domingo, 22 de febrero de 2015

¿De que hablamos cuando hablamos de "Malvinas"?

Hace unos días un amigo y compañero VGM escribía que: "a la inmensa mayoría de la gente que vive en la Argentina, le importa entre poquitísimo y nada Malvinas. Les chupa un reverendísimo huevo …….." y es a grandes rasgos, algo que no merecería mucha discusión. A simple vista, pareciera ser así.

Pero en realidad hay una gran parte de la población a la que le importa “Malvinas”, que “siente” Malvinas. Y me animaría a decir que la inmensa mayoría de la sociedad argentina no es indiferente a "Malvinas".

Evidentemente si hablamos de lo mismo con conclusiones diferentes, debemos analizar o ponernos de acuerdo respecto a que nos referimos cuando hablamos de "Malvinas".

En lo personal, considero que "Malvinas" es un concepto que (a priori) para los argentinos, comprende o “despierta” otros dos:

- el que se refiere a las Islas en sí mismas (nuestro territorio ocupado por los ingleses), y

- el que tiene que ver con la “mancha” (o el dolor) que representa esa ocupación en nuestro orgullo, en nuestra historia.

Y este último concepto, creo, es el que importa o el que duele; el que no le es indiferente a casi todos los argentinos. 
Y es a la vez el que me genera las dudas de que sean las Islas (como tales) las que importan.

Si hacemos memoria y nos preguntamos qué tan importante era “Malvinas” antes de la recuperación de 1982, la respuesta será que nos importaba muy poco; y ahí es irrefutable la afirmación de mi amigo.

“Malvinas” era un asunto que si bien estaba presente en el inconsciente colectivo, tenía en la gente una prioridad muy baja (cercana a cero). 
Era un tema que se tocaba en alguna clase de geografía o historia en la escuela, y ahí se terminaba la cosa. 
“Malvinas” era un tema que “alguien” debería resolver en algún momento. No era un tema que se sentía como propio.  No se "hablaba de Malvinas" antes de abril de 1982. 
Era poco el interés que las islas despertaban como territorio en sí mismo.
Quizás porque durante generaciones enteras no habían sido pisadas por argentinos, ni muy tenidas en cuenta en las prioridades de la gente, ni de los gobiernos de turno. 

Las Islas Malvinas no estaban “integradas” en ese inconsciente colectivo. 

O quizás "no se hablaba de Malvinas" porque Malvinas era además una "asignatura pendiente" que nunca supimos cómo resolver, y por las dudas era mejor no profundizar en el tema (¿para no asumir responsabilidades?).
O quizás porque "hablar de Malvinas" podría mostrar un flanco débil de nuestro "ser nacional", y  poner de manifiesto cierta desidia o desdén de muchos gobiernos y generaciones que no le dieron a las Islas la importancia que deberían haberle dado: Si las Islas Malvinas hubiesen sido realmente importantes, con tantos años y con tantos gobiernos de distinto sesgo, algo distinto hubiésemos hecho para cambiar la situación. 
O quizás fueron las incontables turbulencias institucionales, políticas y económicas de nuestra rica y corta historia como nación (o los intereses económicos con inglaterra), los que hicieron que las Islas Malvinas tuvieran un orden de prioridad mas bajo.  

Antes del 82 ni se hablaba de Malvinas.

Después de la guerra aparecieron libros, películas, folletos, programas, ensayos, tratados, marchas.
Miles de “malvinologos” que opinan, deducen, predicen sobre el futuro de las Islas, sobre sus implicancias geo políticas. 
Enorme cantidad de "pseudo estrategas militares" que profundizan y ahondan sobre cada relato de combate. 
Organización de charlas, debates con análisis de todo tipo, foros de opinión, etc. etc. todo girando alrededor de “Malvinas”.
Y por suerte también apareció en los últimos años, el apoyo político internacional de enorme cantidad de países al reclamo argentino de nuestra soberanía en las Islas, y una priorización y reconocimiento del tema Malvinas en la sociedad.

Es evidente que “Malvinas” aparece de nuevo en el "tapete nacional" (e internacional) a partir de la guerra. 
La guerra de 1982 fue sin lugar a dudas un quiebre respecto a “Malvinas”.



¿Qué pasó? ¿Qué produjo el cambio? ¿Porque “ahora” nos importa "Malvinas"? ¿Era necesaria la guerra para demostrarnos -a nosotros mismos- que las Islas eran importantes? ¿Necesitábamos una guerra para que Malvinas tenga la presencia que hoy tiene? 
Me parece que no,  no debió haber sido necesaria una guerra. 
No debimos perder las vidas que perdimos para darnos cuenta. Pero así fue.

Entonces toda esta "movida" posterior al 82 ¿es por las “Islas Malvinas” o es por “la guerra de Malvinas”?  A veces creo que no es por ninguna de las dos cosas.

Si la guerra cambió todo, tiene que ser entonces porque trajo o generó otros intereses que hicieron que ahora "hablemos de Malvinas", algo tiene que haber movilizado que nos hace ahora ver “Malvinas” con otros ojos; asignarle otra prioridad. 

La guerra de Malvinas “tocó” alguna fibra interna" que disparó la “Malvinología”, que plantó en la sociedad el tema de la necesidad de “Malvinización”.

La noticia de la recuperación de las Islas despertó una reacción de apoyo enorme, masiva, espontánea, en la que participó activamente casi toda la población; y en la que estaba representado todo el abanico de posiciones políticas e ideológicas (incluso contrapuestas). Parecía que la recuperación de las Islas era lo mas deseado (aunque casi nunca se hablaba del tema). Se aplaudió y apoyó la noticia como a ninguna otra antes en la historia.

Y creo que eso fue porque el 2 de Abril de 1982, no aplaudimos solamente la recuperación de las Islas: Además de la recuperación:
  • Aplaudimos y apoyamos una forma rápida de resolver un tema pendiente que nunca supimos como resolver. 
  • Aplaudimos y apoyamos una forma de "pagarle a los ingleses con la misma moneda". 
  • Aplaudimos y apoyamos la "venganza", la posibilidad de humillar a los ingleses. 
  • Aplaudimos y apoyamos la manera rápida de lavar nuestro ego lastimado. 
  • Aplaudimos y apoyamos una opción rápida de tapar el "silencio" de años sobre el tema Malvinas.

Por eso creo que cuando se habla de “Malvinas” no se habla (solo) de las islas, ni de la guerra, se está hablando de nosotros, de los argentinos.

Las Islas Malvinas como tales, son -casi diría- una excusa, un eufemismo, para no nombrar lo que nos angustia y no podemos digerir: nuestra incapacidad (o desdén) para resolver un problema histórico; la vergüenza o impotencia de sentir como los ingleses se ríen de nosotros desde nuestras propias Islas; el antecedente de la derrota militar y las mas de seiscientas muertes que supimos conseguir, el menosprecio con que nos consideran cuando nos queremos imponer y reclamar por lo que es nuestro y nos ignoran. Y otros etcéteras similares.

Por eso analicemos bien "de qué hablamos cuando hablamos de Malvinas", veamos qué nos genera el "hablar de Malvinas" y porqué. 
Sepamos bien qué sentimos y a que nos referimos realmente cuando "hablamos de Malvinas”. 
Porque esos sentimientos serán en definitiva los que nos llevarán a tomar acciones, y serán ellos los que a la larga definirán nuestros actos.

Cuando "hablamos de Malvinas" no hablamos solamente de las Islas. 
Hablamos mas que nada:

  • De nosotros, de los argentinos. 
  • De nuestro ego (en el fondo herido), 
  • De nuestras responsabilidades que esquivamos, 
  • De nuestra participación que no ejercemos, 
  • De nuestras decisiones que no tomamos ni hacemos nuestras, 
  • De nuestras posibilidades que creemos infinitas y no lo son, 
  • De nuestras ilusiones y nuestras ganas que no siempre son reales, 
  • De nuestras voluntades, 
  • De nuestros muertos,.... 
  • De todo eso, me parece, que hablamos (también) cuando hablamos de Malvinas.

Por eso cuando hablemos de Malvinas, hablemos desde el verdadero sentimiento que nos genera “Malvinas”, porque eso nos debiera ayudar a encontrar el camino a recorrer, o el plan a seguir para recuperar las Islas y para recuperarnos a nosotros mismos, para escucharnos y plantearnos objetivos comunes y actuar conjuntamente mas allá de intereses sectoriales


CCH   (Diciembre 2010)

jueves, 12 de febrero de 2015

El verdadero desafío comienza al regresar a casa

Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”
Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común, etc., etc. 
Es lo aceptado, es el mensaje con el que crecemos y nos criamos. 
Y ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas y empuñamos un arma -como mandato y- en representación de toda una sociedad que vivaba y apoyaba la guerra.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general pasa por controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la "nobleza" de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad, y en la "honorabilidad" y el "orgullo" que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. 
Es decir está centrado en la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre, a la persona, al ser humano. 
Se defiende la herramienta política, y por tal motivo, no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates
Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto. No "conviene ".
Se va a la guerra en defensa de esos intereses “nacionales”, “soberanos”; asumiendo un “mandato” que la sociedad delega en el combatiente para que la represente en el combate. 
Pero una vez en combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Y pueden suceder dos cosas, que uno muera en combate o que sobreviva al mismo.
Para quienes pierden su vida en combate, la sociedad, tiene reservado el título de “Héroes”. 
Lo que tampoco se dice, es que no se muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere en combate como un perro (con perdón de los perros).



La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma primero que nada en cadáver. 
Es luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese caído, y si continúa con la búsqueda de aquel objetivo) la que define e identifica como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte
Esas personas –y sus familias- merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, pero tampoco esperando la muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”. Lo que no siempre es del todo bueno o inocente, por más que la intención muchas veces lo sea.



El ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, pero estas experiencias no están contempladas o previstas dentro del cuadro de respuestas normales -o predecibles- para las que el individuo está preparado. 
Es lógico o entendible entonces que su reacción, su comportamiento, tampoco sea normal, ni predecible.

Recibir ataques de bombardeos y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma duradera, sobrepasa los mecanismos de reacción de las personas
La experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, y la necesidad de matar a un semejante, deja huellas profundas en las personas, mas allá de lo físico.
Los comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante un conflicto armado, generando una sobretensión y una sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada persona/soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido; escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten. Y nuevamente deberá volver a reacomodar esa escala al regresar a la vida civil. Lo que no siempre es fácil.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción, sus emociones son diferentes, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada
Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde ambas partes (la persona deberá hacer su tarea y el entorno/la sociedad la suya). 
Esa tarea no es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. 
Y poder llevarla a cabo con éxito o no, dependerá de las reacciones personales de la persona, pero también - y a veces en mayor grado- de las del entorno.
Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (secuelas o daños psiquicos o físicos originados en el combate). 
Pero en muchos otros casos, esta limitación se debe mayormente a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión, a la reacción, a los prejuicios de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse en ella luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse en sociedad luego de la guerra, muchas personas perciben que perdieron el rol que desarrollaban antes del combate armado, sienten que no encajan en las actividades que realizaban -y con las cuales se los identificaba y se hallaban ellos identificados-. Y la mayoría de las veces sucede porque a su regreso, se los etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y “lugares”.
Esta denominación en muchos casos los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de los integrantes de esa sociedad por la que un tiempo atrás fueron a la guerra.
Con estas etiquetas no es posible una re inserción plena, ya que lo que provocan es un  encasillamiento de la persona en un rol distinto al que tenían, colocando a la persona en un rol pasivo que los identifica con una actividad que pertenece al pasado, y que fuera del campo de batalla, no tiene mucho lugar de aplicación en la civilidad.
Se les asigna un título que los deja afuera de los roles sociales productivos, se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo tiene sentido para contar o relatar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) pero que no sirve para ninguna actividad del presente, salvo para ser tenida como antecedente -o referencia- en alguna de las fuerzas armadas, ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad, junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad para la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al no poder retomar por un lado su antiguo lugar en la sociedad, y por otro al quedar encasillado por los demás, con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, y limitan su círculo social con otros compañeros que hayan estado en su misma situación. 
Viven lo que debiera ser su reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío. 
Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que ya no desempeñan.
Muchos ex soldados al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar, se terminan identificando -recluyendo- con esa definición que se les propone, y quedan así atrapadas en su antiguo rol de combate, en su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil.
Se aferran a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y la lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se visten como soldados en la civilidad y se cuelgan sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los margina.
No se logra así su reinserción. (O se logra en parte asumiendo un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado en los desfiles militares para quienes regresan de un combate).
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresamos de la guerra, con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social
Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra le cerró sus puertas en la cara, ya que al haber sido civiles bajo bandera, no eran personal de las mismas, no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad nos ignoró.
No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado
Se evitó el tema, se nos escondió, se nos evitó, se desplegó durante los largos primeros años de posguerra, un manto de silencio (y de olvido). 
Se nos negó la posibilidad a los ex-soldados de contar nuestras vivencias, nuestros temores, nuestras furias, nuestros dolores y frustraciones, nuestras necesidades, cortando así la posibilidad de aliviar la tensión compartiendo y dando a conocer nuestra situación, y lo actuado en combate en representación de esa sociedad civil, que nos apoyaba en marzo del 82 entre vítores y aplausos. 
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba.
Y por eso hoy, a casi 30 años de la guerra de Malvinas, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. (roles que desde luego generan orgullo de haberlos podido desempeñar en aquel momento. Pero muchas de esas personas hoy no debieran ser solamente “Veteranos de Guerra”, viviendo de una pensión y esperando que se acuerden de ellos en la fecha del desfile de rigor. 
Debieran tener y ser identificados con  otros roles. Ser -además de "veteranos"- carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, comerciantes, ingenieros, martilleros, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran también poder ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex”, es algo que puede surgir y ser útil en alguna conversación; una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada. Algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico. Pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar -además del combate-, las etiquetas y el aislamiento que la sociedad se reserva para aquellos que tienen la suerte de volver con vida a casa (y quieren ser algo parecido a lo que eran -o a aquello que tenían pensado ser- antes de ir a la guerra).
CCH. (junio 2012)