jueves, 12 de febrero de 2015

El verdadero desafío comienza al regresar a casa

Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”
Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común, etc., etc. 
Es lo aceptado, es el mensaje con el que crecemos y nos criamos. 
Y ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas y empuñamos un arma -como mandato y- en representación de toda una sociedad que vivaba y apoyaba la guerra.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general pasa por controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la "nobleza" de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad, y en la "honorabilidad" y el "orgullo" que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. 
Es decir está centrado en la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre, a la persona, al ser humano. 
Se defiende la herramienta política, y por tal motivo, no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates
Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto. No "conviene ".
Se va a la guerra en defensa de esos intereses “nacionales”, “soberanos”; asumiendo un “mandato” que la sociedad delega en el combatiente para que la represente en el combate. 
Pero una vez en combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Y pueden suceder dos cosas, que uno muera en combate o que sobreviva al mismo.
Para quienes pierden su vida en combate, la sociedad, tiene reservado el título de “Héroes”. 
Lo que tampoco se dice, es que no se muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere en combate como un perro (con perdón de los perros).



La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma primero que nada en cadáver. 
Es luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese caído, y si continúa con la búsqueda de aquel objetivo) la que define e identifica como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte
Esas personas –y sus familias- merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, pero tampoco esperando la muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”. Lo que no siempre es del todo bueno o inocente, por más que la intención muchas veces lo sea.



El ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, pero estas experiencias no están contempladas o previstas dentro del cuadro de respuestas normales -o predecibles- para las que el individuo está preparado. 
Es lógico o entendible entonces que su reacción, su comportamiento, tampoco sea normal, ni predecible.

Recibir ataques de bombardeos y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma duradera, sobrepasa los mecanismos de reacción de las personas
La experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, y la necesidad de matar a un semejante, deja huellas profundas en las personas, mas allá de lo físico.
Los comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante un conflicto armado, generando una sobretensión y una sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada persona/soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido; escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten. Y nuevamente deberá volver a reacomodar esa escala al regresar a la vida civil. Lo que no siempre es fácil.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción, sus emociones son diferentes, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada
Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde ambas partes (la persona deberá hacer su tarea y el entorno/la sociedad la suya). 
Esa tarea no es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. 
Y poder llevarla a cabo con éxito o no, dependerá de las reacciones personales de la persona, pero también - y a veces en mayor grado- de las del entorno.
Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (secuelas o daños psiquicos o físicos originados en el combate). 
Pero en muchos otros casos, esta limitación se debe mayormente a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión, a la reacción, a los prejuicios de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse en ella luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse en sociedad luego de la guerra, muchas personas perciben que perdieron el rol que desarrollaban antes del combate armado, sienten que no encajan en las actividades que realizaban -y con las cuales se los identificaba y se hallaban ellos identificados-. Y la mayoría de las veces sucede porque a su regreso, se los etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y “lugares”.
Esta denominación en muchos casos los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de los integrantes de esa sociedad por la que un tiempo atrás fueron a la guerra.
Con estas etiquetas no es posible una re inserción plena, ya que lo que provocan es un  encasillamiento de la persona en un rol distinto al que tenían, colocando a la persona en un rol pasivo que los identifica con una actividad que pertenece al pasado, y que fuera del campo de batalla, no tiene mucho lugar de aplicación en la civilidad.
Se les asigna un título que los deja afuera de los roles sociales productivos, se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo tiene sentido para contar o relatar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) pero que no sirve para ninguna actividad del presente, salvo para ser tenida como antecedente -o referencia- en alguna de las fuerzas armadas, ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad, junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad para la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al no poder retomar por un lado su antiguo lugar en la sociedad, y por otro al quedar encasillado por los demás, con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, y limitan su círculo social con otros compañeros que hayan estado en su misma situación. 
Viven lo que debiera ser su reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío. 
Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que ya no desempeñan.
Muchos ex soldados al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar, se terminan identificando -recluyendo- con esa definición que se les propone, y quedan así atrapadas en su antiguo rol de combate, en su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil.
Se aferran a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y la lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se visten como soldados en la civilidad y se cuelgan sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los margina.
No se logra así su reinserción. (O se logra en parte asumiendo un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado en los desfiles militares para quienes regresan de un combate).
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresamos de la guerra, con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social
Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra le cerró sus puertas en la cara, ya que al haber sido civiles bajo bandera, no eran personal de las mismas, no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad nos ignoró.
No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado
Se evitó el tema, se nos escondió, se nos evitó, se desplegó durante los largos primeros años de posguerra, un manto de silencio (y de olvido). 
Se nos negó la posibilidad a los ex-soldados de contar nuestras vivencias, nuestros temores, nuestras furias, nuestros dolores y frustraciones, nuestras necesidades, cortando así la posibilidad de aliviar la tensión compartiendo y dando a conocer nuestra situación, y lo actuado en combate en representación de esa sociedad civil, que nos apoyaba en marzo del 82 entre vítores y aplausos. 
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba.
Y por eso hoy, a casi 30 años de la guerra de Malvinas, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. (roles que desde luego generan orgullo de haberlos podido desempeñar en aquel momento. Pero muchas de esas personas hoy no debieran ser solamente “Veteranos de Guerra”, viviendo de una pensión y esperando que se acuerden de ellos en la fecha del desfile de rigor. 
Debieran tener y ser identificados con  otros roles. Ser -además de "veteranos"- carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, comerciantes, ingenieros, martilleros, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran también poder ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex”, es algo que puede surgir y ser útil en alguna conversación; una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada. Algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico. Pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar -además del combate-, las etiquetas y el aislamiento que la sociedad se reserva para aquellos que tienen la suerte de volver con vida a casa (y quieren ser algo parecido a lo que eran -o a aquello que tenían pensado ser- antes de ir a la guerra).
CCH. (junio 2012)

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