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martes, 22 de diciembre de 2015

Los "sentidos"

Me preguntaron hace unos días si el haber estado en combate "agudiza los sentidos".

Y sí, efectivamente, ante la situación de "peligro de muerte inminente", se agudizan los sentidos. 


No dudo que a todos los que estuvimos en esa situación nos pasó, (la vista, el oído, el "ver" de noche, el "oir" dormido, etc. etc.) y que mantuvimos esa "sensibilidad" mas allá del 82.

En mayor o menor tiempo cada quien, ya que en la medida que transcurre el tiempo y que se van viviendo situaciones mas "normales" -como todo animal ciudadano-, deja de ser necesario esa agudeza de sentidos para (sobre)vivir.

Llegando a los casos extremos de no ver una vaca a dos metros, ni a distinguir una bocina de un maullido de un gato.

Y creo que el tiempo que uno "prolonga" ese estado de "vigilia permanente" que se necesita durante el tiempo de combate, tiene que ver con el grado de superación e integración que cada uno logra en la posguerra.


Es decir está relacionado a cuanto pudo o no, el ex soldado "desprenderse" y "sobrellevar" el "efecto de la guerra" (de Malvinas en este caso) en su vida de posguerra. Con lograr el estar "aqui y ahora" y no seguir "pegado" en su rol de combate del 82.

Eso no significa dejar de "usar", consciente o inconscientemente, esos "truquitos" que uno aprende y que se hacen carne, cuando las situaciones lo ameritan (quizás el "olfatear" el peligro antes que otro, el no sobresaltarse ante el ruido de un disparo o una explosión, el estar atento a las salidas de emergencia en sitios cerrados, el identificar  inconscientemente que persona o personas serán las primeras a socorrer en caso de peligro, o que lugares son los mejores disponibles para protegerse y proteger a quienes están con nosotros, etc., etc.).

Pero hay otro tipo de sentidos que creo no equivocarme, se desarrollan durante combate, (en nuestro caso durante  la "gesta de Malvinas"), que no hay que dejar de lado.
Y estos sí son sentidos que no se pierden con los años, sino que por el contrario se van consolidando y agrandando.

Hablo del sentido de la amistad, del compañerismo, del deber cumplido, de los valores, de jugarse por un compañero, del respeto por los caídos y por los demás, del sentido de "patria" (o nación no sé bien la diferencia), del sentido de una causa justa, del sentido de la entrega, y algunos otros que seguro dejo de lado en este rápido recuento.


CCH2007

lunes, 24 de noviembre de 2014

Preparados para la guerra

Muchos continúan hoy, pasados ya mas de quince años de aquellos locos días de mayo y junio del 82, preguntando si los soldados estábamos bien preparados para la guerra.

Y para tener una idea del grado de esa “preparación”, nos consultan si el armamento que teníamos era acorde a la situación, si el abrigo que teníamos era suficiente para el clima de Malvinas, si el alimento que recibíamos contenía las calorías necesarias, si habíamos realizado tantas o cuantas prácticas de tiro, si había o no en las islas los benditos visores nocturnos, si los misiles, si los fusiles, etc., etc., etc. 


Se enfoca el tema en la logística y en el entrenamiento de lucha.

Pero además, la guerra expone a las personas a vivir y enfrentar situaciones anormales que exigen a su vez conductas anormales para poder superarlas. Situaciones que van mas allá de cualquier preparación física (o incluso imaginación) para la lucha.

De igual forma, la posguerra demanda luego otro proceso de preparación o adaptación para reinsertarse nuevamente en la vida diaria y volver a utilizar conductas “normales”, en un ámbito "normal".

En el caso de la guerra la preparación que brindan las fuerzas suele darse (como se suele consultar o preguntar) en técnicas de combate, en estrategias, en adecuación física a distintos medios, etc.  Preparan al soldado para la lucha, para la pelea, para el ataque y la defensa.
En una situación de riesgo de muerte como son los combates armados, si uno no tuvo esa preparación física (o la que tuvo fue insuficiente), la suplantará con adaptación, que suele ser rápida, natural, instintiva. De supervivencia. El instinto de preservación hace maravillas.

La persona se ve envuelta en situaciones límite, con manifiesto riesgo de muerte, que la obligan a realizar acciones sin reparar en las consecuencias futuras (no hay noción clara de futuro en la guerra, en el combate), ni siquiera en consecuencias presentes. La adrenalina del combate reemplaza todo.
Quien nunca había disparado o peleado antes, lo hará instintivamente. El “expertise”, la “preparación”, para manejar un arma o para pelear, se adquiere (mal o bien), rápidamente. Todos los medios disponibles (escasos o no, modernos o antiguos) se transforman en útiles y necesarios. Todo sirve y es funcional para sobrevivir; y uno utiliza todo lo que se tiene a mano (desde luego con mayor o menor grado de eficacia o eficiencia dependiendo de la situación y la persona).

Pero nadie prepara (o puede estar preparado) para lo que se ve, lo que se oye y lo que se siente durante los combates.

No hablo del miedo que absolutamente todos sienten, y que es controlado por la propia necesidad de supervivencia. O de la sensación de indefensión o angustia que genera el estar en el frente de batalla, frente al enemigo o en un bombardeo.

Nadie está preparado, o no hay preparación que valga, cuando de un segundo a otro, se tiene mutilado al amigo/compañero que está a tu lado. No hay preparación que valga ante el momento en que se pisotean las vísceras y restos de un amigo/compañero. No hay preparación que pueda preveer la reacción de una persona ante los gritos desgarradores de dolor de los amigos/compañeros alcanzados por fuego enemigo. No hay preparación que valga que anticipe (o permita borrar) el olor a carne humana quemada por las explosiones de artillería. No hay preparación que pronostique las reacciones de cada persona en situaciones extremas como las de un combate armado.

A su vez, preparar a las personas para la posguerra, es aún más complicado porque los recuerdos, el dolor, las heridas, no cesan con el “cese el fuego”, y porque uno debe aprender a convivir y sobreponerse a las consecuencias de las acciones realizadas durante la guerra. En general aquellas ligadas a la muerte.
A matar concretamente a desconocidos que al igual que uno y por decisiones políticas de un momento determinado, estaban en similar situación que la propia, en el lugar y tiempo menos apropiados.

El dolor, la culpa, las angustias, por ejemplo no desaparecen simplemente con algunos eufemismos utilizados para justificar lo injustificable, ni adornando los hechos con palabras bonitas. Hay que trabajar sobre ellos para sobreponerse y continuar con la vida.

Y es en este segundo proceso (la posguerra) en el que debiéramos estar mejor “preparados”, pues el combate tiene un final definido (el alto el fuego) pero la posguerra se lleva consigo el resto de la vida, y en ella hay que actuar con consciencia y responsabilidad, planificando el futuro y considerando lo actuado en el pasado. Conteniendo a la persona y ayudándola a encontrar nuevamente una identidad que lo integre en sociedad.

No siempre es fácil sobreponerse a lo vivido en la guerra.

Y en mucho ayuda el no poder sobreponerse, la "preparación" de la sociedad como tal para asumir la responsabilidad de enviar al combate armado a parte de sus integrantes. Y 
la preparación de la sociedad, o del estado, para recibir y ayudar a los que regresan del combate una vez finalizados los mismos a integrarse a la vida "normal". 

Esta es una “preparación” (la de la sociedad) por la que no siempre se pregunta.

Considero entonces que a esta altura de los hechos, la pregunta no debiera ser solamente si los soldados estábamos preparados para la guerra. O cómo estábamos o habíamos sido preparados para el combate.

Debiéramos preguntarnos además si el estado, si la sociedad argentina, estábamos (y estamos) realmente “preparados para la posguerra”. Para recibir y contener a las personas que expusieron su vida en la guerra. Para afrontar las consecuencias de aquel apoyo brindado por todos a ir a una guerra. Para abrirles las puertas y ayudar a esas personas que vivieron el horror de un frente de batalla a reintegrarse en sus roles sociales de la manera menos conflictiva posible.

Tardamos muchos años en hacernos estas preguntas.


CCH2007 (Abril 1999)