jueves, 15 de enero de 2015

La identidad: una gran víctima de la guerra.

Cuando se está en combate, en el frente de batalla (si bien uno no lo analiza en ese momento) se sabe internamente, o se siente, en los pocos momentos en que uno analiza la situación “más allá de uno mismo”, que cada bomba que cae, que cada muerto que uno se “carga”, que cada compañero que cae a nuestro lado, cada víscera o fragmento de ellos que uno pisa y (si se puede) se enterrará luego, aleja cada vez más al “soldado que combate” de aquella “persona” que se era antes en la "vida civil", cuando no se estaba en la guerra.

Cada día de batalla, cada acto desesperado que se realiza, cada conducta “anormal” que se asume ante las situaciones “anormales” que se deben enfrentar (así como las modificaciones en los valores y principios que se tenían y se defendían antes de estar en combate), van distanciando además al “soldado combatiente” de aquellos seres queridos que esperan ansiosos el regreso a casa de aquella persona que recuerdan partió un día a combatir en la guerra.

En la guerra, en el combate armado, hay demasiadas oportunidades en las que uno no se reconoce. Muchas situaciones en las que uno se ve envuelto y en las que nos descubrimos reaccionando como completos extraños. Nos descubrimos "convertidos" en algo muy distinto de lo que éramos. Personas diferentes a las que nuestros afectos esperarían ver cuando uno regrese.

Inconscientemente esa vivencia, ese saber que se está dejando de ser quien se era; el temor o la angustia de ese cambio de identidad no deseado (como así también la desconfianza de no saber si al regresar se será reconocido y aceptado, por aquellos que esperan el regreso “de quien fue a la guerra”), crea fuertes lazos de unidad en la “hermandad” de los combatientes. Todos pasamos por lo mismo.

En esos momentos no se está seguro de quién se es, ni se cuestiona. Se actúa por instinto.
En "ese" momento poco importa la identidad de cada uno. Ante la amenaza y el ataque, vale más la "identidad", la "integridad" del grupo, que la de uno mismo.


Desde luego que está en riesgo la vida y eso "tapa" todo. Pero en un plano más inconsciente, lo que está en riesgo en el caso de sobrevivir, es la integridad, la esencia, la “identidad” de la persona que se era (y también se está gestando quien se será después de la guerra).

Las vivencias de combate alejan a la persona de su esencia, y poco a poco, día tras día la van convirtiendo en otra cosa, en otra persona. 

Nadie regresa de una guerra. Se vuelve de una guerra siendo otro, muy distinto al que se era.

Y al volver de la guerra no siempre estos temas se disipan y todo se aclara y se termina. Al contrario.

Al regresar de la guerra lo ideal sería retomar aquel rol que se tenía antes de la misma (o buscar un nuevo rol con el que uno pueda identificarse y sentirse reconocido). 
Imposible.
Eso no sucede, pues a la confusión de identidad que genera el combate en la persona, se le suma luego la respuesta de la sociedad; que contribuye a esa crisis de personalidad cuando define e identifica a quien regresa del combate desde un rol que ya no existe ni tiene sentido: lo llama “ex combatiente”.
Lo define e identifica por lo que era y no por lo que es, no dándole cabida en el “hoy”.
O como “veterano de guerra”, rol de poca o nula actividad en cuanto a la re inserción social del individuo.


Eso aísla a la persona y no le permite verse identificado con quién se era, o con ese nuevo rol que quisiera desarrollar y que le permita desempeñar una actividad normal dentro de la sociedad. Y tampoco le permite alejarse de esa función (ese rol de guerra) en la cual era difícil identificarse.

A su vez, el propio grupo de camaradas de guerra, que también vive esa misma situación (¿de marginalidad?), sigue identificando a su colega, por el rol de combate que desempeñaba, ya que es el rol con que se conocieron e identificaron en el combate.


De esa manera la persona queda acorralada en ese rol que tuvo en la guerra, haciéndose muy difícil asumir y demostrar quien se quiere ser.

Quizás sea ese el motivo por el que los soldados que regresan de la batalla, tienden a ocultar el haber estado en combate, y guardan silencio respecto a lo vivido. Es necesario “cortar” con ese rol que ya no sirve en la sociedad y que no representa a la esencia de esa persona

Está en juego la identidad.  Hay un riesgo muy grande de quedar “pegado” (de "ser tragado") por esa función temporal que uno desempeñó. Hay un riesgo muy grande de quedar “transformado” en esa otra cosa que se fué durante los combates. Ese "alguien" tan distinto a uno.

Se necesitaron muchos años en Argentina para que quienes estuvimos en combate pudiésemos volver a hablar del tema Malvinas.
Nos tomamos unos años. 
No fue por vergüenza, no fue por indiferencia, no fue por haber perdido esa guerra, no fue por “estar mal de la cabeza” como muchas veces se dijo. 
Fue por un tema de supervivencia, por la necesidad de sacar a flote esa identidad que cada uno quiso o eligió tener.

Optamos, en muchos casos, por el silencio para no ser condicionados por todos los dedos y etiquetas con que nos señalaban a quienes estuvimos en combate. Para no ser identificados en el presente con un rol que no tiene aplicación práctica en la sociedad.

Los "veteranos de guerra", no somos héroes, ni víctimas, ni sobrevivientes, … somos personas que tuvimos que pasar por una experiencia extrema, tremenda, porque la situación del país así nos lo exigió en un determinado momento.

Nosotros combatimos por nuestro país y lo hicimos con honor, con responsabilidad, con lo que sabíamos y podíamos hacer. Conocimos el miedo desde luego, pero no optamos por la traición. Estamos orgullosos de haberlo hecho. Está muy bien tenerlo presente, recordarlo, reconocerlo. Pero eso es algo que hicimos hace mucho. 

Los veteranos de guerra de Malvinas, no somos "solo eso" que fuimos. Hoy podemos, y queremos, ser y hacer otras cosas, recordando lo hecho con honor, con orgullo, pero haciendo y siendo hoy algo distinto a nuestro rol de combate de ayer.


CCH2007  (Abril 2001)

2 comentarios:

  1. Como todo texto tuyo, este texto es un disparador importante, en especial para un hermano de combate como somos vos y yo. No puedo evitar el intercambio de ideas con vos. Alimenta mi espíritu, espero tener un efecto similar en vos.
    Describís un alejamiento de su propia esencia, por parte del hombre que está en combate. No creo que uno se aleje de su esencia, si no que su esencia se adapta a la situación vivida en un determinado momento y expresa esa esencia con otros parámetros, otros límites. Esos límites dependen del impacto de la situación del entorno y circunstancia, de la gravedad de los hechos vividos.
    La esencia del hombre no se aleja de él, se adapta a lo que el instinto básico, ancestral, fundamental, visceral e imprescindible para la continuidad de la especie que es el instinto de supervivencia, quien dicta o aconseja la conducta a seguir..
    Sucede que los mecanismos de supervivencia que se disparan en la situación de combate son tan fuertes que son difíciles de disipar por el solo cambio de escenario de Guerra a la paz. El alerta se mantiene y es un proceso que se arraiga en uno y es difícil soltarlo por más que el tiempo transcurra.
    Es cierto que nadie regresa de una guerra, entre otras cosas por la aplicación de mecanismos de defensa que surgen durante el combate. Sucede que es tan elemental la necesidad de aplicar rutinas, procedimientos rudos, violentos y eficaces que cuesta disiparlos. Son muy difíciles de dosificar.
    ¿Quién puede decir que los mecanismos de alerta o las reacciones ante un peligro inminente son inútiles frente a otras situaciones como, por ej., la de inseguridad que se vive actualmente? Somos esencialmente primitivos y ponemos nuestro sistema límbico a trabajar al 120%
    No somos los mismos que nos fuimos pero no creo que sea así solo por una situación de combate. El punto en cuestión es la proximidad de la parca, de la muerte tan cerca nuestro y tener la posibilidad de reaccionar frente a su acoso intenso, intermitente y frecuente.
    También un viaje largo alejado de nuestro entorno, el contacto prolongado con otra gente, con otras experiencias, otras filosofías nos modifica. No en la profundidad que genera el combate que tiene la particularidad, como otras situaciones límites, de mostrar toda la esencia de cada hombre en su profundidad. Todas las virtudes y todas las miserias. Se es en esencia bueno o malo y aunque la conducta que tengamos parezca que nos aleja de nuestra esencia, solo la expresa de otro modo y con otras herramientas. Es la diferencia entre quien enfrentó la situación de combate y quien renegó de cumplir con su deber.
    No creo que no estemos seguros de quienes somos. Creo que no estamos seguros de como vamos a actuar porque el combate nos modificó el sistema límbico, el sistema que reacciona por las emociones.
    Yo sé quien soy, sé muchas veces como quisiera reaccionar en función de mis emociones y tengo la racionalidad que me pone una contención a ese mi hombre primitivo, mi esencia que se educa, se controla y se dirige a una conducta aceptable por el resto de la sociedad y acorde a las normas de convivencia que existe para ese entorno, ese escenario.
    Somos como somos y nos adaptamos a las circunstancias. El hombre y su circunstancia. De algunos cambios de circunstancia nos adaptamos fácil, de otros, regresar cuesta mucho. El combate forma parte de estos últimos.
    Abrazo.

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    1. Pancho, un gustazo leerlo como siempre, era más un divague, un disparador, pero …… es un “vicio” esto del ida y vuelta cuando de “sus líneas” se trata.

      Es real lo que decís, todos cambiamos, y es una suerte que así sea. El universo cambia a cada segundo, quien somos nosotros para no cambiar.

      La idea (que mi acotado lenguaje no me permitió expresar mejor), era que las decisiones y actitudes que se deben tomar y realizar en un situación límite como es el combate armado, no siempre están en línea con esa esencia, con esos valores y principios que uno tenía definidos y con los cuales se sentía identificado (muchas veces están enfrentadas e igual las tomás), y a que “permanecer” o seguir insistiendo en mayor o menor grado, o en defender o exaltar esas actitudes, te terminan “corriendo el eje” de lo que creías.

      De movida “matar”, por poner un ejemplo. Hay varias formas “políticamente” correctas de justificar esas muertes o lesiones que uno provoca (que la defensa, que el riesgo de la propia muerte, que lo que se quiera) que en definitiva sirven para mantener el negocio de la guerra y los intereses políticos de gobiernos y estados, conteniendo al que estuvo expuesto a semejante experiencia, y tranquilizando la conciencia de quienes lo enviaron a ella. Pero desde lo personal, no siempre ayudan. Seguramente eran acciones que se hubiesen condenado, negado o rechazado en otras circunstancias y ni se habrían imaginado realizar.

      Ahí era a donde le apuntaba con “desconocerse”.

      El tema en definitiva es no “permanecer”, es “cortar” con eso que “te saca”... y volver al centro. Luego surgió lo del entorno que inconscientemente te lleva de nuevo con etiquetas y actitudes a “sacarte del centro.”

      Me vienen estas cosas a la cabeza, se me da por pensar en estas cosas cuando veo por ejemplo a los siguen hoy vistiéndose "de combate". Algo pasa o pasó con la identidad.

      Abrazo

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