumbrado a convivir, sobre todo por las noches, momento elegido por los británicos para justamente hostigar y evitar el descanso de nuestras tropas.

Teníamos muy presente que los británicos ya habían desembarcado y que avanzaban lentamente, hora tras hora hacia nuestras posiciones, a pesar de haber perdido, de acuerdo a los partes que recibíamos por la vieja, noble y resistente Thompson, innumerables aeronaves (según nuestras propias cuentas en ese momento contabilizábamos 17 aviones derribados desde tierra), y varios buques entre los que sabíamos se encontraban el Sheffield, el Ardent, el Canberra, el Coventry, el Antelope, el Atlantic Conveyor, y algunos otros que estaban averiados o fuera de combate, y por cuya destrucción o avería habíamos festejado oportunamente.

Recibíamos permanentemente alarmas de posibles ataques, que luego se desvanecían y estábamos alternando situaciones de tensión y de descanso desde las primeras horas de la madrugada. Todos pasábamos de la incertidumbre, el nerviosismo de los pozos de zorro, de las posiciones de tiro, al temporal alivio del tenso descanso en las carpas de campaña o directamente en los alrededores de las mismas trincheras que rodeaban la ciudad. La comida escaseaba, las raciones de combate, cuando llegaban (una especie de Criollitas, una lata de Paté y una manzana verde, todo en dudoso estado de conservación), eran disputadas con desesperación entre la tropa, ya que normalmente lo poco que llegaba no alcanzaba para todos.

La espera, la ansiedad, las dudas que generaba en toda la tropa la permanente amenaza, nos hacía desear entrar en acción efectiva cuanto antes. El combate nos hacía olvidar el frío, la humedad, el hambre, la falta de sueño, los dolores y las heridas propias y ajenas, los caídos, los que estaban en el hospital de campaña luchando por conservar sus vidas o lo que quedaba de ellas.

Si bien la situación era en realidad desesperante, la claridad del día y la falta de fuego enemigo sobre nuestras posiciones desde hacía algunas horas, hacían que nuestro ánimo y nuestra moral estuviesen altos a pesar de la enorme tensión con que se vivían esos momentos. En la madrugada una poderosa bomba había alcanzado y eliminado a tres de nuestros compañeros apostados a escasos metros de nuestro parapeto, y dejado fuera de combate a otros dos. También otra bomba había dispersado granadas por la zona por lo que debíamos extremar los cuidados al desplazarnos. Según nos indicó el entonces Capitán Avellaneda se trataba de armas prohibidas por la Convención de Ginebra conocidas como Belugas.

El paso de las horas y la tensión ante las incursiones enemigas, no dejaba lugar para la sangre en nuestras venas, todo era en esos momentos adrenalina. Menos para Velazco que permanecía siempre sentado alternando tranquilamente posiciones entre alguno de los tres pozos que habíamos construido para defendernos y compartíamos con el Capitán Roque Avellaneda, el Teniente César A. Pintos, el Cabo Morales, y otros cuatro soldados (Iriarte, Ordoñez, Jáuregui y Mandrafina). Yo era el quinto y hacía las veces de operador de radio después que Moreno había caído herido el martes anterior.

- Mi Capitán, confirman que el alerta de los dos Harriers es ahora amenaza directa. Se acercan por el Corredor 3 y pueden atacar. Visibles y en alcance en cuatro minutos desde Araña 2.
- ¡Todos a sus puestos!. Confirme con Araña 2 que estén listos para abrir fuego.
Soldado Iriarte ¿que son estas latas de mierda?, ¡Saque esto de acá inmediatamente y póngase en posición!.
- Entendido mi Capitán, son latas de Roast Beef que dejó el Sargento Primero Velazco. Ya las tiro, mi Capitán.
- Araña central para Araña 2, Araña central para Araña 2, Araña 2 conteste, cambio.
- Cabo ¿donde está Velazco?
- Preguntó Pintos.
- Mi Capitán, Araña 2 en línea y preparado para abrir fuego.
- Bueno, ahora a esperar a ver si les bajamos alguno mas a estos hijos de mil putas.
- Mandrafina, ¿Dónde está Velazco?
- Desconozco mi Cabo, recién estaba acá, estará en la carpa.
- ¡Búsquelo, carajo!.
- Mi Teniente, ya mandé un soldado a ver donde está Velazco.
- Este gordo, ¿Dónde mierda se metió?
- ¿Qué pasa? No griten.
- Es Velazco, mi Capitán, lo buscaba el Teniente Pintos.
- César quedate tranquilo, seguro que fue a cagar, se mandó tres latas de Roast Beef frías. –¡Morales! que un soldado vaya a las letrinas a ver si está ahí.
- ¡Mandrafina! ¡Mire por las letrinas!
- Si, mi Cabo. Se escuchó desde lejos.
- Iriarte, ¡acompáñelo!.
- Pero …..mi Cabo …….
- Vaya carajo, que se nos vienen los ingleses encima.
- Mi Capitán, los Harries salen del Corredor 3, viran hacia el este. Se alejan. Confirman el fin de la amenaza.
- Confirme con Araña 2. La puta que los reparió, ¿vienen o se van? ¡Todo el día lo mismo! Que atacan, que no atacan, que vienen, que se van.
- ¡Iriarte!, ¡Mandrafina!
- Mi Capitán, Araña 2 confirma que se van, no entraron en alcance. Los ven alejándose y ganando altura.
- ¡Parte para el Cabo Morales!
- Entren carajo, ¿lo vieron?.
- El Sargento Primero Velazco no estaba en las letrinas mi Cabo Primero.
- ¿Se fijaron bien? Y no me ascienda que soy Cabo.
- Si mi Cabo
.


Y cuando ya salíamos de los pozos con intención de relajarnos:

- Mi Capitán, Alerta Roja, otro avión pero por el corredor 1, contacto visual en quince minutos.
- Pero la puta madre, ¿de donde mierda salen estos hijos de puta? Que carguen de nuevo y esperen la orden de fuego. ¿No serán los dos putos Harries otra vez? ¿los que se iban?
- ¡Soldado Iriaaaarte!
- Ordene mi Cabo.
- ¡Vuelvan al pozo!. ¡Estén Preparados!


Luego de unos minutos en los que abundaban y se mezclaban las órdenes de alistamiento y de descanso:

- Mi Capitán el avión que viene es propia tropa. Confirman que es uno de los nuestros.
- ¿Que hace un avión nuestro por el 1? César vení conmigo un segundo afuera.
- Parte para el Teniente Pintos.
- ¿Que quiere soldado?
- El FAL mi Teniente, tiene tierra en el caño.
- ¿Usté es pelotudo?, ¿lo clavó en la tierra?, ¿Cuando lo van a entender? Al fusil lo tienen que cuidar.
- El suyo mi Teniente, es su fusil el que tiene tierra. Le avisaba antes que salga.
- Mi Capitán el avión del Corredor 1 parece que es un Dagger en estado de emergencia, ordenan un alto el fuego.
- ¿Que Alto el Fuego si todavía no disparamos? Que día de mierda…. Estos ingleses de mierda nos tienen locos. Pásele el Alto el Fuego a las posiciones, comuníquese con Araña 1, 2 y 3 y estemos atentos. Hoy nos tienen como a boludos.
- Entendido mi Capitán.
- Este es Araña Central para Araña 1, Araña 2 y Araña 3, contesten ….. Este es Araña Central…………..
- ¿Apareció Velazco? ¡Morales…., venga!.
- Mi Capitán todas las posiciones con Alto el Fuego. Informa puesto comando que es un Dagger en emergencia. Confirmado. Parece que el piloto viene a eyectarse, no puede regresar al continente.
- Bueno, por lo menos le tocó un buen día. Pero si cae al agua se va a recagar de frío. Ojalá no lo vengan siguiendo porque si no, nos van a hacer mierda. ¿Están seguros que viene solo? Chequee con Puesto Comando a ver si nos cagan a tiros.
- ¿Y Velazco? ¿Dónde se metió Velazco?
- Confirmado, viene solo. Diez minutos a la vista mi Capitán. Pero hay una alerta naranja por el corredor 3.
- César, fijáte vos cuando aparezca, salí con un soldado y avisános. Yo me quedo acá al lado de la radio. ¡Morales! que los soldados se queden en los pozos. Que estén atentos por las dudas. Vos escuchá y me avisás cualquier novedad. Nosotros nos quedamos acá.
- Entendido mi Capitán.

Quedamos así, en espera nuevamente, pendientes de otras novedades desde centro de operaciones central, sintiendo el peso de los minutos, de los segundos que parecían no pasar nunca. Todos deseábamos una nueva oportunidad de combate, a pesar de todo lo que ello podría implicar. La tensión de todo el día se sentía en el cuerpo. El celeste del cielo diáfano lastimaba nuestros ojos cansados. En esos momentos todo era silencio…… y espera, tensa espera.

La orden del alto el fuego parecía haber callado cualquier ruido en la isla y solo la brisa malvinera zumbaba suave y permanentemente en nuestros oídos. Era notable y sorprendía la sincronización, la rapidez y el rigor con que se ejecutaba la orden recibida en las distintas unidades. Aún sin tener la gran mayoría contacto radial, la orden de “a los pozos y alto el fuego” se transmitía de boca en boca, de pozo a pozo, y se cumplía a rajatabla sin cuestionamiento alguno.

Todo era espera, todo era tensión. Pocos tenían la noticia directa de lo que acontecía, todos tomaban sus posiciones y roles de combate sin saber que en pocos minutos más verían la última y difícil maniobra que ejecutaría ese valiente piloto para salvaguardar su vida, luego de alguna acción de combate realizada, y de la que su avión no había podido salir indemne.

Pocos estaban conscientes que tendrían quizás la posibilidad de convertirse en el héroe del día, al poder ir a rescatar al piloto (quizás herido), de poder acudir primero en su ayuda, de rescatarlo de las frías aguas del Atlántico Sur, o de darle los primeros auxilios al lanzarse sobre tierra.



- Mi Capitán, avión propio por el corredor 1. Contacto visual en ocho minutos.
- ¡César!, fijáte que ya viene. ¡Por la izquierda!, ¿ven algo?.
- ¡Entendido!
- ¿Y del 3? ¿Hay alguna noticia?
- Mirá, mirá ese allá arriba, está en la loma del orto, mirá como saca fotos. Ingleses de mierda. Ya ni te informan de los que pasan tan alto.
- ¿Donde mi Capitán?
- Allá arriba, a la derecha, aquel puntito, debe ser un Vulcan.
- ¿Cómo lo reconoce a esa distancia?
- Quien te dijo que lo reconozco. Que se yo. Digo que será un Vulcan. Todo el día volando, haciendo reconocimiento y nosotros no tenemos nada con que tirarles. La puta madre que los recontraparió; ojalá que este que viene les haya hecho cagar algún buque
-
Y agarrándose la entrepierna y mirando hacia arriba a aquel lejano puntito y como si pudiese escucharlo, le gritó: “Tomá, puto, sacale fotos a ésta”

El zumbido del Dagger empezó a escucharse, suave primero y cada vez mas fuerte y claro; y también irregular. Era casi el único sonido sobre las cercanías de Puerto Argentino en ese momento. Desde nuestra posición podíamos ver las cabezas, los cascos asomando de los distintos pozos, de entre las piedras, a varios centenares de metros.

Aquí y allá todos estaban atentos al ruido que se acrecentaba por la llegada del avión. La figura inconfundible, los colores marrón y verde del camuflaje de combate, el perfil como de flecha, emergió casi desde el agua misma, parecía un como si un enorme pez saltase del interior del mar austral hacia el límpido cielo. Era notable la diferencia con la negra y corva figura de los Harries piratas. Hasta el sonido era diferente. No sé si porque eran nuestros, pero nuestros aviones, incluso los pequeños Pucará cuando levantaban vuelo, pienso ahora a la distancia, parecían más puros, más nobles, más “honestos”, mas lindos.

El avión se podía decir que ya estaba casi entre nosotros, en pleno corredor aéreo, y el piloto, conocedor, balanceaba el avión a derecha e izquierda, mostrando las escarapelas celestes y blancas de sus alas, buscando seguramente el mejor momento para eyectarse.

Una imagen imborrable, que en ese momento atribuimos a la pericia de ese hombre de armas y no quizás a la imposibilidad de mantener la aeronave averiada en condiciones normales de vuelo. Toda la tropa se encontraba atónita, a la espera del desenlace de esta acción, algunos incluyéndome, pensando en poder alzarse con la gloria, con las hurras, con el reconocimiento de haber sido quien rescatase a este héroe, a este noble piloto argentino.

Todos teníamos la mirada fija hacia la izquierda, hacia el Corredor 1, todos sentíamos la tensión en la piel, esperando que no se transformase todo en una sorpresa. Todos menos Velazco que en ese momento apareció de entre las piedras, lejos de los pozos, a varias decenas de metros por el extremo opuesto de donde se ubicaban las letrinas y donde habían ido a buscarlo, inútilmente, minutos antes mis compañeros.

Pensé por un instante, celoso, que el Roña nos llevaría ventaja en el rescate por estar mas cerca de la costa. Alcancé a verlo, lejos, por detrás del Capitán. Una sombra, un movimiento mas allá de los pozos, mas de treinta metros por detrás de nosotros, hacia la derecha y hacia la costa.

Supe instintivamente que el Sargento Primero se adelantaría a todos y se ubicaría en posición de privilegio para cumplir con su deber, para ganar los metros necesarios que podían ser decisivos para definir la vida o la muerte del aquel valiente piloto al eyectarse y caer a tierra. Que nuevamente se alzaría con la gloria y sería otra vez el héroe de la jornada.

Asomó, como acomodándose el pantalón, una mano tirando hacia arriba desde el cinto, la otra haciendo de pantalla bajo el casco para evitar el reflejo del celeste profundo del cielo. Caminó unos pasos, medio inclinado, levantándose desde detrás de las rocas, sin ningún tipo de resguardo ante cualquier peligro que podía presentarse.

El resto de la tropa estaba parapetada en sus posiciones, en tensa espera. Seguramente fue su instinto el que hizo que se detenga un instante al sentir el rugir de las turbinas y la proximidad de la figura del avión que avanzaba por el corredor y que ya estaba ganando posición frente a nosotros.

No sé decir como tuvo el tiempo o cuando realizó ese acto automático, casi reflejo, instintivo de guerrero, que sin titubear, sin dudar, sin buscar el apoyo de compañeros, sin ponderar riesgo alguno, sin medir la distancia que lo separaba de la nave que comenzaba a pasar frente a él (y a nosotros) al ras del agua, “el Roña”, “nuestro” Roña, salto de entre las rocas, se irguió firme, y pistola en mano empezó a vaciar el cargador contra el ya averiado y en ese momento desprotegido Dagger.

Fueron primero dos secos y sonoros disparos que cortaron el silencio de Puerto Argentino. Y cuando aún retumbaban estos dos primeros disparos, vinieron en cadena el resto de las detonaciones que emanaron de la mano de Velazco, que arrojando la pistola al suelo disparaba ahora desenfrenado su fusil, en una secuencia interminable, hasta agotar el cargador.

Vaya a saber si fue por la tensión, por la confusión del momento o incluso ayudados por los desmedidos gritos de Velazco incentivando a disparar:

- ¡Fuego!, ….¡Fuego! ……¡Tíren, carajo! ……¡Tírenle!, ¡Tírenle a ese hijo de puta!..........que eufórico emitía el Roña, con potencia suficiente como para que lo oyesen desde el continente. La cuestión es que en decimas de segundo, las demás armas parecieron sentirse invitadas a sumarse al festival de disparos de Velazco contra el avión que irrumpía en el escenario malvinense, por la izquierda, a muy baja altura, y ya casi frente a nosotros, como recién salido del mar en la escena tensa de Puerto Argentino.

Primero fueron las detonaciones, los ecos de la pistola, seguidas de continuo por los de su fusil, ya mezclados con uno o dos fusiles que se sumaron, y luego con otros mas, y después mas pistolas, mas fusiles, y también algunos cañones manuales de 30 mm apostados a cientos de metros de nuestra posición. En un par de segundos el contagio, la euforia de disparar, la confusión de la órdenes con la realidad que se vivía (muchos casi inútilmente gritaban “¡Alto el Fuego!”), se apoderó de la mayoría de la tropa apostada, y casi todos estaban descargando sus armas contra el avión que tenían enfrente, que seguía bamboleándose, cada vez menos sincronizadamente, mostrando las escarapelas, cada vez volando mas bajo, cada vez mas averiado, cada vez con menos estabilidad, cada vez con mas llamas sobre las alas y sobre el fuselaje, cada vez con menos posibilidad de eyectarse, cada vez mas descontrolado y con mas fuego encima, cada vez con menos vida. Hasta que solo fue una bola humeante que se despedazaba contra las rocas y el agua de la costa, destruido.

El último mensaje que se escuchó por la radio de parte del piloto fue:


- "Me están tirando, carajo..!!."

Parecía una acción sincronizada, por no decir demente. En ese instante recordé cuando en los fines año solo minutos antes de las doce de la noche comienzan a oírse algunos cohetes, a verse los primeros destellos de las primeras cañitas voladoras y fuegos artificiales en el cielo, y enseguida, en cuestión de segundos, todo se contagia de explosiones de sonido, de luz y de color. Lástima que el escenario era otro. En medio de los disparos, soldados y cuadros salían de sus pozos, algunas armas humeantes, la mayoría gritaba, festejaban la destrucción de la nave, que muchos supusieron enemiga.

- Pero (dije) …. mi Capitán, era un avión nuestro……..¿que pasó?.
- Somos unos pelotudos, ...... estas cosas pasan.
- Y encima festejan……..
- Si calláte, no digas nada, mejor..... Que no se desaliente la tropa….. dejálos que festejen.


Me quedé perplejo, en silencio, observando. Nos miramos con Pintos, que parado en su posición, serio, bajó la mirada.

En los alrededores había gritos, festejos, hurras con los brazos en alto, de quienes se sabían parte de esta acción de combate.

El Roña entre ellos, saltaba eufórico y corría a abrazarse con otros soldados y colegas. En ese momento me pareció escuchar al Capitán que con la mano derecha tomándose la frente, y la otra cerrando el puño con fuerza, se alejaba de nosotros mientras decía algo de un gordo pelotudo.



(A la memoria del Cap. Gustavo Garcia Cuerva, caído en combate el 1 de Mayo de 1982)




CCH - 2007

7 comentarios:

  1. Relato espectacular, imperdible, maravillosa muestra del ser nacional, gordos, boludos y a veces eficientes (cuando no corresponde)

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    1. Cualquier parecido con la realidad ...........
      Abrazo grande Pancho (los que vivimos esa tarde desde tierra supongo entenderemos mejor el relato)

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    2. Alguien podría indicarme el lugar exacto del impacto. Llevo años intentando ubicarlo. Gracias

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  2. Alguien puede indicarme cuál es el lugar exacto del impacto. Llevo años intentando ubicarlo en un mapa. Gracias

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    1. Hola Diego, entró por el corredor aéreo que había frente a Pto Argentino. Sobre la bahía.
      Entró por el lado de Moody Brook con dirección a la zona del aeropuerto.
      Y me parece que a esa altura más o menos (la de la punta de la bahía, o la del cuartel de los RM).
      Más o menos, según me acuerdo y por desde lo con s nosotros.

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  3. Recuerdo haber leído en una revista de actualidad de la época una biografía del capitán García Cuerva; era instructor en la Escuela de Aviación Militar y acompañaba sus clases con dibujos (era un excelente dibujante). Publicaron dos de los dibujos; uno mostraba las dos manos enguantadas con los dedos abiertos y un texto que decía: " sus mejores 10 herramientas-úselas adecuadamente". El otro dibujo era un piloto sentado en la cabina del avión con las manos en la palanca(creo que es el nombre)de eyección y el texto" su vida está en sus manos...EYÉCTESE A TIEMPO". Colegas de él decían que si no se eyectó fue porque no pudo, porque no tuvo tiempo. Creo que fue porque no concebía ser "rematado" por fuego amigo, después de haber pasado mostrando sus escarapelas y notificando la emergencia...

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    1. Creo que quería salvar el avión o llegar a la zona del aeropuerto para eyectarse y que el avión de última caiga en el agua.
      No lo se

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