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jueves, 11 de febrero de 2016

Malvinizar (II)

“Malvinizar” es un nuevo concepto, surgido con posterioridad a 1982, muy usado desde entonces, y que en general engloba distintas acciones que ayuden a crear conciencia, a instalar en la sociedad el tema de la soberanía y de la recuperación de las Islas Malvinas.

“Malvinizar” es dar herramientas, argumentos y medios -sobre todo a las nuevas generaciones- que sirvan para recuperar el territorio nacional ocupado por el reino unido.

“Malvinizar” está pensado mirando hacia adelante, creando un futuro que “incluya Malvinas” en el día a día.

Pero cuando se habla de “Malvinizar”, generalmente se habla o se termina hablando de la guerra y de los actos de combate (que hubo muchos y muy rescatables desde luego, y que merecen ser contados), o de los veteranos de guerra. Eso no es “Malvinizar”.

Hablar de la guerra y de lo actuado en combate es algo que en el fondo y para la gran mayoría de la sociedad no pasa de “la anécdota”. Es hablar de algo que no dá argumentos para el reclamo. Es hablar de algo que no debiera volver a suceder. Es hablar de algo que “no construye” hacia adelante.

Si queremos recuperar Malvinas, evidentemente no será haciendo lo mismo que hicimos durante casi toda nuestra historia, tenemos que hacer y pensar de manera muy distinta (y mejor) a lo que vinimos pensando y haciendo.

Con esa visión, creo que hay que ver y analizar Malvinas (la guerra) como cualquier otro hecho de la vida personal, de la vida nacional, y no centrarse en los sucesos militares, bélicos, para ver y utilizar Malvinas (la guerra) como ejemplo de algo de lo que todos debiéramos aprender. ¿Cómo llegamos a ella?, ¿Cómo seguimos después de ella? ¿Qué nos sumó esa experiencia? ¿Qué ganamos? ¿Qué perdimos? ¿Que nos cambió?... Etc.

Tenemos que aprender de todo eso, y hacer que todo lo que pasó nos sirva para algo positivo.

Con detalles de lo que se hizo en combate, con los detalles técnicos de los aviones o los cañones utilizados, reviviendo alguna operación realizada en Malvinas, quizás se busque o se logre el reconocimiento hacia los veteranos (siempre pendiente), pero en definitiva no se crea sustento ni bases pensando hacia adelante en lograr la recuperación de la soberanía de nuestras Islas Malvinas.

Los relatos que aportan, en tal caso, son aquellos relacionados a los aprendizajes que nos dejó la guerra de Malvinas; a las vivencias y transformaciones que nos provocó el hecho de pasar por esta dura experiencia, a la forma en que, como sociedad, encaramos y nos hicimos cargo de lo decidido y lo actuado.

Hablar de los metros de eslora que tenía el ARA Gral Belgrano o la cadencia de tiro de los cañones antiaéreos Oerlikon no le modifica la vida a nadie, no es ir hacia adelante, no es “Malvinizar”


CCH2007

viernes, 15 de enero de 2016

Relatos de Malvinas

No comparto -o no me parecen correctas- las “formas” de los relatos que a menudo se hacen cuando se trata de hechos bélicos de la Guerra de Malvinas.

Aclaro que para nada reniego, ni niego (por el contrario, respeto mucho) lo actuado por muchos soldados y cuadros durante la guerra. Es un motivo de orgullo haber participado en los combates por Malvinas en el 82 y haber compartido con muchos VG vivencias y acciones inolvidables.


No comparto cuando esos relatos se hacen cuasi “novelándolos”, con descripciones retóricas dignas de ser incluidas en la revista Billiken, donde parece que se cuentan las acciones de guerra como si fuesen algo "casi deseable", hasta con ciertos visos de "romanticismo"; o cuando hacen parecer que San Martín y Belgrano quedan a la altura de un poroto ante la valentía y abnegación que muchos dicen haber tenido.

Simplemente porque no se condice con lo que yo ví -y viví- en los sesenta y pico de días que estuve en Malvinas (y durante los combates).

No “siento” como real cuando se presentan los hechos tan “idílicamente”, cuando se “maquilla” tanto la situación.

En lugar de: 
……"esa fría mañana, algunas gaviotas sobrevolaban nuestras posiciones, el cielo plomizo y el helado aire de Malvinas endurecían aún más nuestros rostros, y sentíamos en la sangre el impulso sanmartiniano ante el vil invasor......."
Considero que se acerca más o que describe mejor el estado de ánimo y la situación que se vivía: 
...." estábamos con el barro hasta las pel#tas, se nos agotaban las municiones, y le tirábamos a lo que se ponía enfrente (y si era inglés …..mejor)”,……o “no sentíamos si hacia frio o calor, no dábamos mas, pero seguíamos poniendo el hombro, teníamos miedo y nos dábamos fuerza y ánimo entre todos, ...".

Tampoco la descripción que hace ver a los VGM como eximios guerreros, o que pareciera que se estaba a gusto con la batalla, y no sentía miedo o temor en esos momentos.
Miedo -según la real academia española- es una sensación de alerta y angustia por la presencia de un peligro o mal, sea real o imaginario.
Quien diga que no sintió miedo en la guerra, en los combates, en los bombardeos,……. con todo mis respetos: “No le creo”.

Todos tuvimos miedo, pero ahí estuvimos, nos quedamos, desde luego cada quien con diferentes grados de temor e incertidumbre; pero "apretamos los dientes", e hicimos lo que pudimos, supimos y consideramos que debíamos hacer,...... y fuimos para adelante.

Es decir, reitero, respeto 100 % lo actuado, vivido y sentido por el grueso de los VG, pero creo que “maquillar” los relatos no los hace más creíbles o memorables. 


CCH2007

martes, 22 de diciembre de 2015

Los "sentidos"

Me preguntaron hace unos días si el haber estado en combate "agudiza los sentidos".

Y sí, efectivamente, ante la situación de "peligro de muerte inminente", se agudizan los sentidos. 


No dudo que a todos los que estuvimos en esa situación nos pasó, (la vista, el oído, el "ver" de noche, el "oir" dormido, etc. etc.) y que mantuvimos esa "sensibilidad" mas allá del 82.

En mayor o menor tiempo cada quien, ya que en la medida que transcurre el tiempo y que se van viviendo situaciones mas "normales" -como todo animal ciudadano-, deja de ser necesario esa agudeza de sentidos para (sobre)vivir.

Llegando a los casos extremos de no ver una vaca a dos metros, ni a distinguir una bocina de un maullido de un gato.

Y creo que el tiempo que uno "prolonga" ese estado de "vigilia permanente" que se necesita durante el tiempo de combate, tiene que ver con el grado de superación e integración que cada uno logra en la posguerra.


Es decir está relacionado a cuanto pudo o no, el ex soldado "desprenderse" y "sobrellevar" el "efecto de la guerra" (de Malvinas en este caso) en su vida de posguerra. Con lograr el estar "aqui y ahora" y no seguir "pegado" en su rol de combate del 82.

Eso no significa dejar de "usar", consciente o inconscientemente, esos "truquitos" que uno aprende y que se hacen carne, cuando las situaciones lo ameritan (quizás el "olfatear" el peligro antes que otro, el no sobresaltarse ante el ruido de un disparo o una explosión, el estar atento a las salidas de emergencia en sitios cerrados, el identificar  inconscientemente que persona o personas serán las primeras a socorrer en caso de peligro, o que lugares son los mejores disponibles para protegerse y proteger a quienes están con nosotros, etc., etc.).

Pero hay otro tipo de sentidos que creo no equivocarme, se desarrollan durante combate, (en nuestro caso durante  la "gesta de Malvinas"), que no hay que dejar de lado.
Y estos sí son sentidos que no se pierden con los años, sino que por el contrario se van consolidando y agrandando.

Hablo del sentido de la amistad, del compañerismo, del deber cumplido, de los valores, de jugarse por un compañero, del respeto por los caídos y por los demás, del sentido de "patria" (o nación no sé bien la diferencia), del sentido de una causa justa, del sentido de la entrega, y algunos otros que seguro dejo de lado en este rápido recuento.


CCH2007

domingo, 21 de diciembre de 2014

La tregua de Navidad (o que podría pasar en los momentos de combate)

Comparto una nota de Juan Gelmann publicada en 2011 en Pagina 12, que me gustó porque muestra que puede llegar a pasar si aflora el "lado humano" en una guerra.

Una Nochebuena particular

Cesaron los tiros. Los combatientes de una trinchera comenzaron a cantar un villancico. En la trinchera de enfrente respondieron con el mismo villancico en otro idioma. Los adversarios de ambos bandos salieron a la tierra de nadie sembrada de cadáveres y confraternizaron. Sucedió el 24 de diciembre de 1914 en el frente de la Bélgica francesa donde terminó la guerra de posiciones y tuvo lugar la batalla de Flandes. A esa altura, la Gran Guerra o “la guerra que iba a terminar con todas las guerras” había cobrado decenas de miles de vidas en cuatro meses. Y el pronóstico falló.

La Historia conoce treguas desde Troya, concertadas entre los mandos enemigos para enterrar a sus muertos, rezar por la victoria, dar algún descanso a las tropas. Esta fue espontánea. La instauraron los efectivos alemanes y británicos enfrentados corriendo el riesgo de padecer sendas cortes marciales, tal vez movidos por el encuentro de la memoria de Navidades pasadas en compañía de sus familias, con la fe en Dios y la fatiga de una guerra sin sentido aparentemente provocada por el asesinato de un remoto archiduque. No se trata de un mito ni de un cuento de Navidad: ocurrió, aunque relatos, novelas, canciones y películas que nacieron de este hecho excepcional lo envolvieron luego con capas de fantasía.

Una fuente legítima de conocimiento son las cartas que los soldados, suboficiales y oficiales británicos enviaron a sus familiares y se publicaron en periódicos ingleses locales hasta que su aparición fue prohibida en 1915 (Eden.co.uk - Christian Bookshop - Christian Books, Christian Music & DVDs, Church Supplies and Gifts). Construyen una narrativa sin tapujos que deshace toda posibilidad de literatura fantástica. No hace falta. Menos de 60 metros separaban las trincheras de los contendientes en Ypres y los de un lado podían escuchar las conversaciones del otro cuando callaban los fusiles. El 24 de diciembre de 1914 un extraño silencio acompañó la caída del crepúsculo. A las 11 de la noche, los alemanes alzaron un árbol de Navidad con velas encendidas que recibió algunos tiros hasta que se oyó el “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Fue respondido enfrente con el “Silent Night”, el villancico “Noche de Paz” en otras lenguas. Y siguieron otros: “Oh, Come All Ye Faithful” y “Adeste Fideles”.

Los soldados salieron entonces de los pozos de fango en que se habían convertido las trincheras, cremaron o enterraron los restos de los caídos que llevaban semanas bajo el frío invernal, se dieron la mano en medio de la tierra de nadie –ahora de ellos–, intercambiaron cigarrillos ingleses por schnaps y caramelos alemanes y no tardaron en jugar al fútbol con una pelota de verdad aportada por un militar precavido. Los puntiagudos cascos alemanes delimitaban los arcos y no se oían cañonazos, sino gritos de “goal” y “tor”. Los Fritzs les ganaron a los Tommies 3 a 2.

“La noche pasó como en sueños”, escribió el soldado británico Henry Williamson. “Descubrimos que los del otro lado no eran bárbaros, como se nos hizo creer –declaró el escocés Alfred Anderson–, eran como nosotros.” “Nos separamos estrechándonos las manos largamente y deseándonos lo mejor”, anotó en carta a su familia Percy Jones, de la Brigada Westminster. Abundan en esas misivas la mención “soñando despierto”. Los altos mandos franceses negaron lo sucedido, pero Víctor Granier, tenor de la Opera de París, interpretó “Minuit, Chrétiens” y Walter Kirchoff, un astro de la Opera Imperial de Berlín, cantó para los ingleses.

Los jefes militares estaban presos en su indignación: la guerra debía seguir, la matanza debía seguir en aras del interés nacional de cada quien. El general sir Horace Smith-Dorrien ordenó cesar los contactos con el enemigo porque “debemos conservar nuestro espíritu de lucha para acabar con esta guerra rápidamente”. Más rápido hubiera sido ponerle fin: el armisticio se firmó cuatro años después con un saldo de diez millones de muertos y 20 millones de heridos.

El 25 a la mañana se ofició una suerte de misa por los muertos de los dos ejércitos y la confraternización continuó. Como las tropas de reemplazo de los “pacifistas” tardaban en llegar, la tregua se prolongó varios días. Los cañones inauguraron el 1915 creando un Año Nuevo inédito para casi todos. George Wilson, de la 3ª Compañía de Rifleros de Londres, escribió en su diario: “Nos separamos sabiendo que difícilmente nos volveríamos a ver”.

Los capitanes Miles Barnes y sir Iain Colquhoun, de la 1ª Compañía de Guardias Escoceses, intentaron convertir esa tregua en tradición: en la Nochebuena de 1915, efectivos británicos y alemanes sólo se mezclaron media hora en la tierra de nadie, pero durante todo el día de Navidad se sentaban en sus respectivos parapetos a la vista del enemigo sin disparar un tiro. Una Corte Marcial juzgó a los capitanes y el hecho ya no se repitió.

En un mundo que no conoce un solo día de paz desde 1939, con una guerra siempre en algún rincón del planeta, esa tregua parece una ficción. 



Nada, o todo que ver con la guerra de Malvinas, y cualquier guerra

Es decir, ¿que pasaría en el combate, (como alguien bien dijo: ese lugar donde jóvenes que no se conocen, ni tienen nada personal en contra de los otros, se matan entre sí por culpa de otros mas viejos, que si se conocen y se odian, pero son incapaces de hacerse daño) si se tomase consciencia y se pudiese reflexionar sobre lo que vendrá después de finalizada la guerra? Si se tomase el minuto de reflexión para analizar que es realmente lo que está moviendo a cada bando a matar al otro.


Esto de la tregua de navidad de 1914, da para pensar un poco en cuántas cosas cambiarían si siguiésemos realmente nuestros instintos y sentimientos, y pateásemos el tablero de vez en cuando.  

Cuán distinto sería el mundo si nos animásemos a ir cada tanto en contra "del orden establecido" cuando sabemos fehacientemente que se está actuando erróneamente, en contra de la vida.

Nos pasó a muchos soldados argentinos, cuando fuimos tomados prisioneros por los 
britts (soldados británicos), el ver que la gran mayoría de ellos no quería saber nada de estar allí, a los tiros con nosotros. Y que no había odio para con nosotros, sino respeto, y que se daban al diálogo (en un duro y confuso spanglish) y que se preocupaban por saber cosas de uno, compartite un alimento, o simplemente darte una mano

Algo muy raro considerando que un par de días antes estábamos matándonos unos a otros, pero que muestra que en el fondo, en el frente de batalla, nada es tan distinto de uno u otro lado (hablo de lo que se siente, piensa, vive como ser humano, como persona).




CCH  (diciembre 2004)

lunes, 24 de noviembre de 2014

Preparados para la guerra

Muchos continúan hoy, pasados ya mas de quince años de aquellos locos días de mayo y junio del 82, preguntando si los soldados estábamos bien preparados para la guerra.

Y para tener una idea del grado de esa “preparación”, nos consultan si el armamento que teníamos era acorde a la situación, si el abrigo que teníamos era suficiente para el clima de Malvinas, si el alimento que recibíamos contenía las calorías necesarias, si habíamos realizado tantas o cuantas prácticas de tiro, si había o no en las islas los benditos visores nocturnos, si los misiles, si los fusiles, etc., etc., etc. 


Se enfoca el tema en la logística y en el entrenamiento de lucha.

Pero además, la guerra expone a las personas a vivir y enfrentar situaciones anormales que exigen a su vez conductas anormales para poder superarlas. Situaciones que van mas allá de cualquier preparación física (o incluso imaginación) para la lucha.

De igual forma, la posguerra demanda luego otro proceso de preparación o adaptación para reinsertarse nuevamente en la vida diaria y volver a utilizar conductas “normales”, en un ámbito "normal".

En el caso de la guerra la preparación que brindan las fuerzas suele darse (como se suele consultar o preguntar) en técnicas de combate, en estrategias, en adecuación física a distintos medios, etc.  Preparan al soldado para la lucha, para la pelea, para el ataque y la defensa.
En una situación de riesgo de muerte como son los combates armados, si uno no tuvo esa preparación física (o la que tuvo fue insuficiente), la suplantará con adaptación, que suele ser rápida, natural, instintiva. De supervivencia. El instinto de preservación hace maravillas.

La persona se ve envuelta en situaciones límite, con manifiesto riesgo de muerte, que la obligan a realizar acciones sin reparar en las consecuencias futuras (no hay noción clara de futuro en la guerra, en el combate), ni siquiera en consecuencias presentes. La adrenalina del combate reemplaza todo.
Quien nunca había disparado o peleado antes, lo hará instintivamente. El “expertise”, la “preparación”, para manejar un arma o para pelear, se adquiere (mal o bien), rápidamente. Todos los medios disponibles (escasos o no, modernos o antiguos) se transforman en útiles y necesarios. Todo sirve y es funcional para sobrevivir; y uno utiliza todo lo que se tiene a mano (desde luego con mayor o menor grado de eficacia o eficiencia dependiendo de la situación y la persona).

Pero nadie prepara (o puede estar preparado) para lo que se ve, lo que se oye y lo que se siente durante los combates.

No hablo del miedo que absolutamente todos sienten, y que es controlado por la propia necesidad de supervivencia. O de la sensación de indefensión o angustia que genera el estar en el frente de batalla, frente al enemigo o en un bombardeo.

Nadie está preparado, o no hay preparación que valga, cuando de un segundo a otro, se tiene mutilado al amigo/compañero que está a tu lado. No hay preparación que valga ante el momento en que se pisotean las vísceras y restos de un amigo/compañero. No hay preparación que pueda preveer la reacción de una persona ante los gritos desgarradores de dolor de los amigos/compañeros alcanzados por fuego enemigo. No hay preparación que valga que anticipe (o permita borrar) el olor a carne humana quemada por las explosiones de artillería. No hay preparación que pronostique las reacciones de cada persona en situaciones extremas como las de un combate armado.

A su vez, preparar a las personas para la posguerra, es aún más complicado porque los recuerdos, el dolor, las heridas, no cesan con el “cese el fuego”, y porque uno debe aprender a convivir y sobreponerse a las consecuencias de las acciones realizadas durante la guerra. En general aquellas ligadas a la muerte.
A matar concretamente a desconocidos que al igual que uno y por decisiones políticas de un momento determinado, estaban en similar situación que la propia, en el lugar y tiempo menos apropiados.

El dolor, la culpa, las angustias, por ejemplo no desaparecen simplemente con algunos eufemismos utilizados para justificar lo injustificable, ni adornando los hechos con palabras bonitas. Hay que trabajar sobre ellos para sobreponerse y continuar con la vida.

Y es en este segundo proceso (la posguerra) en el que debiéramos estar mejor “preparados”, pues el combate tiene un final definido (el alto el fuego) pero la posguerra se lleva consigo el resto de la vida, y en ella hay que actuar con consciencia y responsabilidad, planificando el futuro y considerando lo actuado en el pasado. Conteniendo a la persona y ayudándola a encontrar nuevamente una identidad que lo integre en sociedad.

No siempre es fácil sobreponerse a lo vivido en la guerra.

Y en mucho ayuda el no poder sobreponerse, la "preparación" de la sociedad como tal para asumir la responsabilidad de enviar al combate armado a parte de sus integrantes. Y 
la preparación de la sociedad, o del estado, para recibir y ayudar a los que regresan del combate una vez finalizados los mismos a integrarse a la vida "normal". 

Esta es una “preparación” (la de la sociedad) por la que no siempre se pregunta.

Considero entonces que a esta altura de los hechos, la pregunta no debiera ser solamente si los soldados estábamos preparados para la guerra. O cómo estábamos o habíamos sido preparados para el combate.

Debiéramos preguntarnos además si el estado, si la sociedad argentina, estábamos (y estamos) realmente “preparados para la posguerra”. Para recibir y contener a las personas que expusieron su vida en la guerra. Para afrontar las consecuencias de aquel apoyo brindado por todos a ir a una guerra. Para abrirles las puertas y ayudar a esas personas que vivieron el horror de un frente de batalla a reintegrarse en sus roles sociales de la manera menos conflictiva posible.

Tardamos muchos años en hacernos estas preguntas.


CCH2007 (Abril 1999)

viernes, 8 de agosto de 2014

Al "ex mayor" del ejército Carlos Plá

Dedicado a "mi mayor" producto de la charla mantenida el 3 de Junio de 1982 en Malvinas, mientras se daba  entierro a los caídos de ese día.


Aquella tarde en Malvinas
habían muerto compañeros
la muerte robó artilleros,
....tras el manto de neblinas.

Nos quedamos en el puesto
atentos a los combates
Vos y yo, tomando mate.
Un recuerdo que detesto.

Te respeté hasta ese día
como a un recto militar.
no se me ocurrió indagar
tu historial de policía (*).

Vos llegaste a las Malvinas
a cargo del “juguetito”:
el Roland (misil maldito)
de la defensa Argentina.

Sin embargo en esos días 
de combates y de muerte
tu mente corría otra suerte:
Combatir ….. vos no querías. 

 Tras su manto de neblinas,
un “ascenso” posterior,
era tu anhelo interior.
Nunca te importó "Malvinas".

¿Conoces Montevideo?
Tiraste, ….. “sin vaselina”.
Tu consulta repentina.
Fue peor que un bombardeo.

Mi cabeza no paraba
tratando de comprender 
¿que debía Yo entender
en la duda que planteabas?.

Y explicaste sin moral,
que a Uruguay nos llevarían,
cautivos en pocos días 
por ser un puerto “neutral”. 

Te c#gabas en Malvinas,
solo querías “volver, 
con tu hijita, tu mujer, 
tus rutinas de oficina”.

Eso usaste de “pantalla”
Cuando al fin te pregunté
"¿Por qué vamos a perder,
si estamos dando batalla?"

Y me hablaste de las Fuerzas….,
de desinteligencia argentinas….,
de voluntades mezquinas….
de situaciones adversas…. 

Destruiste mi esperanza,
con tu “rollo” de traidor,
Dejaste de ser “mi mayor”.
Pisoteaste mi confianza,

Dabas todo por perdido,
pensabas ser prisionero, 
y desde un puerto extranjero
volver, ….. y ser ascendido.

Terrible hijo de mil p#tas:
Eras "mayor militar" 
Tu deber era luchar, 
y dar ejemplo al recluta.

Tremendo hijo de mil p#tas:
Eras "mayor militar" 
Tu deber era pelear, 
al frente de tus reclutas.

Y tal como vos querías,
habrás vuelto a algún cuartel,
y a teniente coronel
te habrán ascendido un día.

Atrás ya quedó la guerra,
pero tu historia “puntana”
de represión ciudadana,
esa historia ……… no se cierra.

CCH (1992)


(*) Carlos Esteban Pla (Mayor del Ejercito en Malvinas) fué Jefe de Policía en San Luis durante la dictadura militar y fue condenado a prisión perpetua como autor de crímenes de lesa humanidad y autor material del asesinato de Graciela Fiochetti, y las desapariciones de Pedro Ledezma y Sandro Alcaraz.


lunes, 4 de agosto de 2014

Al Capitán Carlos A. Calvo (GADA 601)

Creíste que ser militar
requería adiestramiento
en recitar reglamentos
y en hoooooras de desfilar.

El borceguí bien lustrado,
y el uniforme impecable.
Era algo incuestionable
ser ducho en “Orden Cerrado”.

Capa-poncho mal doblada:
diez días de calabozo.
Y si estabas quisquilloso,
toda la tropa bailaba.

Lo tuyo era apretar giles
o intimidar estudiantes,
Seguro te era excitante
espiar "zurdos" y albañiles.

Que distinta fue la cosa
al pisar Islas Malvinas,
Se te escapaba la orina
ante la OTAN belicosa.

Cuando las bombas caían
te quedaste congelado,
en el pozo, "acovachado"
y tu voz … ya nadie oía.

De que cuernos te sirvió
Aprender los reglamentos,
Practicar alistamientos,
Si el miedo …. te devoró.

Capitán en la Argentina,
soldadito "de cuartel",
Triste ha sido tu papel
en la Guerra de Malvinas

Fingiendo una enfermedad
te escapaste como rata
partiste en una fragata.
en total clandestinidad.

Te volviste al continente
mientras los otros morían
¿Te preguntaste algún día,
que habrá sido de tu gente?

Te insultaron compañeros
a todos abandonaste
a pocos decepcionaste
siempre fuiste un traicionero

Que la culpa te devore
que no duermas nunca más
que te lleve Satanás
y el infierno te atesore.


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(Carlos Alberto Calvo fué un Capitán del GADA 601 que se arrojó, a los pocos días de iniciados los combates por Puerto Argentino, contra una cocina de combate para hacerse pasar como herido y ser trasladado al continente).

CCH  (octubre 1985)