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martes, 24 de noviembre de 2015

Que tendrá que ver Dios con las guerras.

A la mayoría de los dioses se les atribuye desde la antigüedad más remota, la potestad sobre la vida y la muerte de los seres vivientes (en particular de los humanos), y se imputa muchas veces a decisiones divinas la continuidad o no de "la vida", ya sea la de uno o las de millones de esos seres.

Cuando los seres humanos pretendemos asumir esa potestad y decidimos nosotros la continuidad o no de la vida de uno, cientos, o miles de personas (desde luego con acciones y decisiones humanas, que cuidan y velan por intereses humanos), no tiene sustento alguno el atribuir a los dioses o a intereses divinos la justificación de esas decisiones y acciones.

La guerra se vende con un marketing muy bien preparado y aceptado, para que los soldados a los que les toca ir al combate, no sólo no se rebelen, sino que además crean y estén convencidos que vale la pena matar y morir por las causas que sean hayan desencadenado esa guerra. Y a veces nos quieren hacer creer que esas causas tienen el aval de las divinidades. 
De hecho, es normal que se bendigan las armas antes de ser utilizadas en el combate, y la presencia de ministros religiosos (que mas allá de dar soporte espiritual al combatiente) pareciera dar una justificación, o un aval, a las causas que desataron el conflicto.

Es cuanto menos cuestionable (o sería realmente preocupante) que a los dioses les importe -o peor ....que avalen- que se le quite la vida (por ellos creada) a una persona o a miles, justificando esa acción en causas de límites geopolíticos, o intereses económicos o creencias religiosas, ya que el mundo fue creado -en principio por ellos mismos- sin países, ni gobiernos, ni religiones.

Para justificar entonces que alguien pueda matar a un semejante, se usa por un lado el marketing de la guerra, y por otro se crea un ámbito de desesperación y acorralamiento en el que sumerge a la persona para que en el combate pueda asesinar sin remordimientos a quien se considere que represente una amenaza para su vida y la de sus compañeros.

Porque si nos alejamos de los intereses humanos (de ninguna manera "divinos") con los que se trata de justificar esas muertes; estamos frente a acciones que en otras circunstancias serían calificadas directamente como homicidios (o asesinatos según fuesen los intereses en juego). Pero las muertes en los casos de guerra se califican o consideran como gloriosas, pues como dijimos se realizan en cuidado de intereses políticos, económicos, religiosos, etc. (humanos, todos ellos muy humanos).

En la vida en sociedad este tipo de acciones (matar a otro) no reciben “condena” legal cuando se puede demostrar que fueron en legítima defensa, o para evitar un mal mayor, o porque se estaba cumpliendo una orden (La guerra encaja perfectamente en estas acepciones). En el combate armado tampoco, es mas.... se las fomenta y se las aplaude.
Pero que “legalmente” no se reciba condena no significa que la persona no sea “responsable” (¿culpable?) del hecho material, de esa muerte.
No se va preso por la muerte provocada en esas "determinadas" circunstancias, pero quien la llevó a cabo, está identificado y llevará por siempre el peso de esa muerte en sus espaldas.

¿Entenderán los dioses estas “Justificaciones” legales?

¿Aceptarán los dioses los motivos por los que se le quita la vida a un semejante?

¿Qué le preguntarán los dioses a esas personas que mataron a otros cuando llegue la hora de enfrentarse a ellos y ya no existan, ni tengan sentido alguno, los límites geográficos, los intereses políticos, e incluso las diferencias religiosas?

¿Habrá premio o castigo?

¿O habrá que arrepentirse primero?

Pero ¿porque arrepentirse si nos habían dicho que era algo bueno ir a la guerra? ¿no era algo que ennoblecía? ¿Dios no estaba de nuestro lado?



CCH2007

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La guerra de Malvinas por los Excombatientes

Comparto un comentario de Carlos Gamerro publicado hace un tiempo respecto a los diálogos que se dan entre los Veteranos de Guerra y quienes no lo son, cuando se toca el tema de la guerra.

Me pareció muy bueno porque sintetiza en muy pocas líneas el sentimiento y la realidad de "esos hilos invisibles" (a decir de Cortázar) que nos unen a los ex combatientes de Malvinas.

... Cuando estaba escribiendo Las Islas, que trata, entre otras cosas, de la Guerra de Malvinas, quise entrevistar a los soldados que habían participado en ella. 


En su ensayo Experiencia y pobreza, Walter Benjamin dijo que durante la Gran Guerra los hombres
“volvían mudos del campo de batalla” y, agregaba, “no enriquecidos sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”

De eso que había pasado en las trincheras, los soldados que volvían no podían hablar, eso que habían vivido nunca había pasado antes.

Jorge Luis Borges nos recuerda, una y otra vez, que el lenguaje, para comunicar, requiere de experiencias compartidas. 

Palabras como “rojo”, “verde” o “violeta” nada pueden decirle a un ciego de nacimiento; ciegos también, y sordos, eran los oyentes de los soldados que volvían de las trincheras, educados por tres milenios de literatura épica y relatos orales a concebir la guerra como el terreno privilegiado donde se desplegaban valores como el honor, la gloria o la hombría.

Mi descubrimiento personal fue que los soldados volvían de Malvinas
no mudos sino lacónicos

Me miraban como si supieran de antemano que yo no iba a entender, que las mismas palabras significarían, para nosotros, cosas diferentes. 

Entre ellos, en cambio, se entendían perfectamente.

Cada palabra que usaban, como “frío”, “pozo de zorro”, “balas trazadoras”, “bombardeo naval”, desbordaba de paisajes, situaciones y vivencias definidas y precisas, infinitamente ricas y sugerentes, aterradoras, intolerablemente vívidas. Uno de ellos las pronunciaba; los otros asentían, generalmente mudos. 

Para hablar conmigo, todas las palabras parecían insuficientes.

Para comunicarse entre ellos, las palabras eran casi innecesarias: lo mismo valían los silencios y los gestos...


¿Será quizás por algo de todo esto que muchos ex combatientes preferimos "(no) hablar" de Malvinas solo cuando estamos entre Veteranos de Guerra?
CCH 2010

domingo, 30 de agosto de 2015

Malvinizar


Se habla mucho de "Malvinizar" y como no es un verbo con definición de la RAE (obviamente), cada quien tiene su idea de lo que “Malvinizar” significa.

En general se dice que se está “Malvinizando” cuando de lo que se está hablando es de los detalles de la guerra del 82, cuando se centra el tema en las acciones de combate que realizamos en Malvinas, cuando -rayando la locura- se pretende utilizar esos actos de combate para "inspirar a la juventud" (¿?!!), cuando se trata de justificar con esos actos de coraje "la nobleza de una guerra justa" (¿?), etc., etc.

Mi humilde opinión es que de esa manera se está hablando de la guerra
. Entonces “Malvinizar” sería un sinónimo de "guerrizar", de "combatear", de "militarizar" a la sociedad y a las generaciones venideras.

“Malvinizar” debiera tratar de rescatar la reacción del pueblo en su conjunto, mostrando la capacidad de unirnos y de focalizarnos en pos de defender un bien común. La posibilidad de movilizarnos tras un sentimiento o una necesidad colectiva que identificamos y sentimos como propia.

Malvinas no debe ser un sinónimo de guerra, de algo estrictamente militar, Malvinizar debiera ser una puerta abierta, un disparador, que nos permita y nos mueva a analizar y a hacernos cargo de nuestros actos, de nuestras decisiones, de nuestras reacciones, y de sus consecuencias. Si es que pretendemos aprender algo de la guerra (y luego, quizás recuperarlas).

Malvinizar debiera recordarnos que la defensa de lo que consideramos y asumimos como propio, con convencimiento y sentimiento reales (ya sean elementos materiales, como pensamientos, derechos, o creencias), se hace desde los roles que tengamos y que nos tocan asumir a cada uno y no con un arma en la mano imponiendo nuestro parecer.

Malvinizar debiera recordarnos el sentimiento que movió a toda la sociedad, a la unión y el respeto que había por quien tejió y envió bufandas, como por quien con desinterés entregó joyas o dinero para ayudar a los que estábamos en el frente, representándolos y asumiendo el mandato que nos delegaron. 

Esos sentimientos fueron los que produjeron la acción del soldado que arriesgó su vida ante las bombas enemigas para ayudar a su compañero herido o muerto en combate. No otros.

Porque ambas cosas se hacen con el convencimiento y el sentimiento de que se está haciendo lo que se debe hacer, sin pensar en intereses personales o analizando que ventaja va a obtenerse, por estar contribuyendo en una causa común que se considera y siente como propia.

Malvinizar debiera ser el ejemplo a tener en cuenta para mostrarnos que debemos reaccionar toda vez que alguien pretenda adueñarse de nuestras decisiones, de nuestros derechos, poniendo en juego esos intereses y esos derechos que asumimos y sentimos como nuestros y con los cuales nos identificamos.

Malvinizar no debe ser hablar de la guerra, de los tiros, de los muertos.

Malvinizar, para que sirva, debe ser hablar de nosotros, de los Argentinos y lo que podríamos lograr dejando de lado intereses personales o sectoriales.


CCH (Mayo 2001)

sábado, 23 de mayo de 2015

Los desechos de las guerras

Los seres vivos reaccionan ante una agresión externa (por ejemplo ante una infección) poniendo en marcha un mecanismo de defensa (como los glóbulos blancos) que procura devolver al organismo el equilibrio y la normalidad para su correcto funcionamiento, mientras el cuerpo todo se adapta para hacer frente a ese evento, cada parte cumpliendo con su función.  
Al finalizar la agresión el propio cuerpo se encarga de expulsar fuera de su seno todos los "residuos" o resultados de ese ataque que pudieran haber quedado; y volverá poco a poco a funcionar como lo venía haciendo, con o sin alguna lesión o cicatriz temporal o permanente. Pero lo que se vió afectado por la lucha contra el agente externo, ya no forma parte del mismo (células, humores, etc.). 

La sociedad como "ser vivo" que es, debe disponer también de herramientas de defensa ante ataques (externos o internos) que pongan en riesgo su integridad o salud. Para eso cuenta con fuerzas armadas, desarrolladas y equipadas de manera tal que puedan responder ante los ataques o amenazas de las hipótesis de conflicto que los escenarios de cada momento político definan. 
Y puede o no incorporar temporal y voluntariamente a esas fuerzas armadas ciudadanos cuyo interés no sea formar parte de ese ejército -por no tener la vocación militar como guía de sus vidas-, pero que estén convencidos de la necesidad de estar preparados para defender a su patria en caso de ser necesario. 

Lo que no poseen las sociedades es el mecanismo mencionado de los seres vivos para expulsar de su seno los "residuos", los "despojos", los "resultados" de sus enfrentamientos, de sus guerras. 
Y como no puede eliminarlos, expulsándolos fuera de si, entonces los aisla, los esconde, los separa, para que sean lo menos visibles ante el resto.

El verdadero problema de las guerras, está en las posguerras. No hay muchas opciones de "que hacer" con los muertos del combate, pero no está tan claro, ni es fácil definir "que hacer" con los que sobreviven al mismo.

La sociedad sabe cuando envía a parte de sus integrantes a una guerra, que está comprando un problema a futuro con los sobrevivientes, pero los envía igual, pues considera que es mas importante librar esas batallas, que el problema posterior de que hacer con las vidas destrozadas o afectadas por las guerras. 

La historia demuestra que son mas importantes los intereses políticos, estratégicos, religiosos y/o económicos que las vidas humanas que se verán afectadas por las guerras. Nunca se midieron -ni medirán- esos intereses políticos, estratégicos, religiosos y/o económicos en función de los cadáveres que provocan.

Por eso se vende tanto y con tan buen marketing la idea de ir a una guerra, de ser soldado, de defender el bien común,  pero nunca se menciona lo que pasa al finalizar la guerra, cuando ya no se forma parte de esa "élite" que combate, cuando se está solo, cuando ya no se usa el casco y se deja de portar el fusil. Cuando la sociedad vuelve a su funcionamiento "normal".

No se cuenta, ni difunde lo que le pasa a tantas personas cuando la sociedad que los envío a la guerra, ya no necesita que combatan por ella, y ante la imposibilidad de expulsarlas, las aísla. De diversas formas, por ejemplo identificándolas como combatientes (o ex combatientes), no dándoles lugar a re insertarse en funciones productivas, forzándolas a vivir en el pasado y de una pensión que esa misma sociedad se encarga de brindarle como compensación a ese aislamiento. O utilizando otra "etiqueta" y llamando héroe al ex soldado, para utilizarlo en alguna celebración patria haciéndolo desfilar como si fuese militar (que no es, ni tampoco es reconocido asi por las fuerzas armadas en las que prestó servicio).
Imponiendo a la persona un nuevo rol, justificando su etiqueta y aislamiento. 

Ese es en última instancia, el mecanismo de "expulsión" que tienen las sociedades para las "células" que se vieron afectadas en su defensa y sobrevivieron.

CCH2007



sábado, 25 de abril de 2015

Que se piensa al disparar ?

Me preguntaron hace un tiempo, sobre lo difícil que debe ser ese momento en el que uno toma conciencia que va a matar. Sobre lo angustiante que debe ser “apretar el gatillo” sabiendo el daño que provocará ese proyectil que uno dispara al impactar sobre otra persona.

Para nada. Es facilísimo. No hay análisis. No se piensa en el daño que ese proyectil generará. Al contrario se dispara y se desea es que ese proyectil “genere” daño.

Apretar el gatillo es lo mas simple y elemental del mundo en esas circunstancias (Cuando se está bajo fuego enemigo y con riesgo de vida, no es momento de filosofar).
En esos momentos simplemente se dispara (con lo que uno tenga a mano, sea el arma que fuere, y se le dispara a lo que se ponga “enfrente de uno”), sabiendo que el que está enfrentándonos también desea quitarnos la vida o hacernos el mayor daño posible.

Solo cuenta el riesgo de vida. Solo cuenta que el que dispare primero y acierte, tendrá mas posibilidades de seguir vivo.

Quizás en esto se base el “lema” del servicio militar de que el soldado no piensa, el soldado obedece.

Y ese “lema” aplicado a estos casos, se sostiene a sabiendas de que lo difícil, lo complejo para el que dispara vendrá después, cuando ya los combates hayan pasado, cuando la “guerra” haya terminado (si es que acaso existiese un final de una guerra para los que combaten en ellas).

Pues el daño que esos proyectiles generan se manifiestan a ambos lados de la boca del fusil. Hay daños desde luego en quienes recibirán ese proyectil, pero también habrá secuelas y daños en quienes los dispararon. Nadie vuelve (sano) de una guerra. 

El objetivo de ese “lema” creo es justamente que no se piense (al disparar por ejemplo) sobre todo en el daño que "uno mismo se está haciendo". Y a su vez en que mas adelante se evite analizar lo realizado.
Puede ser difícil vivir tomando consciencia de los daños realizados; si fuese fácil, no sería tan alto el índice de suicidios entre ex combatientes.

También el hecho de los aplausos y la "glorificación" de la guerra, el llamar "héroe" al Veterano de Guerra, la búsqueda de reconocimiento por lo realizado en pos de "intereses superiores", se hace para que sea mas llevadero todo ese "bagaje de cosas" con el que uno se carga en la guerra y que se llevará consigo de por vida. Ya que desde luego ese "bagaje de cosas" no encaja en general con lo que se era, se creía y se aceptaba como correcto en la vida civil. Ámbito en el que luego de disparar uno debe volver a re-insertarse para continuar con su vida, lejos de las armas.

Si en el frente de combate se piensa y analiza lo que se está haciendo, puede suceder que se llegue a conclusiones que no convengan a los intereses en juego en ese momento, y que se descubra que no todos los del otro lado merezcan la muerte o la mutilación, y que sus familias lejanas tampoco merezcan el sufrimiento. 

Hecho que queda demostrado cuando en la posguerra se realizan encuentros de ex combatientes de ambos bandos y surge la camaradería al reconocerse ambos como personas que debieron pasar por el mismo horror pero desde distintos lados de la boca del fusil que se empuña. 

El soldado no piensa, el soldado obedece: obedece el mandato que la sociedad le impone a sabiendas del daño que se le está provocando (y por eso se le exige al soldado que no piense).

CCH


domingo, 5 de abril de 2015

No somos héroes

Yo no elegí ir a Malvinas para defenderlas en una guerra; no decidí ni pretendí asumir el rol de representar a la voluntad popular empuñando y disparando un arma contra los ingleses. Pero simplemente me tocó, y lo hice (o hice lo mejor que pude).

No quise, no deseaba, no fue mi propia elección, pasar los que fueron 67 días de los más terribles de mi vida. Pero no me arrepiento de haberlos pasado.

No deseé sinceramente hacer las cosas que tuve que hacer, jamás hubiese elegido pasar por lo que pasé, sentir lo que sentí. No quise perder los amigos que perdí. Pero lo enfrenté con entereza, con dolor, y no aflojé. No había realmente muchas opciones.

No quise tentar a la muerte de esa forma. No "elegí" estar allí, nunca lo hubiese hecho. Pero entendí que era necesario, que era lo que en ese momento debía hacer y se esperaba de mi. 
Y fuí, y me quedé, y sumé mis manos, mis ganas, mis broncas, y compartí miedos, y ansiedades, y llantos, y risas, y angustias, y dolores.

No estaba dispuesto a dar mi vida a cambio de nada. Lo que mas deseaba era salir de allí vivo cuanto antes, lograr el objetivo y volver lo mas entero posible.

No soy un héroe, solo viví una experiencia difícil, dolorosa que como tal hay que analizarla una vez superada.

Y una guerra, como un gran desafío, es siempre a la distancia más sorteable de lo que parece desde afuera. Hay una gran cuota de azar en ello. 

En la guerra el contacto sostenido con la muerte, la destrucción y el dolor, la incertidumbre de seguir vivo al minuto siguiente, el estar luchando por la vida, el recuerdo de los seres queridos; hace valorar y añorar las cosas más simples y elementales.

Cuando no se está ni siquiera en la base de la pirámide de las necesidades (de Maslow), se valora el estar vivo, se añora hacer las cosas de todos los días, sentirse sano, estar a salvo, tener cerca a sus afectos, compartir los sentimientos con ellos. Uno toma conciencia de lo que realmente tiene valor.  Dormir, reír, comer, un beso, una caricia, una voz amiga de aliento y contención, la familia, la amistad, un deporte, una película, una canción, son en esos momentos “lujos”, “sueños”, “deseos” inalcanzables y que solo un milagro podría devolver a uno. 

Y en estas competencias difíciles, duras, tremendas, se aprende que casi siempre es mas valioso el camino recorrido, que el objetivo que estaba al final del mismo. 
Y que desde luego está bueno alcanzar objetivos, pero que lo que realmente nos transforma, y nos mejora (ya que toda competencia es en realidad con uno mismo, buscamos alcanzar y superar los límites que uno se propone) es la preparación, y el camino que transitamos para alcanzarlos.

Y como en toda competencia en la que uno se dispone a participar, la guerra se supera cuando se actúa convencido de que lo que se está haciendo es lo correcto. 
Cuando se actúa siguiendo el corazón y la intuición, aportando el mejor esfuerzo; "dejando todo" por la meta planteada, el resultado o el objetivo es importante pero no es todo.

Y se hace carne que siempre vale esfuerzo realizado cuando lo que nos mueve es un sentimiento genuino, aun cuando no se llegue al objetivo planteado; o cuando el mismo parezca imposible o inalcanzable. 
Porque el verdadero valor, el beneficio real, de la competencia no está en el objetivo es sí mismo (es muy bueno y gratificante lograrlo –desde luego-), porque "lo valioso que nos queda" luego de competir no es el objetivo, si no nuestra propia superación. 
El objetivo en tal caso solo nos recuerda que "pudimos".

No somos héroes, somos personas que hicimos lo que cualquier otra hubiese hecho en esa misma situación.

Pudimos superar una prueba difícil que se nos puso en el camino, aunque no hayamos alcanzado el objetivo. Estamos de vuelta.
Y al mirar hacia atrás, podemos decir que todo valió la pena, porque hoy tenemos mas o menos todo aquello que tanto añorábamos hace 33 años y que parecían imposibles: amigos, amores, afectos, estamos vivos, tenemos salud, una casa, una familia y tenemos las ganas y la convicción para seguir adelante. Aprendimos.

Tenemos hoy las cosas que realmente se siente que tienen valor cuando no se tiene nada, y cuando se puede perder lo mas valioso que uno tiene que es la vida. 
Tenemos las cosas que nos llevaremos cuando tengamos que dejar este mundo. 
Tenemos el honor y el orgullo de haber vivido aquellos terribles 65 días y la vivencia de haberlo hecho con valor y en equipo, de haber estado a la altura de las circunstancias.
Tenemos mucho por delante, pasamos por muchas cosas, nadie sabe que sucederá mañana, preocupémonos por el hoy. 

CCH

lunes, 24 de noviembre de 2014

Preparados para la guerra

Muchos continúan hoy, pasados ya mas de quince años de aquellos locos días de mayo y junio del 82, preguntando si los soldados estábamos bien preparados para la guerra.

Y para tener una idea del grado de esa “preparación”, nos consultan si el armamento que teníamos era acorde a la situación, si el abrigo que teníamos era suficiente para el clima de Malvinas, si el alimento que recibíamos contenía las calorías necesarias, si habíamos realizado tantas o cuantas prácticas de tiro, si había o no en las islas los benditos visores nocturnos, si los misiles, si los fusiles, etc., etc., etc. 


Se enfoca el tema en la logística y en el entrenamiento de lucha.

Pero además, la guerra expone a las personas a vivir y enfrentar situaciones anormales que exigen a su vez conductas anormales para poder superarlas. Situaciones que van mas allá de cualquier preparación física (o incluso imaginación) para la lucha.

De igual forma, la posguerra demanda luego otro proceso de preparación o adaptación para reinsertarse nuevamente en la vida diaria y volver a utilizar conductas “normales”, en un ámbito "normal".

En el caso de la guerra la preparación que brindan las fuerzas suele darse (como se suele consultar o preguntar) en técnicas de combate, en estrategias, en adecuación física a distintos medios, etc.  Preparan al soldado para la lucha, para la pelea, para el ataque y la defensa.
En una situación de riesgo de muerte como son los combates armados, si uno no tuvo esa preparación física (o la que tuvo fue insuficiente), la suplantará con adaptación, que suele ser rápida, natural, instintiva. De supervivencia. El instinto de preservación hace maravillas.

La persona se ve envuelta en situaciones límite, con manifiesto riesgo de muerte, que la obligan a realizar acciones sin reparar en las consecuencias futuras (no hay noción clara de futuro en la guerra, en el combate), ni siquiera en consecuencias presentes. La adrenalina del combate reemplaza todo.
Quien nunca había disparado o peleado antes, lo hará instintivamente. El “expertise”, la “preparación”, para manejar un arma o para pelear, se adquiere (mal o bien), rápidamente. Todos los medios disponibles (escasos o no, modernos o antiguos) se transforman en útiles y necesarios. Todo sirve y es funcional para sobrevivir; y uno utiliza todo lo que se tiene a mano (desde luego con mayor o menor grado de eficacia o eficiencia dependiendo de la situación y la persona).

Pero nadie prepara (o puede estar preparado) para lo que se ve, lo que se oye y lo que se siente durante los combates.

No hablo del miedo que absolutamente todos sienten, y que es controlado por la propia necesidad de supervivencia. O de la sensación de indefensión o angustia que genera el estar en el frente de batalla, frente al enemigo o en un bombardeo.

Nadie está preparado, o no hay preparación que valga, cuando de un segundo a otro, se tiene mutilado al amigo/compañero que está a tu lado. No hay preparación que valga ante el momento en que se pisotean las vísceras y restos de un amigo/compañero. No hay preparación que pueda preveer la reacción de una persona ante los gritos desgarradores de dolor de los amigos/compañeros alcanzados por fuego enemigo. No hay preparación que valga que anticipe (o permita borrar) el olor a carne humana quemada por las explosiones de artillería. No hay preparación que pronostique las reacciones de cada persona en situaciones extremas como las de un combate armado.

A su vez, preparar a las personas para la posguerra, es aún más complicado porque los recuerdos, el dolor, las heridas, no cesan con el “cese el fuego”, y porque uno debe aprender a convivir y sobreponerse a las consecuencias de las acciones realizadas durante la guerra. En general aquellas ligadas a la muerte.
A matar concretamente a desconocidos que al igual que uno y por decisiones políticas de un momento determinado, estaban en similar situación que la propia, en el lugar y tiempo menos apropiados.

El dolor, la culpa, las angustias, por ejemplo no desaparecen simplemente con algunos eufemismos utilizados para justificar lo injustificable, ni adornando los hechos con palabras bonitas. Hay que trabajar sobre ellos para sobreponerse y continuar con la vida.

Y es en este segundo proceso (la posguerra) en el que debiéramos estar mejor “preparados”, pues el combate tiene un final definido (el alto el fuego) pero la posguerra se lleva consigo el resto de la vida, y en ella hay que actuar con consciencia y responsabilidad, planificando el futuro y considerando lo actuado en el pasado. Conteniendo a la persona y ayudándola a encontrar nuevamente una identidad que lo integre en sociedad.

No siempre es fácil sobreponerse a lo vivido en la guerra.

Y en mucho ayuda el no poder sobreponerse, la "preparación" de la sociedad como tal para asumir la responsabilidad de enviar al combate armado a parte de sus integrantes. Y 
la preparación de la sociedad, o del estado, para recibir y ayudar a los que regresan del combate una vez finalizados los mismos a integrarse a la vida "normal". 

Esta es una “preparación” (la de la sociedad) por la que no siempre se pregunta.

Considero entonces que a esta altura de los hechos, la pregunta no debiera ser solamente si los soldados estábamos preparados para la guerra. O cómo estábamos o habíamos sido preparados para el combate.

Debiéramos preguntarnos además si el estado, si la sociedad argentina, estábamos (y estamos) realmente “preparados para la posguerra”. Para recibir y contener a las personas que expusieron su vida en la guerra. Para afrontar las consecuencias de aquel apoyo brindado por todos a ir a una guerra. Para abrirles las puertas y ayudar a esas personas que vivieron el horror de un frente de batalla a reintegrarse en sus roles sociales de la manera menos conflictiva posible.

Tardamos muchos años en hacernos estas preguntas.


CCH2007 (Abril 1999)