La Guerra de Malvinas en ocho momentos, en ocho fechas


2 de Abril de 1982 -- Recuperación de las Islas



El 1 de Abril del 82 a la tarde, por primera -y única- vez durante mi Servicio Militar Obligatorio (o "Colimba"), me había "fugado" del cuartel.
Era soldado de la batería comando del GADA 601, desde marzo de 1981 y ya estaban por darnos la baja a los últimos soldados de la clase 62 (yo era clase 61 pero había pedido prórroga para terminar mis estudios secundarios).

Si bien tenía permiso “verbal” del jefe de la unidad (el teniente coronel Arias) para irme de franco por haber trabajado durante la noche anterior para terminar una presentación que él debía hacer ese 2 de abril; el resto de los jefes intermedios, y solo por ese “ánimo militar” de hacer sufrir al soldado, me negaban la salida. 
Así que esperé –a mi criterio- un tiempo prudencial, durante el cual intenté y  solicité -sin éxito- varias veces a distintos oficiales me firmasen la orden de salida del cuartel, pero ante la negativa constante y el tiempo que inexorablemente corría y corría, simplemente agarré mis cosas, y me fui.
Viajé (colado desde luego) en el tren Roca desde Mar del Plata a Constitución, y entre idas y vueltas por las demoras para salir, y la salida del tren, llegué a mi casa muy tarde sobre la medianoche. Ingresé y me fui a dormir directamente sin despertar a mis padres.

Mi 2 de Abril del 82, comenzó muy temprano cuando me despertó mi “vieja” llorando a los pies de mi cama, y agradeciendo a Dios que me "habían dejado salir" del cuartel.
Mi padre estaba más atrás de pie, en la puerta de mi habitación, sin decir nada, y con una inocultable cara de preocupación y ojos llorosos.



Yo no entendía nada.
Pensé en la posibilidad que la Policía Militar me hubiese venido a buscar por haberme "fugado", y sin comprender que era lo que estaba sucediendo, medio dormido, pregunté varias veces “que pasaba”, ...... ninguno de mis padres me respondía.

Entre las lágrimas de mi vieja, mi papá, creyendo informarme, me dijo a secas y a media voz "Tomaron las Malvinas” (así en “tercera persona del plural”).
Se hizo un silencio. Yo no comprendía que significaba eso.


Entre lo dormido que estaba, y la escena incomprensible que estaba viviendo, no entendía nada, no comprendía “quienes” podían o habían tomado las Islas Malvinas: ..... los chilenos,  .......los rusos, ..n No se me ocurría en ese momento que podía estar pasando, ni por asomo sospeché que Argentina hubiese dado ese paso.

Pregunté incorporándome, “¿quién, tomó Malvinas?”, “no entiendo ¿qué pasa?” ya un poco más nervioso.

Mi madre dijo: “entonces no sabés nada, .....no te dijeron nada” (lo cual me puso más nervioso, aún), hizo un silencio y agregó: “el ejército, …. recuperamos las Malvinas .... lo están diciendo por la radio y la televisión”.

Sentí como si me hubiesen tirado un enorme baldazo de agua helada, una especie de mareo. Quería sin éxito acomodar las ideas, no entendía si esto era real o no. 
No entendía nada. Quería, pero no lo podía creer.
Sobrevinieron una serie y mezcla de sensaciones, que en ningún caso eran de felicidad o alegría, más vale algo así como un vacío en el estómago y la sensación de caer por un precipicio sin fin. 
Me terminé de parar y pase entre mis padres directo al baño a lavarme la cara. 

Sabía que mi baja del Servicio Militar Obligatorio estaba prevista para el 14 de abril. Solo faltaban unos pocos días. Era 2 de Abril. No podía tener esa “suerte”.

Ya había aprobado el examen de ingreso a la universidad y esperaba la baja para reincorporarme a la vida “civil”, dejar de lado la estupidez de ese año perdido en un cuartel........ir a la facultad, tratar de conseguir un trabajo (que un conocido me había mencionado podría llegarse a dar a principios de Mayo), volver a juntarme con los amigos, ir a la cancha, etc. Nada del otro mundo.
Y tuve la sensación de que todos, todos, absolutamente todos, mis planes y sueños se desdibujaban y desaparecían en esos segundos.

Mi primer reacción fue putear, y puteé como loco, luego de levantarme, puteé, recontra puteé, y recontrarequeteremilreputeé a Galtieri, a la junta, a los ingleses, a la gente que vivaba en la plaza, a los periodistas que decían cualquier cosa, y alguno que otro más. La puteada (una de las mas largas de mi vida)  empezó tempranito y ya para las tres, cuatro de la tarde fué amainando.

Mientras puteaba y trataba de poner orden a las ideas, por televisión y por radio, veía y escuchaba como miles y miles de argentinos apoyaban la toma de Malvinas. Dirigientes de todo tipo, periodistas, la gente en la calle, todo era Malvinas.

Sabía internamente (pero me resistía a aceptarlo) que mi destino estaba sellado: era soldado (viejo), estaba en defensa aérea, en la unidad más moderna del ejército: iba a ir a Malvinas sin lugar a dudas. 

La baja y mi regreso a la vida “civil”, se perdían en la nebulosa, y quedaban muy, muy, muy lejos.

Por un lado comprendía que era una locura lo que se avecinaba en mi vida, y dudaba de mi preparación para afrontar semejante hecho; pero aceptaba que sin dudas yo iba a estar en el medio de sea lo que fuese, se avecinaba. 
Veía la reacción que Malvinas provocaba en la gente, semejante apoyo, y me daba cierta alegría, cierta fortaleza. Pero no podía dejar de pensar el hecho desde “lo militar” de la reacción de Inglaterra y la casi segura confrontación bélica que se avecinaba; y no entendía como tanta gente apoyaba una guerra con Inglaterra sin plantear las consecuencias que tendría.

Miles de ideas iban y venían por mi cabeza, tratando de ver la situación positivamente e incluso bromeando con ella para sacarle peso. Llamadas de la familia para conocer mi condición, vecinos, amigos sumaban caos a la casa. Ver la angustia que sentían -mi vieja sobre todo-, pensar en cómo todos mis planes se iban a la basura, me produjo un extraño malestar, una sensación de desamparo. Seguramente angustia. Pensé en volver ese mismo día la cuartel, temía que los milicos me encarcelaran por ser desertor en tiempos de guerra y me tildaran de traición a la patria, en esos momentos: calabozo de por vida.

Traté de calmarme y  calmar a mis viejos. Y viendo las reacciones de la gente, pensé y sentí durante todo ese fin de semana que realmente Malvinas movilizaba a la sociedad, que Malvinas realmente era una cuestión nacional, que Malvinas era un sentimiento tan fuerte que generaba una auténtica y justificada cohesión social, que Malvinas transformaría a la sociedad y al país, y que entonces estaba bueno ser parte de todo eso.
Pensé entonces que el destino me tenía guardada esta "sorpresa" de tener el privilegio de "poder escribir aunque sea una coma" en esta página de historia que se estaba escribiendo. Seguramente estaba tratando de justificar y darle algún sentido a semejante locura. 

Pero esta visión terminó por convencerme, de aceptar y "digerir" la jugarreta que el destino tenía reservada para mí ese 2 de Abril.

Así que, aspiré hondo, fui apretando los dientes, y asumiendo la responsabilidad que me cabía como soldado (y que como argentino) tenía en ese momento. 

Fuí aceptando que iba a ser parte de un hecho histórico, que iba a ser parte de la historia del país, y me propuse poner lo mejor de mí, sea lo que fuese que se avecinase y sea lo que fuese que me tocase realizar.

"Tragué el sapo" y me prometí ponerle el hombro a la situación, con lo que pudiese. Traté desde luego de dar fuerza y quitarle peso a mis viejos, mostrando una entereza que muy dentro mío estaba sembrada de dudas.

Luego vino lo que vino y pasó lo que pasó.

El lunes (5 de Abril), volví al cuartel, mi “fuga” no había pasado desapercibida y me esperaba un castigo y calabozo, pero por Malvinas quedaba “sin efecto” (solo tuve que realizar varios ejercicios físicos como “pena”). Durante esa semana todos los trabajos de "Operaciones" pasaron por elaborar  planos, carpetas, registros, de las zonas de Malvinas en las que se preveía íbamos a dar defensa aérea, y desde luego información y reproducción para nuestro  reconocimiento e identificación de la flota aérea de los ingleses (aviones, helicópteros, etc.).

El otro fin de semana (10 y 11 de abril) y ya sabiendo que nuestro destino era Malvinas, nos dejaron volver a casa para despedirnos de la familia. 

De esos días solo recuerdo la partida de mi casa ese domingo: Mis viejos querían venir a la estación Constitución a despedirme, les rogué que no, que se quedasen en casa, no iba a ser un momento "fácil". A ellos les había jurado que iríamos a dar defensa aérea a Bahía Blanca o como mucho a Comodoro Rivadavia sabiendo ya que nuestro destino era Malvinas (cosa que desde luego no creyeron, pero en la sana y doble hipocresía del momento no objetaron).

Así que me fui solo a tomar el colectivo 51 hasta Hipolito  Yrigoyen, para llegar a Constitución y tomar desde allí el tren a Mar del Plata. Recuerdo que el chofer me cobró el boleto a pesar de estar vestido de soldado y que internamente pensé que ese podía ser el último boleto que sacase, y el último viaje en colectivo. 

Luego ya en Constitución recuerdo ver a los soldados, subidos al tren, asomados por las ventanillas, golpeando los vagones y coreando el famoso "los vamo'a reventá, los vamo'a reventá" y pensé, o estaba casi seguro, (y así lo comentamos con mi amigo y compañero Sergio Rodriguez Saa) que no teníamos verdadera conciencia de lo que se venía.

Pero estábamos en el baile y teníamos que bailar.




1º de Mayo de 1982 -- Bautismo de Fuego




El 16 de Abril de 1982 llegué a Malvinas con mi grupo (el de Artillería de Defensa Antiaérea 601) y hasta aquella madrugada del 1° de Mayo, vivimos en lo que se podría llamar una "tensa calma"



No hubo en esos días una preparación “intensa de combate” o siquiera “prácticas diarias de tiro”
.  Los días transcurrían con diversas tareas de alistamiento, preparación y mejora de las trincheras o pozos de zorro.

Recuerdo que cambiamos un par de veces de ubicación, siempre por las afueras de Puerto Argentino,  haciendo en cada sitio parapetos de protección y resistencia para cuando llegase el momento del combate (si es que llegaba).
Como durante el servicio militar, allí también se estaba mucho tiempo sin realizar actividades en las que ocupar la cabeza, y por lo tanto, las especulaciones de toda índole y tenor estaban a la orden del día. Ligadas todas, desde luego, a las derivaciones e implicancias que se generarían con la recuperación de las Islas Malvinas, concretamente al inicio de una guerra armada en las islas con la venida de los ingleses.

Los planteos cubrían un gran abanico de opciones:
Desde las más livianas e ilusorias: 
"Los ingleses no van a venir", ……"La diplomacia resolverá el conflicto", ……"Esto no llega o no pasa a mayores", ……"Si llegamos al enfrentamiento será por una semana y luego se negocia" …… "Están pidiendo al Papa que intervenga para que no pase nada"......

Pasando por las catastróficas: 
“Los ingleses traen misiles atómicos y acá terminamos como en Hiroshima”, …… “Vienen con submarinos atómicos para atacar Buenos Aires y no va a quedar ni el obelisco”, ……”Se nos viene la OTAN encima así que mejor cuidemos lo que hacemos” …… "Los chilenos aprovecharán si entramos en combate en Malvinas para invadir y quedarse con toda la patagonia"...........

Las desbordantes de confianza o esperanza: 
“Ni bien pongan un pie en las islas los matamos a todos” …… “Los ingleses no necesitan las islas y no quieren pelear”, ……”No hay forma de que nos ganen porque estamos en ventaja numérica”, ……"Nosotros estamos esperando y en tierra firme y ellos van a tener que combatir desde los barcos".......
 
O las de máxima: 
"Si los EEUU apoyan a Inglaterra, a nosotros nos apoyan los Rusos y se arma la tercera guerra mundial", …… "Brasil no los va a dejar pasar por sus costas y se suma a una escalada bélica", …… “Si los ingleses atacan, salta toda Latinoamérica a apoyarnos”;,………….

En fin, corrían rumores de todo tipo, y en general se estaba de buen ánimo y se hacían permanentemente bromas con la situación. Los días pasaban sin mayores sobresaltos, día a día llegaban nuevas unidades y tropas, y las islas parecían un gran cuartel militar: hacia donde uno mirase, se veía movimiento de tropas, helicópteros, armamentos y vehículos desplazándose de un lado a otro, y soldados preparando y reforzando las posiciones y los pozos pensando en facilitar con ellas nuestro ataque, y nuestra defensa o protección ante una ofensiva británica. 

Esa madrugada del 1° de Mayo me encontró de guardia en las afueras de Puerto Argentino. 

Para nosotros (que para ese entonces éramos “soldados viejos” con ya más de un año de servicio militar) hacer guardia era algo "relajado", ya que hacía varios días en los que “no pasaba nada, de nada”. 

Eso nos daba tranquilidad y por ejemplo aprovechábamos para juntarnos con algún otro soldado cercano -también de guardia-, demorando nuestras "rondas de vigilancia" en puntos comunes y protegidos del viento helado malvinense y del hostil clima isleño, en donde poder tomarnos un corto tiempo para charlar de cualquier tema alejado del ámbito militar en el que estábamos inmersos y bromear para pasar mejor la guardia esperando que los minutos pasen lo más rápido posible. Y compartir a escondidas algún cigarrillo, o alimento (pan, galletita, chocolate en el mejor de los casos).

En esa situación estábamos con mi ex compañero Gustavo Risso en cercanía de las últimas casas de la ciudad hacia el lado de Moody Brook que en esos momentos era la zona donde estábamos "afincados".  Aún no despuntaban las primeras luces de ese primero de Mayo. Los fusiles (FAL) apoyados lejos a un costado para que no molesten. Los cascos sueltos sobre el pasamontañas, hablando de música, intentando hacer mas corta la espera para que finalice nuestro turno, y volver a cobijarnos del frío de la noche o madrugada de Malvinas. 

En un determinado momento, vi a lo lejos iluminarse el cielo entre nubes grises por la zona del aeropuerto, del otro lado de la ciudad. Fue como un resplandor lejano, rojizo. El primer pensamiento y comentario fue: “Uhh parece que hoy llueve de nuevo” (pensando que se trataba de un relámpago), y en ese mismo momento, escuchamos el ruido como de trueno, y tembló el suelo de Malvinas. Y al instante nuevamente lo mismo.

Nos miramos, sorprendidos, no quedaban dudas de que se trataba del primer bombardeo inglés.  
Sin mediar palabras, ambos corrimos a buscar nuestros cascos y fusiles, mientras gritábamos para despertar al resto del grupo que dormía, avisando que el ataque y la guerra habían comenzado.

En esos segundos, minutos, primeras horas que siguieron todo fue muy confuso, se escuchaban otras explosiones, las primeras reacciones de nuestra artillería respondiendo al ataque inglés, gritos y corridas a los pozos de otros grupos cercanos, oficiales y suboficiales despertándose y dando ordenes de todo tipo. 

Era una mezcla extraña de sensaciones. Por un lado la sorpresa, la conmoción, la euforia de tener que entrar en combate para defender nuestro territorio y probar nuestro desempeño como soldados en una situación nunca vivida (jamás imaginada en realidad un par de semanas atrás). 

Por otro la angustia de que empezábamos a jugarnos en serio nuestra suerte y nuestras vidas en la defensa de las Islas. Cierto miedo de poder estar a la altura de las circunstancias que se diesen. Sentir que el riesgo de vida empezaba a ser algo real. 

Me vinieron a la mente las caras de la familia, que quizás no volvería a ver más, pero que a su vez servían para aumentar la confianza y el entusiasmo, porque lo que habría que hacer de ahí en más, sería también por ellos. 

Recordé las imágenes de las plazas llenas de gente despidiéndonos, apoyándonos, la idea de un pueblo unido al que nosotros representábamos en el combate, y al que no podíamos fallarle. Y pensé por un momento en que según mis planes en esos días yo debería estar ya cursando el primer año de la carrera de ingeniería en la universidad, y quizás trabajando o aun buscando algún empleo luego de haber terminado "la colimba", pero la realidad era que por alguna razón indescifrable, estaba en Malvinas, dentro de un pozo húmedo, recibiendo los primeros ataques ingleses en un ambiente de confusión y locura.  

Correr a los pozos, agarrar y encender la radio, para recibir órdenes y saber que estaba pasando del otro lado de la ciudad y como estaba el resto de nuestros compañeros de grupo en las posiciones distantes; mirar a nuestros superiores (en rango) para que nos digan como proceder, en una locura de órdenes y contra órdenes, en medio de información de todo tipo procedente del radar y repetida hacia las posiciones de tiro. 
Disparos distantes, explosiones, detonaciones, sonidos, gritos, que rompían definitivamente la calma en Malvinas......... la locura se iniciaba.

Ya en el pozo,con la tensión de estar viviendo semejantes momentos, me propuse y empecé a pensar más fríamente. 
Estos primeros bombazos, nos daban certeza en cuanto a que el combate había iniciado; se acababan las dudas, las indefiniciones, y las especulaciones. 

A partir de ese momento teníamos por delante un camino que no tenía marcha atrás y en el cual la única opción era recorrerlo. Y había que recorrerlo pensando cada paso que nos tocaría dar porque en cada paso de ese camino nos jugábamos la vida.  Se iniciaban tiempos y acciones difíciles y desconocidas para la gran mayoría de los que estábamos ahí. Nos encontrábamos real y definitivamente en una guerra, viviendo una situación que nunca habíamos imaginado ni siquiera días atrás, y en la que íbamos a tener que hacer también cosas inimaginadas. ¿Alcanzarían las prácticas y las enseñanzas que nos habían dado? ¿Que pasaría con cada uno de nosotros? ¿Estaríamos a la altura de lo que se esperaba de nosotros?.

Y en ese momento tomé conciencia de que ninguno de los que estábamos ahí en los pozos, en Malvinas, iba a volver.  Ese primero de mayo (el combate, la guerra en realidad) iba a transformarnos y nunca más volveríamos a ser quienes habíamos sido hasta ese momento. 

Ese día iba a ser una especie de punto de inflexión, un "click", en nuestras vidas. Miré entonces a mis compañeros de pozo, y les dije algo así como -"Muchachos recordemos bien este momento porque a partir de ahora ninguno de nosotros va a volver a ser el mismo. A partir de hoy olvidémonos de "volver" de Malvinas" (pensando en que quienes volveríamos de Malvinas seguramente íbamos a ser otros muy distintos a los que habíamos sido hasta ese momento). 

No me prestaron mucha atención, desde luego, o me tomaron por un enorme pesimista pensando en que me referiría a la muerte de todos nosotros, salvo un capitán del que ya no recuerdo el nombre que me dijo -"pibe tenés razón, vamos a volver siendo otros pero mejores".

Eso de "mejores" en realidad no fue así, pero en cuanto a los efectos o consecuencias que nos dejó la guerra, respecto a las huellas que el combate dejó en nosotros, no tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta que yo tenía -lamentablemente- razón. 







25 de Mayo de 1982 -- Primer caído del grupo



Un VG compañero en las Islas me hizo acordar que hoy, 25 de Mayo pero de 1982, se producía la primera muerte de un soldado de nuestro grupo (Ricardo Gurrieri del GADA 601) en Malvinas.

A mi me tocó ponerle el nombre a su cruz y fue ese "nuestro" primer "entierro de guerra".

Un momento de mierda.




Todavía hoy recuerdo (sin buscarlo, ni desearlo) cada tanto el ruido de las piedras y de la turba pegando en la bolsa negra que guardaba los restos despedazados del cuerpo del soldado en el fondo de un solitario, triste y húmedo hoyo improvisado en el suelo de Malvinas.

Fue el primer "conocido" que se moría, fue el primer muerto que "me llegó", el primer "caído" que detrás tenía una familia, un grupo de amigos, una novia, un club al que pertenecía, una carrera deseada por delante.
Era el primer caído en combate con una "historia conocida" detrás

No era un "número", no era una "notificación" para registrar o retransmitir, no era  un desconocido, no era un dato, no era solo un nombre de un soldado de un grupo del ejército, era una "persona".

La tristeza, la impotencia, la angustia, que me agarré ese día fue tremenda. Lo digo recién ahora, demasiados años después.

Esa muerte, ese entierro fue para mi un cambio en la forma de ver y de pensar TODO. 
Un "click" enorme dentro de los tantos "clicks", cambios y adaptaciones, que se dieron y a los que tuve adaptarme durante la guerra.

Era el contacto directo y sin distorsiones con el lado duro, con la mierda que son realmente las guerras ..... y en esa mierda estábamos todos metidos.

Ese entierro, esa muerte, le sacó de un plumazo todo el "velo de honorabilidad" y la enorme "sarazaza" con la que se habla y se venden las guerras (es decir la sanata -las mentiras- con la que se tapa o se justifica el enviar gente a morir en ellas).

Y fue una mierda, fue una tremenda cagada, me sentí realmente muy mal. Muy mal.

Me acuerdo que estábamos ahí y no podía entender ese final, ni para el flaco ni para ninguno de nosotros (o sea "los conocidos"), y no podía dejar de pensar en las reacciones de la gente -y en la mía propia- frente a esa muerte y esa "diferenciación" que existe entre "conocidos" y "don nadies". (Como sucede en una pandemia, o en un desastre natural donde en general pareciera que importan mas las cifras que las personas detrás).

Y ahí quedaba al desnudo y en evidencia cruda y pura, que si no son de alguna manera "conocidos" los que se mueren .... no "duelen". 
Se comentan, .... sorprenden ..... se "cuentan"..... pero "hasta ahí".... no cambian nuestras rutinas. 

En aquel momento, no podía dejar de pensar que este circunstancial compañero, este "muchacho", tenía "una historia" detrás, y una familia, y amigos, a cientos de kilómetros de Malvinas, que ni enterados estaban de su muerte repentina, ... injusta, ... traicionera, ... absurda, producto de un bombazo que ni siquiera habían tirado en ese momento. Una bomba de retardo que había sido lanzada quien sabe en que momento anterior y no detectada, explotó mientras los soldados hacían fila para recibir algo de comida en la cocina de campaña, la bomba destrozó una roca y un fragmento de esa roca, impactó y se llevó parte de la cabeza de Gurrieri. 

Y pensaba y sentía, que los sueños, los planes y proyecciones que tenía esta persona para su vida, sus recuerdos, sus relaciones, sus afectos, se iban con él adentro de una bolsa negra en un hoyo húmedo con barro y agua, identificado con una cruz de madera barata con su nombre -que yo había escrito con un fibrón un rato antes- ... y que eso era todo, que el mundo seguiría su marcha, y unos pocos notarían tiempo después, la ausencia del soldado.

Y sentí que ese mismo horrible final, impersonal, solitario, frío, repentino, injusto, traicionero, absurdo .... era algo que nos podía pasar a cualquiera de los que ahí estábamos, en cualquier momento. 

Y no pude nunca dejar de sentir que eso de terminar en una bolsa en un pozo húmedo, reventado en pedazos, lejos de los familiares, lejos de los verdaderos amigos, lejos de los verdaderos afectos, lejos -muy lejos- de los planes que uno tenía trazados para realizar en su vida ... no debería ser algo fácil de justificar o de permitir, ni por un gobierno, ni por una sociedad.

No me entraba en la cabeza. 
No podía haber "algo" que justificase semejante final para una persona. La guerra, no era esa instancia en la que se dejaba la vida como un héroe.
La guerra no proporcionaba 
un final digno, ni esperado, ni merecido por quien pretendía justamente defender un interés común, genuino, una bandera. 

Y pensé también (fuera de joda) entonces en los muertos del otro bando, y ahí me di cuenta en que tenían que ser algo similar a los nuestros.

O sea una locura, gente de ambos bandos matando y muriendo como perros, reventados, de ambos lados, ... dejando historias inconclusas, afectos lejanos destrozados, y siendo enterrados (en el mejor de los casos) en soledad y en condiciones asquerosas, indignas.

La locura de la guerra.
 
Perfectos desconocidos muriendo y matando con el mismo absurdo y abrupto final.

Y fuera de joda, pensaba en ese momento lo horrible que sería estar adentro de esa bolsa y poder sentir el ruido de las piedras pegándote en la bolsa y en el cuerpo............y tratar de entender (desde dentro de la bolsa) de que manera una calle que llevase tu nombre, ..... una medalla, ..... un título de héroe, podría justificar semejante cagada. Imposible.

Un amigo después de la lectura de este relato, me hizo llegar hoy (26/5) una frase de Camus con la que no puedo menos que estar totalmente alineado y de acuerdo: 
"Hay causas por las que vale la pena morir, pero ninguna por la que valga la pena matar".





Una tarde de Mayo de 1982 -- Lo que nunca se cuenta de las guerras




Afueras de Puerto Argentino.

Cercanías de Moody Brook.

Posiciones de la Batería Comando del GADA 601, puesto comando.

Transcurrían las últimas horas de la tarde de un día en el que extrañamente el sol brilló radiante en un cielo sorprendentemente claro y calmo para esa época del año, en tierras malvinenses.

Las incursiones aéreas enemigas también habían declinado desde el mediodía, y como ya era costumbre, hasta la noche no se esperaba cañoneo naval inglés sobre las posiciones.

Por este motivo la tropa apostada en los alrededores de Puerto Argentino disfrutaba de un temporal e inusual sosiego en lo que a las exigencias de combate se refería.

Yo disponía de un par de horas hasta la próxima guardia, había concluido la escritura de una carta a mis padres, el fusil estaba listo y preparado, los pozos acomodados para ser utilizados ante cualquier eventualidad, los trabajos encomendados terminados, por lo tanto me disponía, sin mucho mas que hacer, a intentar descansar un poco para poder hacer frente a las exigencias de la noche




Noté entonces con algo de preocupación que el llamado del vientre se hacía sentir en mi persona.

La preocupación ante la presencia de estos procesos naturales, se fundamentaba en la alternancia e imprevisibilidad de los estados de constipación, colitis, cólicos y/o diarrea, que la dieta que llevábamos (imposible de ser clasificada bajo ninguna denominación), sumada al frío, y a las situaciones de temor o desamparo, nos provocaban y que desde luego atentaban contra toda regularidad o estabilidad intestinal.

De mas estar decir que los baños disponibles para la tropa eran letrinas que se ubicaban estratégicamente y alejadas de las posiciones. (Para quienes no han tenido el gusto o la ocasión de disfrutar de la excelencia de las mismas, creo conveniente aclarar que estas letrinas estaban conformadas por un par de estrechas zanjas o canaletas cavadas en la turba malvinense, y que en el mejor de los casos disponían de algunos tablones por los cuales transitar evitando el pisoteo de las deposiciones).

Es sabido que los avatares y aprestos del combate, imponen inusual apuro y celeridad a quienes ingresan a estos sitios con intenciones de expeler sus desechos orgánicos, ya que la exposición al fuego a enemigo, es mas evidente durante los procesos de excreción por el simple hecho de estar alejados de la protección de la trinchera o de los pozos de zorro. 

Esta presteza que se impone y se requiere, atenta desde ya de manera exponencial contra la "puntería" que se requiere para "acertar en la canaleta".

En conocimiento de lo anterior y ya habiendo comprobado en anteriores ocasiones “in situ”, que era mas fácil atravesar un campo minado y salir indemne, que visitar un baño de campaña y volver sin recuerdos orgánicos (propios o de compañeros) en los borceguíes y/o en partes del uniforme, decidí que no concurriría a la letrina.


Por tal motivo con la actitud de integridad y dignidad que la investidura de soldado dragoneante me obligaba a demostrar; busque entre mis cosas, tome algo de papel ……………… y la “palita provista", con la firme intención de cumplir con la necesidad fisiológica que se me presentaba (pero no en el sitio definido para esas necesidades).

Y así fue que en soledad, palita en mano, papel en bolsillo y un sinfín de ruidos y contracciones intestinales en el abdomen, me alejé de nuestra posición buscando el mejor sitio para realizar la tarea que los designios de la naturaleza me encomendaban en ese instante.

Unas cuantas decenas de metros recorridos me llevaron hasta una hondonada que a mi parecer cumplía con los requisitos de amparo y resguardo que la tarea a desarrollar requería: a saber, cubrirse de la vista de posibles espectadores, sentirse al resguardo de alguna incursión enemiga y a la vez de la “suave” brisa malvinera que podría hacer que los productos a desechar terminasen en un vuelo rasante en la propia ropa o cuerpo antes de llegar al suelo.

Dando por finalizada la búsqueda, salté dentro de esta “hondonada", y utilizando las sabias técnicas aprendidas en el EA hice un prolijo pocito que tendría los fines de improvisado inodoro.

Finalizada esa tarea, clave la pala en tierra, dejé el fusil y el casco a un costado, afloje el correaje y la ropa, y me dispuse entonces a evacuar como Dios manda en la soledad, tranquilidad y privacidad que tal tarea requiere y amerita.

Estando en plena acción, se me aparecieron en forma imprevista, sobre el borde de la hondonada, un sargento y tres soldados de vaya uno a saber de qué unidad o regimiento, a media carrera, agitados, fusil en mano, que al verme en esa situación, se quedaron perplejos y sorprendidos mirándome.

Desde luego la sorpresa fue de todos, y por unos breves instantes nos quedamos todos en silencio sin saber que hacer o decir, y ya entre las primeras risas de los soldados el sargento desde arriba me dice:

- “¿Que hacés flaco?”
 


Consideré en ese momento que era mas que obvio lo que estaba haciendo, así que solo atiné a encogerme de hombros y decirle

- “¿Necesita que se lo diga mi sargento?”


Y ahí así todos nos reímos, y ellos ya mirando para otro lado y esperando que me incorpore. Luego me explicaron que venían en mi socorro pues a la distancia se preocuparon al verme "desaparecer" de la faz de la tierra unos minutos antes cuando me vieron caminando sin rumbo hacia la costa.

Nos c@gamos todos de la risa (yo un poco mas literalmente que ellos).
Les agradecí el que hayan venido en mi ayuda, el gesto y la solidaridad, y entonces me recomendaron: pri
mero tapar bien mis "recuerdos", segundo no andar solo por el campo y por último que use las letrinas y me dejase de joder.

Moraleja: 
En algunos casos era tan grande el espíritu de protección y compañerismo que se vivía, aún entre personal de distintas unidades y fuerzas, que ni garcar tranquilo te dejaban.....!!







3 de Junio de 1982 -- La decepción 



El 3 de junio de madrugada, un avión Vulcan inglés disparó un misil antiradar sobre Puerto Argentino, impactando directamente sobre uno de los directores de tiro de la batería A del GADA 601, con ese impacto murieron el sargento René Pascual Blanco (con quien hice todo mi servicio militar durante el año 1981), el teniente Alejandro Dachary y los soldados 
Oscar Daniel Diarte y Jorge Alberto Llamas.

En ese momento me encontraba de guardia en la radio, haciendo la ronda de contactos con las piezas de artillería de nuestro grupo, atento a las novedades ya que estábamos en alerta por la incursión aérea inglesa -fuera del alcance de nuestros cañones-, cuando se escuchó un impacto cercano y la comunicación con la posición de Dachary se perdió.



Hablamos entonces con el teniente primero Enrique Pio Rey del Castillo a cargo del radar y el mas cercano a la zona del impacto (a los cañones a cargo de Dachary) para enviar una patrulla que confirme que había sucedido. El teniente coronel Arias dormía.

Unos minutos después, ya confirmado el impacto y la destrucción del director de tiro de la posición alcanzada, desperté al teniente coronel para darle la mala noticia.

Inmediatamente me ordenó preparar todo y despertar al chofer del jeep para ir hasta la posición que había recibido el fuego enemigo. Salimos los tres cuanto antes y al llegar el panorama fue desolador.

Una imagen tremenda que aun no logro olvidar, 
un olor a carne humana quemada que aún no puedo dejar de sentir en determinados e involuntarios momentos
Nos sumamos a la tarea de separar, identificar y recuperar los restos, de compañeros, de armas, de elementos desparramados en el lugar. Todo confuso, sucio, humeante.

Esa tarde se daría entierro a los restos de los caídos en el ataque, me tocó nuevamente escribir los nombres de cada uno en las cruces de madera, y dado que ya había presenciado varios entierros, y que me sentía bastante mal, decidí y pedí no presenciar el entierro.

Me quedé entonces de guardia en la radio del puesto comando con quien era en ese entonces "mi mayor" (Carlos Esteban Pla). 

Sin mucho que hacer, atentos a las novedades de la radio que informaba incursiones aéreas lejanas o gran altura, intercambiamos mates con el mayor, y en la confianza de haber compartido todo el año 1981 con él (hice el servicio militar en su oficina de "Operaciones e Inteligencia" del GADA 601 en Mar del Plata), me preguntó sin relación alguna con lo que veníamos hablando y para mi enorme sorpresa "si conocía Uruguay".

No entendí el porqué de la pregunta, le contesté que sí, que muy poco, que había viajado una vez a Colonia ida y vuelta en el día, y le pregunté del porqué de su consulta.

Y fué en ese momento que me dijo que "él suponía que allí nos llevarían los ingleses luego de tomarnos prisioneros cuando los combates acabasen, porque seguramente no iban a querer amarrar en un puerto Argentino".

Me quedé helado sin entender bien que o porque me decía eso. Sin saber que decir. Dudé que fuese un mal chiste. Dudé del porque me decía semejante barbaridad en ese momento. Pensé que quizás me "probaba" para ver mi reacción, y simplemente atiné a decir algo así como "pero mi mayor porque vamos a perder si le estamos dando pelea, le volteamos varios Harriers, le hundimos varios barcos, somos mas, ....".

Me miró y me dijo "esto queda entre nosotros", y que no debía nunca hablar con nadie de esa charla, y a su modo, se sinceró -a su modo- diciéndome que la guerra era imposible ganarla, y me habló de desinteligencias entre nuestras fuerzas, y dentro de las propias fuerzas, y me habló de problemas de logística, y del aislamiento del continente, y de inconsistencias del plan de defensa, y del poder de la OTAN, y de problemas e intereses políticos que estaban por encima del combate, y de limitaciones varias y cosas por el estilo.
Y me dijo que él esperaba que la guerra finalizase en pocos días, y que si por él fuese preferiría estar ya en su casa con su pequeña hija y su pareja (había sido padre a fines de 1981) pero que ésas eran decisiones que se tomaban a otro nivel y que nosotros debíamos seguir combatiendo hasta donde pudiésemos, y esperar y tratar de estar vivos al final.

Fué un baldazo de agua helada. Un shock de realidad inesperada. No supe como reaccionar. Tampoco entendía del todo, o en su total magnitud, lo que me decía. Él era el segundo en mando dentro de nuestro grupo de artillería antiaérea y estaba dando por perdida la guerra. Me sentí como mareado por semejante sinceramiento, sin saber que hacer o decir.
Solo atiné a comentar algo así como "pero entonces, si la guerra ya estaba perdida, porqué seguir, porque permitir que sigan matando compañeros". 
No recuerdo bien su última respuesta como para reproducirla, pero estaba en línea con lo anterior, y la realidad era que yo ya no quería escuchar mas nada. 

Desde luego para mi, los días que siguieron, la continuación de los combates y por supuesto el final de la guerra, ya no serían lo mismo. Destruyó en mi toda esperanza o ilusión.
Fue algo que jamás comenté en Malvinas con mis compañeros, ni con el teniente coronel, y fue algo de lo que recién pude hablar o contar en un foro cuando ya habían pasado veinte años o mas del final de la guerra. 


Antes de hacer pública la historia, había escrito a modo de denuncia unos versos (pensando que así sería mas leve leer semejantes cosas) que reproduzco nuevamente ahora:


Dedicado a "mi mayor" producto de la charla mantenida el 3 de Junio de 1982 en Malvinas, mientras se daba  entierro a los caídos de ese día.


Aquella noche en Malvinas
habían muerto compañeros
la muerte robó artilleros,
.... tras el manto de neblinas.

Nos quedamos en el puesto
atentos a los combates
Vos y yo, tomando mate.
Un recuerdo que detesto.

Te respeté hasta ese día
como a un recto militar.
no se me ocurrió indagar
tu historial de policía (*).

Vos llegaste a las Malvinas
a cargo del “juguetito”:
el Roland (misil maldito)
de la defensa Argentina.

Sin embargo en esos días 
de combates y de muerte
tu mente corría otra suerte:
Combatir ….. ya no querías. 

 Tras el manto de neblinas,
un “ascenso” posterior,
era tu anhelo interior.
Nunca te importó "Malvinas".

¿Conoces Montevideo?
Tiraste, ….. “sin vaselina”.
Tu consulta repentina
Fue peor que un bombardeo.

Mi cabeza no paraba
tratando de comprender 
¿qué debía Yo entender
en la duda que planteabas?

Y explicaste sin moral,
que a Uruguay nos llevarían,
cautivos en pocos días 
por ser un puerto “neutral”. 

Te c#gabas en Malvinas,
solo querías “volver, 
con tu hijita, tu mujer, 
tus rutinas de oficina”.

Eso usaste de “pantalla”
Cuando al fin te pregunté
"¿Por qué vamos a perder,
si estamos dando batalla?"

Y me hablaste de las Fuerzas….,
de desinteligencia argentinas….,
de voluntades mezquinas….
de situaciones adversas…. 

Destruiste mi esperanza,
con tu “rollo” delator,
Dejaste de ser “mi mayor”.
Pisoteaste mi confianza,

Dabas todo por perdido,
pensabas ser prisionero, 
y desde un puerto extranjero
volver, ….. y ser ascendido.

Terrible hijo de mil p#tas:
Eras "mayor militar" 
Tu deber era luchar, 
y dar ejemplo al recluta.

Tremendo hijo de mil p#tas:
Eras "mayor militar" 
Tu deber era pelear, 
al frente de tus reclutas.

Y tal como vos querías,
habrás vuelto a algún cuartel,
y a teniente coronel
te habrán ascendido un día.

Atrás ya quedó la guerra,
pero tu historia “puntana”
de represión ciudadana,
esa historia … no se cierra.


(*) Carlos Esteban Pla (Mayor del Ejercito en Malvinas) fué Jefe de Policía en San Luis durante la dictadura militar y fue condenado a prisión perpetua como autor de crímenes de lesa humanidad y autor material del asesinato de Graciela Fiochetti, y las desapariciones de Pedro Ledezma y Sandro Alcaraz.






14 de Junio de 1982 -- El cese el fuego




Junio había comenzado complicado, en esos primeros diez días eran corrientes y no pocas las noticias de bajas. Se olía muerte. Los ataques de artillería británica ya eran una constante. 
El repliegue de tropas hacia la ciudad parte del paisaje. El estado de ánimo de los replegados y su estado físico eran desmoralizantes, y si bien la intención, la energía, y las ganas seguían en alto, aquello ya no era lo que había sido en los días anteriores de mayo.

La estimación de un final a los combates era algo que se escuchaba seguido entre algunos oficiales y suboficiales. 

Impedimentos y complicaciones en la logística, desaciertos e incongruencias entre los despliegues y órdenes de las distintas armas hacían difícil avanzar con las tareas planificadas. 

                                 


La espera de un “ataque final” sobre Puerto Argentino era tema de todos los días. 
El retroceso de soldados en grupos y dispersos (heridos, agotados) generaba desazón y bronca.

La madrugada de esa eterna e interminable noche, trajo consigo (luego de horas y horas de bombardeos sostenidos y avances de tropas inglesas) una "tensa calma" durante la que se esperaban inminentes novedades o definiciones. Sobre el final, de madrugada ya, hubo de pronto un cese en el hostigamiento y en el ataque de la artillería inglesa, un silencio sepulcral fue extendiéndose sobre Puerto Argentino.

Un largo y cerrado silencio que no se correspondía con lo que se venía viviendo hasta ese momento y en ese lugar, luego del cual recibimos finalmente la orden de "cese el fuego".

La orden nos llegó desde luego por radio -que en esos momentos yo operaba- estando con el Teniente Coronel en las afueras de la ciudad, alejados de los pozos y del resto del grupo.

Era parte de su costumbre el ir hacia donde se sabía habría ataques y estar con la tropa cuando y donde había peligro:

-....“para ver mejor los avances y los ataques", y "observar el cielo con nuestros propios ojos para constatar lo que informan los radares (nuestro objetivo era mantener la zona libre de Harriers y aviones enemigos).

Ante la noticia del cese el fuego, el “teco” miró hacia abajo, se quitó el casco, y se pasó la mano por la cabeza......muy despacio. 

Se veía en su cara dolor, agotamiento, y también quizás impotencia, y bronca, mucha bronca. (Días antes, en varios de los momentos de los tantos en que hablábamos y comentábamos cosas del día a día, se quejaba diciendo cosas como:

“me atan las manos" o "no me dejan operar” 

haciendo referencia a las órdenes que recibía de sus superiores. Varias veces lo había visto y  escuchado discutir y “plantarse” en reuniones con referentes de otras armas, por temas como la ubicación de las piezas y posiciones de la artillería antiaérea de la que era responsable, y muchas otras veces por la logística y los insumos que solicitaba y no recibía).

Después de pedir re confirmar la orden por radio y con los ojos un poco "inundados” y cansados  (se le "piantó un  lagrimón" podría decir un tanguero) , el "teco" me miró y me dijo en un tono tranquilo y pausado:

"Gracias Chafer,.... gracias por todo. ……. Deje el arma acá, y apague la radio. …….Vaya y comuníquele al resto de la tropa que se acabó todo".

Me levanté entonces y fui corriendo hacia los pozos para cumplir la orden y dar la noticia. 

Llegué a los pozos, allí esperaban mis compañeros y el resto del equipo. Ansiosos de noticias o novedades.

Pero también me esperaba allí, en los pozos, una nueva e inesperada “sorpresa” que terminó de arruinarme aún mas el final de la guerra.

Cuando notifiqué la noticia del cese el fuego, un par de oficiales y suboficiales (Pla, Sosa, Lupion, Palacios, algunos de los que aún hoy -con pena y lástima, o asco- recuerdo) saltaban y se abrazaban entre sonrisas y gritos como si estuviesen festejando el gol del triunfo hecho en el minuto de descuento, en una final de un campeonato mundial  fútbol frente a Brasil. 

Una locura. Un asco.

Y al mismo tiempo algunos soldados compañeros (Miqui, Jardon, entre otros) diciendo:

 -“no, no puede ser", ….."me estas jodiendo”, …….“yo no me rindo”, ….. “nos escapamos con la MAG y los reventamos cuando lleguen” y frases por el estilo.

Es comprensible -somos seres humanos-, que en una situación tan extrema como es el combate armado, saber que "se termina el riesgo de muerte"….. genera cierto alivio. 

Es al fin y al cabo una certeza entre tanta incertidumbre, es "el fin de la locura" que se vive durante los combates.

Aunque desde luego, en este caso dolía doble, y carcomía por dentro, por no haber alcanzado el objetivo.

Pero personas que eligieron la carrera militar, que se formaron toda su vida preparándose para la guerra, que inculcaban a los soldados que morir en combate era un orgullo, ....... no podían festejar de semejante manera lo que era  una “derrota militar”. 

Menos que menos frente a "sus subordinados" (nosotros los soldados). 

Esos imbéciles, transformaron automáticamente en “basura y mentira” todo lo que nos habían dicho e hicieron creer durante mas de un año de instrucción militar y en los meses de combates en Malvinas.

Aún me pregunto: ¿¿ Qué carajo festejaban ?? Que me expliquen por favor: ¿¿Que celebraban?? eran militares !!

Esa última imagen de la guerra, me alejó definitivamente de todo lo relativo al “ámbito militar” y sumó una gran cuota de “gusto amargo” al haber pasado por esa experiencia.

Por suerte hubo otros militares, muchos, e incluyo en esta calificación a innumerable cantidad de soldados, que sí estuvieron a la altura de la situación que se vivía, y que hicieron que "Malvinas", ... las acciones, ... lo compartido y nuestra participación en la guerra, ... tuviesen alguna razón de ser.

Mi respeto eterno a los caídos. 

Un cariño enorme, eterno, mi permanente recuerdo y mis mas grandes GRACIAS para el “viejo” Lubin, el “flaco” Risso, “Miqui”, el “Play”, el “gordo Garoto”, “Germán”, mi tocayo Spinelli, Soto el "Cara de espíritu" (con quien le robábamos el azúcar al principal Sosa), a "Dani", al "Gallego", al "Gato", al "Mosquito" y a tantos otros con quienes compartimos “Malvinas” y que hicieron y contribuyeron a que aquella dura experiencia haya tenido sentido.





21 de Junio de 1982 -- El regreso a casa







El 21 de Junio del 82 llegábamos como prisioneros de guerra ("P.O.W.") de los ingleses a bordo del Northland a Puerto Madryn.

Volvíamos de Malvinas. No regresábamos todos los que habíamos idoNo éramos quienes habíamos partido. Volvíamos siendo otros muy distintos de los que habíamos viajado hacia las islas hacia solo un par de meses.

Volvíamos con dolor, y (en mayor o menor medida) golpeados, heridos, marcados por las experiencias vividas en esos días. 
Heridas físicas, emocionales o psíquicas que nunca se borrarían, y con las cuales debíamos aprender a convivir y a sobrellevar.

Regresábamos porque el azar de la guerra nos lo había permitido.

Nuestros comportamientos cambiaron, nuestras escalas de valores cambiaron, nuestros sentidos cambiaron. Palabras como honor, dignidad, respeto, hermandad, honradez, sacrificio, dolor, orgullo, etc. tomaron un sentido muy distinto para quienes vivimos el combate. Palabras cuyos significados se nos fijaron con sangre y se nos hicieron carne. 

Ese 21 de Junio, cosa extraña, regresábamos a nuestro país sin haber salido nunca del mismo. "Volvíamos" sin haber abandonado nunca nuestro territorio.

Ese mismo 21 de Junio recibíamos un golpecito más: el ejército argentino nos ocultaba de la sociedad y evitaba que tomásemos contacto con ella. 

Otra locura. 

Aquel ejército con, por, y en el que, días antes exponíamos nuestras vidas, nos decía que nos escondía para "preservarnos" porque habíamos perdido la guerra, porque la sociedad estaba "enojada" con nosotros.
 

Ese mismo día, representantes de aquel mismo ejército que días atrás nos hablaban del orgullo de estar combatiendo contra los británicos, nos aconsejaba (y ordenaba en realidad) que no hablásemos de lo que habíamos vivido en Malvinas. 
Nos amenazaban y ordenaban guardar silencio porque "lo que había pasado en Malvinas debía quedar en Malvinas", sumándonos caos al despelote que ya teníamos en la cabeza.

Ese día empezaba la posguerra, empezaba la gran y verdadera batalla.




La sociedad miraría hacia otro lado, al principio y por un prolongado lapso de tiempo. 
El ejército nos cerraría sus puertas en la cara negándonos contención y asistencia porque no éramos militares. 
Se dificultaría obtener un trabajo y cobertura médica. 
Arrancaban los tiempos de los "locos de la guerra".
Nadie sabía qué hacer con los excombatientes.
Malvinas y sus veteranos de guerra pasaban a ser temas de los que era preferible no hablar, no recordar, no hacerse cargo. 
Y poco a poco fuimos callando, hasta llegar a ni siquiera tocar el tema durante muchos, muchos, demasiados años.

Fue complejo lo vivido en Malvinas, ninguna duda. Pero la posguerra no fue, ni es, fácil.

No es fácil cuando por haber vivido una experiencia distinta, fuerte, extraordinaria, se etiqueta a las personasy se le ponen barreras. 

No es fácil sobreponerse a lo vivido en combate. Tampoco es fácil comprender a un excombatiente.
No somos héroes, ni víctimas, ni sobrevivientesSomos ciudadanos comunes a los que nos tocó en suerte vivir un acontecimiento histórico distinto, tremendo. 
Y que a pesar de todo, pudimos -la mayoría- sobreponernos y estar orgullosos de haber vivido “Malvinas”. Tenemos, en el mejor de los casos, "algo" de experiencia en haber vivido en primera persona un combate armado, por eso nos dicen “veteranos de guerra”, esa es la única diferencia.

No fueron -ni son- necesarios el aplauso, el elogio, o la aprobación de la sociedad hacia sus veteranos de guerra. Menos aún el reconocimiento por lo hechoLo que hicimos, lo hicimos porque era nuestro deber, y por eso obramos como obramos (con aciertos y con falencias), desde el sentimiento que nos movía. Por Malvinas.

Sí, en cambio hubiese sido necesario al regresar, que no se castigue a quien tuvo que luchar en Malvinas cerrándole puertas y oportunidades con prejuicios. 


Sí, en cambio hubiese sido necesaria, la asistencia y la contención para aquellos que no pudieron sobreponerse al dolor, a las heridas, a los recuerdos. 

Sí, en cambio hubiese sido necesario, no darle la espalda a aquellos cuyas heridas (de cualquier tipo) le impidieron competir en igualdad de condiciones con otros ciudadanos e insertarse nuevamente en sociedad.

Pero de todo eso, ya pasó mucho tiempo, muchos años y las heridas (en su mayoría) ya se cerraron, o se van cerrando

Queda la experiencia, quedan los recuerdos, ...... quedaron allá los caídos.
 
A ellos, por ellos, memoria, no los olvidemos.







10 de Marzo 2018 - Visita a las islas, 36 años después.



El azar, el destino o vaya uno a saber qué, hicieron que el 16 de abril de 1982 llegase a Malvinas como "soldado" de la artillería de defensa anti aérea del Ejército (fecha en la que ya me correspondería haber estado licenciado y de baja del mismo).

Unos días después, entre el 1 de Mayo y el 14 de Junio, pasé de un plumazo a ser "combatiente" entre los (demasiado frecuentes para mi gusto) ataques y bombardeos de los británicos, que provocaron entre los nuestros (entre tantas otras cosas como miedos, fríos, hambres, dolores, etc., etc.): muchos heridos, demasiados muertos, enormes angustias, tremendos desamparos, repudiables y condenables bajezas y traiciones (en general de cuadros y mandos), y también destacadas y memorables acciones y entregas de otros y de varios soldados que realmente lucharon con un profundo sentimiento de pertenencia por la "Causa Malvinas".
Finalmente y sin tiempo de asimilar semejantes cambios de roles, entre el 14 y el 20 de junio me gradué y ejercí como "prisionero de guerra", hasta que seguramente cansados ya de vernos, los soldados ingleses nos subieron al "Norland" con rumbo marítimo a Puerto Madryn.

Tantos cambios y semejantes vivencias de esos locos días hicieron desde luego que ni se me ocurriese, y mucho menos sintiese deseo alguno, de volver a las Islas Malvinas.
Pensar en un regreso solo sucedía cuando alguien puntualmente me consultaba al respecto, o cuando surgía el tema en alguna conversación. Ni era una opción.

Volver ...... ¿"Por que"? ....... ¿"Para que"? ...... ¿"Con que necesidad"? ......... ¿"Con qué motivo"? ...... eran cosas que se me cruzaban por la cabeza para tratar de fundamentar una respuesta cuando ese alguien me consultaba o cuando alguno hablaba de un regreso a Malvinas. Y la verdad es que ante estos planteos, no encontré nunca una respuesta lógica que me tentase a volver a poner un pie en la fría, húmeda y blanda turba de las Islas.

Algunas pocas razones que fundamentaban mis respuestas a las preguntas mencionadas y que justificaban mi postura de no "querer volver a pisar Malvinas" (desde luego separando lo mas objetivamente posible todo aquello relacionado a mis "vivencias bélicas") eran:

  • Se trata de un lugar que no tiene mayores atractivos "turísticos" como para hacer que uno elija Malvinas frente a casi cualquier otro destino en el mundo.  Tienen un clima que no se disfruta precisamente, si no mas bien que se sufre en cualquier momento del año; es "horrible": frío, ventoso, húmedo, cambiante, que azota y condiciona la vida, y se refleja en la cara y las actitudes de los lugareños (sean ellos legítimos o no).
  • La vez que estuve en Malvinas no la pasé para nada bien, ya que allí (entre otras cosas) tuve que enterrar a amigos en bolsas y en pedazos, estuve demasiados días en riesgo real de muerte y bajo fuego enemigo, sentí en los huesos lo que era el frío y el hambre, tuve convivir con milicos que en el peor momento demostraron lo que eran: traidores, basuras y cobardes (cierto es que hubo otros que sí estuvieron a la altura de los hechos). Y también en "esos locos días de guerra" tuve el honor y el orgullo de poder experimentar la hermandad, la colaboración, la entrega y el valor que nacen (seguramente de la desesperación, la desolación, el desamparo y el miedo) entre los combatientes; hermandad que se prolonga mucho mas allá de un alto el fuego. Pero que en mi caso no alcanzaban para inclinar la balanza y plantear un regreso.
  • Las Malvinas están lamentablemente habitadas por una mayoría de gente que repudia mi presencia (y desde luego y con razones de sobra, yo repudio la de ellos) y la verdad es que revuelve un poco las tripas el tener que estar con estos personajes aunque sea poco tiempo y aguantarse el verlos allí. Los "kelpers" desprecian y odian a "todos los argentinos" y a todo "lo argentino" (reconozco que en 1982 contribuí seguramente a ese asco hacia nosotros, ...... y que al pensar en eso no puedo evitar alegrarme, ya que mi repudio hacia ellos es enorme). 

  • En función de la disponibilidad de vuelos hay que estar como mínimo una semana en las Islas: ¿"Que hacer una semana entera en Malvinas"?  Se trata de un lugar donde no abundan las actividades (sean atractivas o no, ....... ni siquiera hay actividades feas para hacer) ni lugares para visitar -o en los que estar- que generen expectativas de pasarla bien.
  • Por la misma plata y teniendo que hacerse sellar el pasaporte, uno puede pasar una grata e inolvidable semana por ejemplo en alguna playa del Caribe. 

Es decir si alguien no está muy convencido de ir -o no se lleva muy bien con uno mismo-, el tener que convivir con el aburrimiento, la monotonía, el clima horrible, y la soporífera y adormecedora geografía de las islas, potenciará sin dudas cualquier riesgo de despertar o magnificar alguna conducta o tendencia suicida. (Vale el comentario que siempre mantuve como teoría, que en Malvinas no hay árboles para que los habitantes no se cuelguen a la tercer semana de vivir allí). 

Nunca sentí la necesidad de volver, ni pensaba hacerlo
Pero reconozco que con el correr de los años y con el aumento de noticias y comentarios de visitas a las Islas Malvinas realizadas por Veteranos de Guerra, me hice algunos planteos respecto a los sentimientos y emociones que el regreso a las Islas generaba en ellos y que yo evidentemente no tenía, ni sentía.

Estaba convencido que no tenia "heridas -ni ciclos, o temas pendientes- que cerrar" en Malvinas, como muchos decían que representa un viaje a las islas para un Veterano de Guerra. ¿Era un "bicho raro" por eso?
¿Había cerrado de tal manera el tema Malvinas en mi cabeza que no me representaba nada el tener que volver? ¿O por el contrario no había manejado lo suficientemente bien el tema de la guerra y estaba "tapando" algo que quizás una visita a la Islas podía despertar, y ese era en realidad el rechazo inconsciente a un regreso?

Algunas dudas que me planteaba eran por ejemplo: 

  • ¿Porqué para mi no representaba nada volver a las Islas y para tantos Veteranos de Guerra ese viaje era casi un objetivo de sus vidas? ¿Que pasaba por sus cabezas que por la mía no? (Nunca participé en centros de veteranos de guerra, ni de actos conmemorativos cuando éstos se hacían -o hacen- en "ámbitos militares" como cuarteles o dependencias similares. Si mantuve contactos con compañeros puntuales y conocidos y no entendía ese deseo de volver de algunos).
  • ¿Qué era para ellos lo "movilizante" de volver a Malvinas? ¿Porqué, si habíamos estado en la misma guerra, había tantos que querían volver a las islas y a mi, el regresar, "no me movía la aguja"? ¿Tan bien la habían pasado que querían volver?
  • ¿Qué necesidad tenían o sentían que los impulsaba a desear regresar y encontrar "su posición", "su trinchera" en los combates de 1982? ¿Para que? ¿Necesitaban tomarse fotos en (o de) "su posición" para demostrar o demostrarse que "habían estado en la guerra"? ¿No le alcanzaban los recuerdos?
  • ¿Qué objetivo buscaban al pensar en recorrer y escarbar la turba con el afán de encontrar -para fotografiar o tratar de traerse- restos de balas, zapatillas, lonas, latas podridas, o cualquier cosa material de aquellos locos días de la guerra? Si lo realmente importante que dejamos en la islas, lo irrecuperable, no son cosas materiales, ¿que significado tenía entonces buscar y traerse un poco de turba, un trozo de tela, una vaina podrida? 
  • Muchos hablaban de una necesidad de "cerrar heridas", desde luego eso es algo muy personal pero.... ¿Qué encontrarían en Malvinas que los ayudase a cerrarlas? ¿Qué pensaban encontrar en ese lugar como cura de las mismas? ¿Qué vivencia positiva se produciría al estar de nuevo en un lugar donde la pasamos tan mal, con tanta muerte?

Y en este entorno de cuestiones y planteos, el azar nuevamente "metió la cola" en mi vida, y a casi 36 años del aquel duro alto el fuego en la Guerra resulté elegido ganador en un sorteo entre Veteranos para realizar un viaje de una semana a las Islas Malvinas. 

Otra vez frente a mi, Malvinas como destino no buscado (pero ahora con todas las ventajas de poder decir que no y en un escenario muy distinto al de 1982).

Dudé. Dudé mucho en aceptar el viaje "del regreso" y pensé muchas veces en renunciar al premio.
Hasta que me dí cuenta que en realidad no iba a "volver", pues no podía volver a un lugar que no conocía. 

Mi recuerdo de las Islas (36 años después) era muy vago, y se trataba en realidad de piezas sueltas de un rompecabezas muy complejo, imágenes a veces difusas y mezcladas de lugares que pocas veces encajaban entre si. "Flashes" que sin mucho orden cronológico y/o espacial, aparecían y desaparecían de mi cabeza. 
No podía tratarse de "un regreso", pues de la guerra no quedaba nada (por suerte) y por otro lado no recordaba o podía armar en mi cabeza una imagen de lo que eran las Islas Malvinas.

En 1982 poco tiempo e interés dediqué a observar "las Islas". No estaba precisamente en un viaje de turismo y solo me importaba de Malvinas la robustez del pozo que nos protegía del fuego enemigo, el asegurarnos alimento y abrigo, la integridad del grupo con el que estaba, y desde luego recibir y enviar noticias de y a los seres queridos de los que estaba tan lejos. 
Si eso estaba ocurriendo en Malvinas o en Nepal poco importaba. Frente a lo que estábamos viviendo, solo pretendía hacer lo que había que hacer y que esa locura terminase de la mejor forma posible y cuanto antes, para regresar a esa vida que a los 20 años merecía estar viviendo en paz en mi querido Banfield, rodeado de mis afectos y no de milicos y pólvora.

Asumí entonces que el destino o el azar me daba la oportunidad de ir a "conocer" las Islas Malvinas 36 años después de haberlas defendido en una guerra. La curiosidad pudo mas, y a eso fuí, respiré hondo y el 10 de marzo de 2018 ahí estaba yo en un avión de LATAM proveniente de Chile, junto a otros nueve veteranos (también "ganadores" en ese mismo sorteo) cruzando la poca distancia que separa Río Gallegos de Malvinas.

Viajé para conocer, para observar Malvinas y sobre para "observarme" entre veteranos y en Malvinas, 36 años después de una guerra no elegida en la que tuve vivencias muy fuertes de las que aun desconozco secuelas y consecuencias. Confié nuevamente en el destino, en el azar, en Dios (*), me propuse "estar abierto" a lo que sea pudiese surgir en ese viaje y me fui.

Y ya en Malvinas pude constatar que mucho de lo que creía recordar de las Islas y de sus pobladores era realmente bastante peor de como lo recordaba. No así de la guerra.

Lo primero que pude observar en el vuelo y sobre todo al llegar fué la euforia y emoción que despierta en los argentinos el viajar a las Islas Malvinas. Esa euforia y emoción se "respiraba" ya en el aeropuerto de Río Gallegos, en la cabina del avión y se contagiaba y expandía en el resto del pasaje, y se comprobaba cada vez que uno se cruzaba con compatriotas ya recorriendo las islas. Las Islas Malvinas son sin duda alguna, muchísimo mas importantes como "símbolo" o como "sentimiento" para el pueblo Argentino que como territorio o destino en sí mismo (dejando de lado desde luego la importancia de su ubicación estratégica, recursos naturales y económicos, etc.)

Malvinas recibe a sus visitantes dentro de una moderna y enorme base militar (casi tan grande como la propia ciudad de Puerto Argentino) que pone a las claras para el visitante la importancia que los ingleses dan a las Islas, y asimismo da muestra que el golpe recibido por sus fuerzas armadas en la guerra del 82, evidentemente fue muy fuerte y no quieren volver a tener que pasar por algo similar.

Ya en la combi que nos llevaba a Puerto Argentino constaté lo que mas o menos recordaba respecto a lo monótona y aburrida que es la geografía de Malvinas: Se mire para donde se mire, el paisaje se reduce a unas pocas elevaciones rodeadas o atravesadas de literales "ríos de piedras" y ralos pastizales amarillos, doblados por el prácticamente constante viento helado, que hace que esos yuyos no sobrepasen los 20 centímetros de altura. Todo ese "hermoso" paisaje rodeado y mezclado con grandes extensiones de blanda y húmeda turba malvinense. Me había olvidado (y ella misma se encargó de hacérmelo notar) como la turba se hunde lentamente por el propio peso cuando uno se para sobre ella, permitiendo y favoreciendo el progresivo humedecimiento de calzados, medias y finalmente pies. Una porquería.

Reconozco con sorpresa que visité y conocí también algunas playas muy lindas y pintorescas (Surf Bay, la zona de Gypsy Cove, Elephant, y alguna que otra) que no tenía registradas. Playas de arenas blancas y un mar celeste, rodeadas en algunos casos de un verde tupido y oscuro. Playas desde luego inutilizables como tales por el clima gélido y huracanado de las Islas, que todo lo estropea; pero que son muy lindas para la vista y la fotografía.  



Una cosa que en seguida me llamó la atención fueron "los colores" de Malvinas es decir de la ciudad, del agua, de los montes, de los pastizales, de las piedras.... que juraría eran solo grises en 1982 durante la guerra. En ese momento no puedo asegurar que haya visto "colores": todo era gris. Y los vagos recuerdos también fueron durante tantos años en blanco y negro.

Puerto Argentino da la impresión de ser una ciudad muerta o abandonada a juzgar por la poca actividad que tiene y ofrece, y por la casi nula presencia de personas en sus calles. La vida en en Puerto Argentino transcurre puertas adentro, en el encierro. Probablemente debido al adverso clima, la actividad en sus calles se limita a algunos automóviles que esporádicamente las atraviesan en muy cortos viajes que realizan los lugareños para trasladarse de una casa a otra, o a un supermercado, o alguna de sus tabernas (nadie camina). Desde las cuatro de la tarde solo el viento pasea por las calles. Solo los restaurants de los hoteles (se cena desde las seis de la tarde y hasta las nueve) y un par de tabernas quedan iluminados y con algo de actividad en la temprana y oscura noche malvinera. Pasadas las diez, es un cementerio.
Los pocos comercios de recuerdos que existen para proveer de chucherías a los visitantes de los cruceros, abren sus puertas solo un par de horas al día coincidiendo con la presencia de los pasajeros de estos barcos en sus calles. 

La ciudad la recorrí todos los días y algunas noches (son ocho cuadras por cuatro), y todas las veces me sentí "ajeno", "externo" a la misma. No era ni la sentía como "mi lugar", ni como una ciudad "argentina". Daba lo mismo que fuese Puerto Argentino (se siente "muy, muy Stanley") o en alguna ciudad isleña europea, sajona. Las Islas son nuestras, pero lo que permitimos se establezca en ellas, nada tiene que ver con nosotros.

La población de las Islas esta constituida principalmente por personas mayores que son quienes en general viven resentidos por la guerra y pendientes aun hoy, de la presencia y actividades de Argentinos que visiten las islas.  Presencia que desde luego rechazan de lleno y que muy a su pesar, no pueden evitar pero desearían hacerlo. Y por otro número de niños y pre adolescentes solo visibles en los horarios de ingreso y/o salida escolar, ya que al pasar a la adolescencia la mayoría de los jóvenes emigra y directamente (si puede) no vuelve, o lo hace ya (si no les queda otra) al ser muy mayores. 

La población de edad "adulta" (o activa) en Puerto Argentino está conformada por muchos (quizás demasiados) chilenos, que si bien se sienten súbditos de la corona y se consideran pertenecientes a la realeza británica, son quienes realizan realmente las tareas de servicios (remises, limpieza, albañilería, jardinería y atención en hoteles, supermercados y tabernas). También hay, en menor medida, otras minorías de sudamericanos emigrados dedicados también a los servicios que los kelpers no quieren hacer. Mi sensación es que de seguir con esta tendencia los chilenos serán mayoría en las islas en un par de generaciones. Aunque los propietarios de las estancias, casas y terrenos siguen siendo "nativos kelpers". (Y los verdaderos propietarios de las Islas, nosotros).

La visita a los sitios de combate, contribuyen al sustento de muchos de estos "extra kelpers" que viven en las islas, ya que son ellos quienes ofrecen a cambio de unos cientos de libras, visitas guiadas de habla hispana a (SIC) "los puntos donde se libraron las peores y mas crudas batallas" (Algunos hasta garantizan visualizar "sangre" de 1982 por un par de libras mas). 

Por lo que pude ver en esa semana de estadía en la que recorrí a pie fundamentalmente los alrededores de Puerto Argentino, la zona el viejo aeropuerto y alguno de los montes cercanos, es que tienen un circuito "preparado" para el turismo que no se condice del todo con los lugares ocupados realmente por las tropas argentinas en 1982. En ese circuito han hecho algunos pozos y trincheras "ad hoc" de fácil acceso para que el turista desprevenido y ávido del recuerdo "histórico", se saque en ellos la foto de rigor en lo que fue "el último campo de batalla artesanal del siglo XX".

Recorrer los sitios que realmente ocupamos en 1982 durante la guerra, lugares donde realmente hubo combates, y donde estuvimos, y ver en ellos como mudos testigos de aquel entonces restos de latas y hierros oxidados, cueros de lo que pudieron ser algún día borceguíes, vainas de municiones, telas, pozos y marcas de las explosiones convertidos en pozos inundados, restos de lo que fueron puestos de defensa argentinos, me hizo sentir (ahora en 2018) extraño y lejano a todo ese paisaje, me supe "ajeno" a los recuerdos de esos campos. Me costó  mucho "verme" en esos lugares hace tanto tiempo. Sabiendo que estuve allí me costó reconocerme en ese lugar.

Percibí que si bien estuve en combate en esos lugares en 1982 realmente se trató de un rol, un personaje que me tocó representar en aquel momento, a pedido de toda una sociedad y de un ejército que me tenía por ley entre sus filas. Y que ese personaje, ese rol que tuve durante la guerra poco o nada tenía que ver conmigo. La guerra transforma, cambia, aleja a la persona de sus principios, de sus creencias, y de sus valores; cada disparo, cada día de combate, cada caído, cada muerto separan "al soldado" de la "persona" que lo representa. Y ahora había tal distancia entre ambos que era imposible casi relacionarlos.

Constaté estando ahí, que ese rol estaba muerto y que no habían quedado temas pendientes que cerrar con él, nada que reprocharle, nada que agradecerle o recriminarle, ninguna culpa, ningún arrepentimiento. Me queda su recuerdo desde luego, pero evidentemente había hecho el duelo de manera correcta, y estaba en paz con esa "pérdida". Por eso seguramente no sentía necesidad alguna de volver. Y me sentí en paz conmigo mismo.

Ese rol, ese personaje, "el yo soldado" podía estar tranquilamente enterrado en algún sitio junto a los hierros oxidados, las latas, las vainas, los restos de borceguíes y los hoyos de tantas bombas inundados que estaban ahora frente a mis ojos, y no había necesidad alguna de revolver para encontrar algo suyo. Mientras realizaba ese peregrinaje obligado por lo que fueron "nuestros campos de batalla", la sensación era como la de transitar un viejo y abandonado cementerio.

Mas allá de todo lo indicado, en lo que refiere a "lo externo", debo decir que se nota demasiado la vigilancia y el seguimiento que agentes de seguridad o del ejercito, hacen (espero que solamente) a los grupos de Veteranos de Guerra Argentinos que recorren las islas en sus visitas. Seguramente podrían hacerlo mejor, es decir de manera mas disimulada, pero entiendo que es parte del intimidamiento que pretenden. Ayudados voluntariamente quizás por algunos de estos kelpers aburridos y resentidos, pero siempre atentos, a lo que algún "argie" pueda hacer o piensan que iría a hacer. Nada de banderas celestes y blancas, nada que recuerde que argentina es la propietaria de esas islas y estuvo ahí para recuperarlas en 1982.

Es muy fácil ver camionetas, jeeps, automóviles que se estacionan en medio de la nada y desde los que un solitario conductor observa con modernos prismáticos la presencia y actividad del "o grupo o visitante indeseado", y cada tanto con el celular o radio en mano reporta seguramente lo que sucede (o sea ....... "nada").
Entiendo que son ellos quienes (una vez que el o los visitantes abandonan el lugar) revisan y retiran inmediatamente cualquier cosa que "el argie" haya dejado a modo de recuerdo o tributo sobre alguna "posición", piedra o pozo de zorro reconocido. Ningún indicio o recuerdo argentino quieren -ni permiten- que quede (solo los colocados por ellos o el ejercito "britt" recordando sus bajas). También, y sobre todo en las afueras de la ciudad, uno nota (y ve) las miradas silenciosas que desde detrás de las cortinas de las ventanas observan y controlan el paso del visitante. Son muy aburridos.

San Carlos me animo a afirmar que es de los peores lugares que uno pueda llegar a conocer. El viento huracanado y congelante es simplemente insoportable (y eso que era marzo). Se trata de un sitio "imposible", un lugar "gris", del mismo gris con el que conocí y recordé por años las imágenes sueltas de Malvinas. Nada para ver, nada para hacer un lugar ideal para pegarse un corchazo. Sinceramente mis respetos y reconocimiento a quienes les toco defender y luchar en ese lugar. 

Mas allá del cementerio británico de San Carlos, por todos los lugares en los que se combatió, se observan esparcidos entre rocas y pastizales, numerosas indicaciones, placas y cruces colocados por los ingleses que dan cuenta y recuerdan las bajas que tuvieron en sus tropas en 1982. 

El cementerio Argentino en Darwin es un capitulo aparte y se encuentra estratégicamente en medio de la nada, alejado de todo. Al acercarse se percibe y siente una energía negativa tremenda. Tristeza, desolación, dolor, y muerte acompañan al visitante en cada minuto que uno pisa ese lugar. El silencio sepulcral  y el viento que no cesa nunca, parecen amplificarse (si eso fuera posible) en Darwin, y ayudan a la sensación de angustia y de desolación. Es como que todo el silencio característico de quienes combatieron en una guerra (que se manifiesta en las posguerras), se hubiese juntado y quedado en ese lugar. Un silencio que atraviesa el alma. Un silencio mortal en contraposición a los sonidos también mortales pero ensordecedores de las explosiones, los disparos y los gritos escuchados hacía casi 36 años y que de a ratos volvían a aparecer en mi cabeza. Darwin es un sitio sin tiempo, sin color, y sin sonido.

Las tumbas van pasando y afloran casi con igual velocidad los recuerdos de tantos cuerpos y caras iluminados por los flashes anaranjados, rojizos de los disparos y las explosiones en la cerrada oscuridad de 1982. Caras de desesperación y de dolor, ojos vacíos, bocas abiertas en un grito desgarrador silenciado abruptamente y congelado para siempre por la sorpresiva, traicionera e inoportuna muerte. Darwin es Desolacion, Dolor, Desazón, Tristeza.




Estuve allí exactamente una semana antes de la visita de los familiares de los caídos al cementerio de Darwin; fue duro recorrer las tumbas y leer los nombres (ya identificados) de tantos compañeros que murieron inmerecida, dolorosa y tempranamente, "lejos -muy lejos- de aquella gloria con la que habíamos jurado morir" (pero deseando realmente "vivir"). 

Esa gloria de la que hablan los libros, los medios, la sociedad, y que desde luego ni los combatientes ni los caídos disfrutarán jamás. Esa gloria usada como mala excusa para tratar de justificar los daños irreparables y las pérdidas humanas de las guerras. Imposible no pensar en esas familias que desde hacía ya casi 36 años vivían tratando de darle un sentido a la abrupta e incomprensible ausencia de sus seres queridos, supliendo su presencia familiar con una foto de un muchacho vestido de militar congelado en el tiempo.

En Darwin sale a la luz, aflora, el dolor arrasador de  las guerras. Lo que no se dice, lo que se esconde. Las consecuencias particulares, las pérdidas y desgracias personales que aparecen cuando se pasa del plano colectivo al plano individual, ese plano en el que existen nombres y apellidos. Ese plano en el que la gloria, o el título de héroe no alcanzan nunca para justificar o paliar el dolor a una madre frente a esa muerte particular que le ha tocado en suerte.

No mucho mas para contar de Malvinas, poco que ver, poco que hacer; quien quiera ir, adelante, yo no lo recomendaría como destino turístico. Malvinas vale mucho mas por lo que representa, por lo simbólico, pero es sin dudas "un destino" para los argentinos.

Lo extraño, lo incomprensible es que (salvo en el cementerio de Darwin del que salí realmente con un gusto muy amargo en la boca) pese a no tener nada realmente atractivo (la cerveza barata y en enorme variedad de etiquetas hoy podría llegar a ser algo a favor de Malvinas) lo cierto es que esa semana en las islas se me pasó muy rápido y me sentí bienAjeno, lejano en muchas ocasiones, pero bien, en paz. Será que estando en Malvinas y a pesar de todo, los argentinos "nos sentimos en casa".

Sé que este viaje es el último que haré en mi vida a las Islas, ahora si estoy seguro de no querer volver ("Tacháme la doble"), pero reconozco que me sirvió y fue muy positivo; fue un "dar vuelta de pagina" definitivo, y creo que todos los veteranos que viajamos, cada uno a su manera y según sus necesidades o sentimientos, sacó provecho del viaje.  


                                                                                                                     

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