domingo, 21 de diciembre de 2014

Shell Shock -- Estrés de combate -- La mirada de la mil yardas

El Estrés de Combate, conocido antiguamente como Shell Shock, fué un término militar que se comenzó a usar a partir de la primera guerra mundial, para categorizar una serie de comportamientos y trastornos patológicos derivados de la lucha en el frente. El Shell Shock se consideraba una enfermedad psiquiátrica que únicamente podía ser provocada por afección del sistema nervioso del soldado expuesto a fuego enemigo durante el combate.

Un soldado afectado por Shell Shock podía ser considerado un herido, lo cual le daba derecho a pensión y licencia con honores, o solamente un enfermo, sin los derechos indicados. Para aspirar al primer caso, debía justificarse que la "lesión" había sido producto de haber estado bajo fuego enemigo. Es decir, y trivializando el tema, si la bala no pasaba cerca, el convaleciente ni cobraba ni recibía medalla, llegando incluso a ser estigmatizado como un cobarde. Muchos generales (sin diferencia de bando) interpretaban este tipo de "desorden psicológico" del Shell Shock como cobardía y falta de ardor guerrero, llegando incluso a fusilar por ello a un alto número de soldados. 



Muchos años después otro término fue utilizado para describir un síntoma muy común en los ex combatientes. Esa mirada perdida, ida, completamente alejada del entorno en el que estaban, sin fijar la vista en ningún objeto, como buscando algo muy lejano, en el horizonte. Se la definió como "La mirada de las mil yardas".

Es una vista perdida, aturdida, que se aprecia en muchos ex combatientes cuando se meten en sus pensamientos y recuerdos. No es permanente, puede surgir en medio de una conversación. Tampoco es voluntaria.

Desde un tiempo a esta parte, un nuevo término define al horror de la vivencia del combate. Se lo llama "PTSD" (Síndrome de Stress Post Traumático) y se lo aplica a cualquier situación que pueda provocar estrés.

El PTSD habla de un trauma, que abarca casos tan amplios como puede ser chocar con el auto, que te asalten, o la presión psicológica de haber rendido mal un examen. 

También se incluye en la misma categoría, el que te hayan bombardeado durante días sin parar, el que hayas estado con riesgo sostenido de muerte, el que hayas tenido en tus manos la decisión de vida o muerte de un semejante, el tener que vivir con la carga emotiva de haber matado, o con el recuerdo permanente de haber visto volar reventados en pedazos a tus compañeros, o si fuiste herido en combate, etc................ Todo califica como PTSD.

El lenguaje cambia todo, y en estos casos es “conveniente” (obvio: no es casual, ni inocente) que la sociedad le dé nombres relajados como "PTSD" a los problemas que manifiestan sus ex combatientes intentando quizás de esta forma suavizar la denominación e identificación del horror que han vivido; metiendo en una misma bolsa a sus ex soldados con otras personas que no han vivido ni de cerca la presión del combate. 
Del aquel definitorio y preciso “Shell shock” definido para situaciones de combate ........... ni noticias quedan.

El problema es que “la mirada de las mil yardas” seguirá estando ahí, inmutable a las denominaciones políticamente correctas que la sociedad utilice, y la seguiremos viendo mientras haya guerras y desde ya, mientras haya ex combatientes

Pero es mas fácil hablar de un trauma mas generalizado que de algo tan contundente y específico como es el haber estado en combate, ¿será porque es algo solamente conocido y entendido por quienes lo han vivido y a la vez tan difícil de comprender por quienes no lo han hecho? ¿O será porque ninguna sociedad está preparada para lidiar con (o quiere hacerse cargo de) las consecuencias a las que se expone a quienes se envía a combatir por ella?.

CCH (septiembre 2007)

La tregua de Navidad (o que podría pasar en los momentos de combate)

Comparto una nota de Juan Gelmann publicada en 2011 en Pagina 12, que me gustó porque muestra que puede llegar a pasar si aflora el "lado humano" en una guerra.

Una Nochebuena particular

Cesaron los tiros. Los combatientes de una trinchera comenzaron a cantar un villancico. En la trinchera de enfrente respondieron con el mismo villancico en otro idioma. Los adversarios de ambos bandos salieron a la tierra de nadie sembrada de cadáveres y confraternizaron. Sucedió el 24 de diciembre de 1914 en el frente de la Bélgica francesa donde terminó la guerra de posiciones y tuvo lugar la batalla de Flandes. A esa altura, la Gran Guerra o “la guerra que iba a terminar con todas las guerras” había cobrado decenas de miles de vidas en cuatro meses. Y el pronóstico falló.

La Historia conoce treguas desde Troya, concertadas entre los mandos enemigos para enterrar a sus muertos, rezar por la victoria, dar algún descanso a las tropas. Esta fue espontánea. La instauraron los efectivos alemanes y británicos enfrentados corriendo el riesgo de padecer sendas cortes marciales, tal vez movidos por el encuentro de la memoria de Navidades pasadas en compañía de sus familias, con la fe en Dios y la fatiga de una guerra sin sentido aparentemente provocada por el asesinato de un remoto archiduque. No se trata de un mito ni de un cuento de Navidad: ocurrió, aunque relatos, novelas, canciones y películas que nacieron de este hecho excepcional lo envolvieron luego con capas de fantasía.

Una fuente legítima de conocimiento son las cartas que los soldados, suboficiales y oficiales británicos enviaron a sus familiares y se publicaron en periódicos ingleses locales hasta que su aparición fue prohibida en 1915 (Eden.co.uk - Christian Bookshop - Christian Books, Christian Music & DVDs, Church Supplies and Gifts). Construyen una narrativa sin tapujos que deshace toda posibilidad de literatura fantástica. No hace falta. Menos de 60 metros separaban las trincheras de los contendientes en Ypres y los de un lado podían escuchar las conversaciones del otro cuando callaban los fusiles. El 24 de diciembre de 1914 un extraño silencio acompañó la caída del crepúsculo. A las 11 de la noche, los alemanes alzaron un árbol de Navidad con velas encendidas que recibió algunos tiros hasta que se oyó el “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Fue respondido enfrente con el “Silent Night”, el villancico “Noche de Paz” en otras lenguas. Y siguieron otros: “Oh, Come All Ye Faithful” y “Adeste Fideles”.

Los soldados salieron entonces de los pozos de fango en que se habían convertido las trincheras, cremaron o enterraron los restos de los caídos que llevaban semanas bajo el frío invernal, se dieron la mano en medio de la tierra de nadie –ahora de ellos–, intercambiaron cigarrillos ingleses por schnaps y caramelos alemanes y no tardaron en jugar al fútbol con una pelota de verdad aportada por un militar precavido. Los puntiagudos cascos alemanes delimitaban los arcos y no se oían cañonazos, sino gritos de “goal” y “tor”. Los Fritzs les ganaron a los Tommies 3 a 2.

“La noche pasó como en sueños”, escribió el soldado británico Henry Williamson. “Descubrimos que los del otro lado no eran bárbaros, como se nos hizo creer –declaró el escocés Alfred Anderson–, eran como nosotros.” “Nos separamos estrechándonos las manos largamente y deseándonos lo mejor”, anotó en carta a su familia Percy Jones, de la Brigada Westminster. Abundan en esas misivas la mención “soñando despierto”. Los altos mandos franceses negaron lo sucedido, pero Víctor Granier, tenor de la Opera de París, interpretó “Minuit, Chrétiens” y Walter Kirchoff, un astro de la Opera Imperial de Berlín, cantó para los ingleses.

Los jefes militares estaban presos en su indignación: la guerra debía seguir, la matanza debía seguir en aras del interés nacional de cada quien. El general sir Horace Smith-Dorrien ordenó cesar los contactos con el enemigo porque “debemos conservar nuestro espíritu de lucha para acabar con esta guerra rápidamente”. Más rápido hubiera sido ponerle fin: el armisticio se firmó cuatro años después con un saldo de diez millones de muertos y 20 millones de heridos.

El 25 a la mañana se ofició una suerte de misa por los muertos de los dos ejércitos y la confraternización continuó. Como las tropas de reemplazo de los “pacifistas” tardaban en llegar, la tregua se prolongó varios días. Los cañones inauguraron el 1915 creando un Año Nuevo inédito para casi todos. George Wilson, de la 3ª Compañía de Rifleros de Londres, escribió en su diario: “Nos separamos sabiendo que difícilmente nos volveríamos a ver”.

Los capitanes Miles Barnes y sir Iain Colquhoun, de la 1ª Compañía de Guardias Escoceses, intentaron convertir esa tregua en tradición: en la Nochebuena de 1915, efectivos británicos y alemanes sólo se mezclaron media hora en la tierra de nadie, pero durante todo el día de Navidad se sentaban en sus respectivos parapetos a la vista del enemigo sin disparar un tiro. Una Corte Marcial juzgó a los capitanes y el hecho ya no se repitió.

En un mundo que no conoce un solo día de paz desde 1939, con una guerra siempre en algún rincón del planeta, esa tregua parece una ficción. 



Nada, o todo que ver con la guerra de Malvinas, y cualquier guerra

Es decir, ¿que pasaría en el combate, (como alguien bien dijo: ese lugar donde jóvenes que no se conocen, ni tienen nada personal en contra de los otros, se matan entre sí por culpa de otros mas viejos, que si se conocen y se odian, pero son incapaces de hacerse daño) si se tomase consciencia y se pudiese reflexionar sobre lo que vendrá después de finalizada la guerra? Si se tomase el minuto de reflexión para analizar que es realmente lo que está moviendo a cada bando a matar al otro.


Esto de la tregua de navidad de 1914, da para pensar un poco en cuántas cosas cambiarían si siguiésemos realmente nuestros instintos y sentimientos, y pateásemos el tablero de vez en cuando.  

Cuán distinto sería el mundo si nos animásemos a ir cada tanto en contra "del orden establecido" cuando sabemos fehacientemente que se está actuando erróneamente, en contra de la vida.

Nos pasó a muchos soldados argentinos, cuando fuimos tomados prisioneros por los 
britts (soldados británicos), el ver que la gran mayoría de ellos no quería saber nada de estar allí, a los tiros con nosotros. Y que no había odio para con nosotros, sino respeto, y que se daban al diálogo (en un duro y confuso spanglish) y que se preocupaban por saber cosas de uno, compartite un alimento, o simplemente darte una mano

Algo muy raro considerando que un par de días antes estábamos matándonos unos a otros, pero que muestra que en el fondo, en el frente de batalla, nada es tan distinto de uno u otro lado (hablo de lo que se siente, piensa, vive como ser humano, como persona).




CCH  (diciembre 2004)