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domingo, 21 de febrero de 2016

La guerra en tres fechas: 1 de Mayo de 1982

El 16 de Abril de 1982 llegué a Malvinas con mi grupo (el de Artillería de Defensa Antiaérea 601) y hasta aquella madrugada del 1° de Mayo, vivimos en lo que se podría llamar una "tensa calma"


No hubo en esos días una preparación “intensa de combate” o siquiera “prácticas diarias de tiro”.  Los días transcurrían con diversas tareas de alistamiento, preparación y mejora de las trincheras o pozos de zorro.
Recuerdo que cambiamos un par de veces de ubicación, siempre por las afueras de Puerto Argentino,  haciendo en cada sitio parapetos de protección y resistencia para cuando llegase el momento del combate (si es que llegaba).
Como durante el servicio militar, allí también se estaba mucho tiempo sin realizar actividades en las que ocupar la cabeza, y por lo tanto, las especulaciones de toda índole y tenor estaban a la orden del día. Ligadas todas, desde luego, a las derivaciones e implicancias que se generarían con la recuperación de las Islas Malvinas, concretamente al inicio de una guerra armada en las islas con la venida de los ingleses.

Los planteos cubrían un gran abanico de opciones:
Desde las más livianas e ilusorias: 
"Los ingleses no van a venir", ……"La diplomacia resolverá el conflicto", ……"Esto no llega o no pasa a mayores", ……"Si llegamos al enfrentamiento será por una semana y luego se negocia" …… "Están pidiendo al Papa que intervenga para que no pase nada"......
Pasando por las catastróficas: 
“Los ingleses traen misiles atómicos y acá terminamos como en Hiroshima”, …… “Vienen con submarinos atómicos para atacar Buenos Aires y no va a quedar ni el obelisco”, ……”Se nos viene la OTAN encima así que mejor cuidemos lo que hacemos” …… "Los chilenos aprovecharán si entramos en combate en Malvinas para invadir y quedarse con toda la patagonia"...........
Las desbordantes de confianza o esperanza: 
“Ni bien pongan un pie en las islas los matamos a todos” …… “Los ingleses no necesitan las islas y no quieren pelear”, ……”No hay forma de que nos ganen porque estamos en ventaja numérica”, ……"Nosotros estamos esperando y en tierra firme y ellos van a tener que combatir desde los barcos"....... 
O las de máxima: 
"Si los EEUU apoyan a Inglaterra, a nosotros nos apoyan los Rusos y se arma la tercera guerra mundial", …… "Brasil no los va a dejar pasar por sus costas y se suma a una escalada bélica", …… “Si los ingleses atacan, salta toda Latinoamérica a apoyarnos”;,………….

En fin, corrían rumores de todo tipo, y en general se estaba de buen ánimo y se hacían permanentemente bromas con la situación. Los días pasaban sin mayores sobresaltos, día a día llegaban nuevas unidades y tropas, y las islas parecían un gran cuartel militar: hacia donde uno mirase, se veía movimiento de tropas, helicópteros, armamentos y vehículos desplazándose de un lado a otro, y soldados preparando y reforzando las posiciones y los pozos pensando en facilitar con ellas nuestro ataque, y nuestra defensa o protección ante una ofensiva británica. 

Esa madrugada del 1° de Mayo me encontró de guardia en las afueras de Puerto Argentino. 

Para nosotros (que para ese entonces éramos “soldados viejos” con ya más de un año de servicio militar) hacer guardia era algo "relajado", ya que hacía varios días en los que “no pasaba nada, de nada”. 

Eso nos daba tranquilidad y por ejemplo aprovechábamos para juntarnos con algún otro soldado cercano -también de guardia-, demorando nuestras "rondas de vigilancia" en puntos comunes y protegidos del viento helado malvinense y del hostil clima isleño, en donde poder tomarnos un corto tiempo para charlar de cualquier tema alejado del ámbito militar en el que estábamos inmersos y bromear para pasar mejor la guardia esperando que los minutos pasen lo más rápido posible. Y compartir a escondidas algún cigarrillo, o alimento (pan, galletita, chocolate en el mejor de los casos).

En esa situación estábamos con mi ex compañero Gustavo Risso en cercanía de las últimas casas de la ciudad hacia el lado de Moody Brook que en esos momentos era la zona donde estábamos "afincados".  Aún no despuntaban las primeras luces de ese primero de Mayo. Los fusiles (FAL) apoyados lejos a un costado para que no molesten. Los cascos sueltos sobre el pasamontañas, hablando de música, intentando hacer mas corta la espera para que finalice nuestro turno, y volver a cobijarnos del frío de la noche o madrugada de Malvinas. 

En un determinado momento, vi a lo lejos iluminarse el cielo entre nubes grises por la zona del aeropuerto, del otro lado de la ciudad. Fue como un resplandor lejano, rojizo. El primer pensamiento y comentario fue: “Uhh parece que hoy llueve de nuevo” (pensando que se trataba de un relámpago), y en ese mismo momento, escuchamos el ruido como de trueno, y tembló el suelo de Malvinas. Y al instante nuevamente lo mismo.

Nos miramos, sorprendidos, no quedaban dudas de que se trataba del primer bombardeo inglés.  
Sin mediar palabras, ambos corrimos a buscar nuestros cascos y fusiles, mientras gritábamos para despertar al resto del grupo que dormía, avisando que el ataque y la guerra habían comenzado.

En esos segundos, minutos, primeras horas que siguieron todo fue muy confuso, se escuchaban otras explosiones, las primeras reacciones de nuestra artillería respondiendo al ataque inglés, gritos y corridas a los pozos de otros grupos cercanos, oficiales y suboficiales despertándose y dando ordenes de todo tipo. 

Era una mezcla extraña de sensaciones. Por un lado la sorpresa, la conmoción, la euforia de tener que entrar en combate para defender nuestro territorio y probar nuestro desempeño como soldados en una situación nunca vivida (jamás imaginada en realidad un par de semanas atrás). 

Por otro la angustia de que empezábamos a jugarnos en serio nuestra suerte y nuestras vidas en la defensa de las Islas. Cierto miedo de poder estar a la altura de las circunstancias que se diesen. Sentir que el riesgo de vida empezaba a ser algo real. 

Me vinieron a la mente las caras de la familia, que quizás no volvería a ver más, pero que a su vez servían para aumentar la confianza y el entusiasmo, porque lo que habría que hacer de ahí en más, sería también por ellos. 

Recordé las imágenes de las plazas llenas de gente despidiéndonos, apoyándonos, la idea de un pueblo unido al que nosotros representábamos en el combate, y al que no podíamos fallarle. Y pensé por un momento en que según mis planes en esos días yo debería estar ya cursando el primer año de la carrera de ingeniería en la universidad, y quizás trabajando o aun buscando algún empleo luego de haber terminado "la colimba", pero la realidad era que por alguna razón indescifrable, estaba en Malvinas, dentro de un pozo húmedo, recibiendo los primeros ataques ingleses en un ambiente de confusión y locura.  

Correr a los pozos, agarrar y encender la radio, para recibir órdenes y saber que estaba pasando del otro lado de la ciudad y como estaba el resto de nuestros compañeros de grupo en las posiciones distantes; mirar a nuestros superiores (en rango) para que nos digan como proceder, en una locura de órdenes y contraordenes, en medio de información de todo tipo procedente del radar y repetida hacia las posiciones de tiro. 
Disparos distantes, explosiones, detonaciones, sonidos, gritos, que rompían definitivamente la calma en Malvinas......... la locura se iniciaba.

Ya en el pozo,con la tensión de estar viviendo semejantes momentos, me propuse y empecé a pensar más fríamente. 
Estos primeros bombazos, nos daban certeza en cuanto a que el combate había iniciado; se acababan las dudas, las indefiniciones, y las especulaciones. 

A partir de ese momento teníamos por delante un camino que no tenía marcha atrás y en el cual la única opción era recorrerlo. Y había que recorrerlo pensando cada paso que nos tocaría dar porque en cada paso de ese camino nos jugábamos la vida.  Se iniciaban tiempos y acciones difíciles y desconocidas para la gran mayoría de los que estábamos ahí. Nos encontrábamos real y definitivamente en una guerra, viviendo una situación que nunca habíamos imaginado ni siquiera días atrás, y en la que íbamos a tener que hacer también cosas inimaginadas. ¿Alcanzarían las prácticas y las enseñanzas que nos habían dado? ¿Que pasaría con cada uno de nosotros? ¿Estaríamos a la altura de lo que se esperaba de nosotros?.

Y en ese momento tomé conciencia de que ninguno de los que estábamos ahí en los pozos, en Malvinas, iba a volver.  Ese primero de mayo (el combate, la guerra en realidad) iba a transformarnos y nunca más volveríamos a ser quienes habíamos sido hasta ese momento. 

Ese día iba a ser una especie de punto de inflexión, un "click", en nuestras vidas. Miré entonces a mis compañeros de pozo, y les dije algo así como -"Muchachos recordemos bien este momento porque a partir de ahora ninguno de nosotros va a volver a ser el mismo. A partir de hoy olvidémonos de "volver" de Malvinas" (pensando en que quienes volveríamos de Malvinas seguramente íbamos a ser otros muy distintos a los que habíamos sido hasta ese momento). 

No me prestaron mucha atención, desde luego, o me tomaron por un enorme pesimista pensando en que me referiría a la muerte de todos nosotros, salvo un capitán del que ya no recuerdo el nombre que me dijo -"pibe tenés razón, vamos a volver siendo otros pero mejores".

Eso de "mejores" en realidad no fue así, pero en cuanto a los efectos o consecuencias que nos dejó la guerra, respecto a las huellas que el combate dejó en nosotros, no tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta que yo tenía -lamentablemente- razón. 


CCH2007

martes, 2 de febrero de 2016

El regreso, la revancha

De Malvinas regresamos, entre otras tantas cosas:

- con el dolor de haber perdido una guerra, 
con la angustia de haber dejado allá a muchos compañeros, 
- con el pesar de haber visto como bajaban nuestra bandera de un territorio que es nuestro, 
- con el desconsuelo o sabor amargo de no haber podido (o sabido) “hacer más”, 
- con la pena de volver al continente como prisioneros de guerra, 
- con la seguridad de ya no ser los mismos que éramos antes de ir a Malvinas, ......

Y a su vez, es cierto, luego de tamaña y cruenta experiencia:

- con muchas ansias de volver a ver a nuestros seres queridos, 
- con la esperanza de retomar nuestras vidas, 
- con el inútil deseo de reencontrarnos con quienes habíamos sido hasta ese 1 de mayo  del 82, 
- con la ilusión de que esa unión social que había en Argentina al irnos (y por la que murieron nuestros compañeros) seguiría presente en la gente.......

Volvimos 
- habiendo dado y dejado allá lo mejor que teníamos, 
- conociendo el miedo pero no la traición, 
- habiendo realizado todo lo que estaba a nuestro alcance, con una entrega brutal y sin miramientos, 
- sabiendo que actuamos haciendo lo mejor que pudimos hacer con lo que teníamos y con lo que sabíamos en ese momento
- conscientes de haber llevado y ejercido el mandato de TODA UNA SOCIEDAD que nos vivó y aplaudió antes de cruzar a Malvinas.

Por todo eso y tantas otras cosas, los Veteranos de Guerra de Malvinas no sentimos otra cosa que orgullo y honor por haber defendido y luchado por la recuperación de nuestras islas.
Sentimientos solo compartidos, y conocidos en toda su profundidad, por quienes estuvimos en combate.

Sobrevivimos a una guerra, pudimos remontar nuestras vidas; tenemos hoy –la mayoría- una familia y amigos que nos soportan y nos contienen.

Palabras como dignidad, respeto, hermandad, honradez, sacrificio, dolor, orgullo, etc. tomaron un sentido muy distinto para quienes vivimos la guerra en primera persona.




La guerra terminó abrupta, brutalmente (más rápido que nuestra voluntad y ganas de luchar) y si bien nos faltó preparación para afrontar la posguerra, pudimos superar como pudimos las miserias vividas, el horror del combate armado, ganándole "a" la guerra y refundando o rehaciendo nuestras vidas con nuevos desafíos y objetivos.

Ésa es nuestra revancha, ése es nuestro triunfo. Ganamos. 
Le ganamos "a" la Guerra. No logramos el objetivo de recuperar las islas en 1982, pero "ganamos".

Nuestras nuevas responsabilidades pasan hoy por otro lado; nuestro puesto en la lucha (nuestro nuevo “rol de combate”) ya no contempla, gracias a Dios, un fusil FAL en la mano. 

Nadie regresa de una guerra.
Pasaron casi 23 años, somos otros (nosotros y el país del que formamos parte), otros muy distintos a aquellos soldados que fuimos en el 82. 
 
Si no asumimos esto, si nos quedamos rumiando el dolor de la derrota militar, si todavía esperamos un reconocimiento que sabemos jamás llegará (y que nunca tuvimos como objetivo, ni necesitamos).
Si el recuerdo de ese amigo que dejamos en Malvinas en una fosa anónima o deshecho en un montón de pedazos, solo despierta sed de venganza , resentimientos, o la tremenda estupidez de pensar en una solución violenta al problema .......... entonces no aprendimos nada, y viviremos en guerra "interna" por siempre.

La guerra (armada) terminó en 1982, siguen muchas nuevas peleas. Porque como dijo un oriental hace muchos años: El mejor guerrero no es el que triunfa siempre, sino el que vuelve sin miedo a dar batalla.



CCH2007

viernes, 22 de enero de 2016

La guerra en tres fechas: 2 de Abril de 1982.

El 1 de Abril del 82 a la tarde, por primera -y unica- vez en mi SMO, me había "fugado" del cuartel.

Si bien tenía permiso “verbal” del jefe de la unidad para irme por haber trabajado durante la noche anterior; el resto de los jefes intermedios, y solo por ese “ánimo militar” de hacer sufrir al soldado, me negaban la salida. Así que esperé un tiempo –a mi criterio- prudencial, intenté y solicité varias veces me dejasen salir, y ante la negativa constante y el tiempo que inexorablemente corría y corría, simplemente agarre mis cosas, y me fui.
Viajé (colado desde luego) en el tren Roca desde Mar del Plata a Constitución, y entre idas y vueltas por las demoras para salir, llegué a mi casa muy tarde sobre la medianoche. Ingresé y me fui a dormir directamente sin despertar a mis padres.

Mi 2 de Abril del 82, comenzó muy temprano cuando me despertó mi “vieja” llorando a los pies de mi cama, y agradeciendo a Dios que me "habían dejado salir" del cuartel. Mi padre estaba más atrás de pie, en la puerta de mi habitación, sin decir nada, y con una inocultable cara de preocupación y ojos llorosos.


Yo no entendía nada. Pensé en la posibilidad que la Policía Militar me hubiese venido a buscar por haberme "fugado", y sin comprender que era lo que estaba sucediendo, medio dormido, pregunté varias veces “que pasaba”, ...... ninguno de los dos me respondía.

Entre las lágrimas de mi vieja, mi papá, creyendo informarme, me dijo a secas y a media voz que "tomaron las Malvinas” (así en “tercera persona del plural”). Silencio.

Entre lo dormido que estaba, y la escena incomprensible que estaba viviendo, no entendía nada, no comprendía “quienes” las podían haber tomado; ..... los chilenos,  .......los rusos,.. No se me ocurría en ese momento que podía estar pasando, ni por asomo sospechar que Argentina hubiese dado ese paso.

Pregunté incorporándome, “¿quién, tomó Malvinas?”, “no entiendo ¿qué pasa?” ya un poco más nervioso.

Mi madre dijo: “entonces no sabés nada, .....no te dijeron nada” (lo cual me puso más nervioso, aún), hizo un silencio y agregó: “el ejército,…. recuperamos las Malvinas....lo están diciendo por la radio y la televisión”.

Sentí como si me hubiesen tirado un enorme baldazo de agua helada, una especie de mareo. Quería sin éxito acomodar las ideas, no entendía si esto era real o no. 
No entendía nada. Quería, pero no lo podía creer.
Sobrevinieron una serie y mezcla de sensaciones, que en ningún caso eran de felicidad o alegría, más vale algo así como un vacío en el estómago y la sensación de caer por un precipicio sin fin. 
Me terminé de parar y pase entre mis padres directo al baño a lavarme la cara. 

Sabía que mi baja del Servicio Militar Obligatorio estaba prevista para el 14 de abril. Solo faltaban unos pocos días. Era 2 de Abril. No podía tener esa “suerte”.

Ya había aprobado el examen de ingreso a la universidad y esperaba la baja para reincorporarme a la vida “civil”, dejar de lado la estupidez de ese año perdido en un cuartel........ir a la facultad, tratar de conseguir un trabajo (que un conocido me había mencionado podría llegarse a dar a principios de Mayo), volver a juntarme con los amigos, ir a la cancha, etc. Nada del otro mundo.
Y tuve la sensación de que todos, todos, absolutamente todos, mis planes y sueños se desdibujaban y desaparecían en esos segundos.

Mi primer reacción fue putear, y puteé como loco, luego de levantarme, puteé, recontra puteé, y recontrarequeteremilreputeé a Galtieri, a la junta, a los ingleses, a la gente que vivaba en la plaza, a los periodistas que decían cualquier cosa, y alguno que otro más. La puteada (una de las mas largas de mi vida)  empezó tempranito y ya para las tres, cuatro de la tarde fué amainando.

Mientras puteaba y trataba de poner orden a las ideas, por televisión y por radio, veía y escuchaba como miles y miles de argentinos apoyaban la toma de Malvinas. Dirigientes de todo tipo, periodistas, la gente en la calle, todo era Malvinas.

Sabía internamente (pero me resistía a aceptarlo) que mi destino estaba sellado: era soldado (viejo), estaba en defensa aérea, en la unidad más moderna del ejército: iba a ir a Malvinas sin lugar a dudas. 

La baja y mi regreso a la vida “civil”, se perdían en la nebulosa, y quedaban muy, muy, muy lejos.

Por un lado comprendía que era una locura lo que se avecinaba en mi vida, y dudaba de mi preparación para afrontar semejante hecho; pero aceptaba que sin dudas yo iba a estar en el medio de sea lo que fuese, se avecinaba. 
Veía la reacción que Malvinas provocaba en la gente, semejante apoyo, y me daba cierta alegría, cierta fortaleza. Pero no podía dejar de pensar el hecho desde “lo militar” de la reacción de Inglaterra y la casi segura confrontación bélica que se avecinaba; y no entendía como tanta gente apoyaba una guerra con Inglaterra sin plantear las consecuencias que tendría.

Miles de ideas iban y venían por mi cabeza, tratando de ver la situación positivamente e incluso bromeando con ella para sacarle peso. Llamadas de la familia para conocer mi condición, vecinos, amigos sumaban caos a la casa. Ver la angustia que sentían -mi vieja sobre todo-, pensar en cómo todos mis planes se iban a la basura, me produjo un extraño malestar, una sensación de desamparo. Seguramente angustia. Pensé en volver ese mismo día la cuartel, temía que los milicos me encarcelaran por ser desertor en tiempos de guerra y me tildaran de traición a la patria, en esos momentos: calabozo de por vida.

Traté de calmarme y  calmar a mis viejos. Y viendo las reacciones de la gente, pensé y sentí durante todo ese fin de semana que realmente Malvinas movilizaba a la sociedad, que Malvinas realmente era una cuestión nacional, que Malvinas era un sentimiento tan fuerte que generaba una auténtica y justificada cohesión social, que Malvinas transformaría a la sociedad y al país, y que entonces estaba bueno ser parte de todo eso.
Pensé entonces que el destino me tenía guardada esta "sorpresa" de tener el privilegio de "poder escribir aunque sea una coma" en esta página de historia que se estaba escribiendo. Seguramente estaba tratando de justificar y darle algún sentido a semejante locura. 

Pero esta visión terminó por convencerme, de aceptar y "digerir" la jugarreta que el destino tenía reservada para mí ese 2 de Abril.

Así que, aspiré hondo, fui apretando los dientes, y asumiendo la responsabilidad que me cabía como soldado (y que como argentino) tenía en ese momento. 
Fuí aceptando que iba a ser parte de un hecho histórico, que iba a ser parte de la historia del país, y me propuse poner lo mejor de mí, sea lo que fuese que se avecinase y sea lo que fuese que me tocase realizar.

"Tragué el sapo" y me prometí ponerle el hombro a la situación, con lo que pudiese. Traté desde luego de dar fuerza y quitarle peso a mis viejos, mostrando una entereza que muy dentro mío estaba sembrada de dudas.

Luego vino lo que vino y pasó lo que pasó.

El lunes (5 de Abril), volví al cuartel, mi “fuga” no había pasado desapercibida y me esperaba un castigo y calabozo, pero por Malvinas quedaba “sin efecto” (solo tuve que realizar varios ejercicios físicos como “pena”). Durante esa semana todos los trabajos de "Operaciones" pasaron por elaborar  planos, carpetas, registros, de las zonas de Malvinas en las que se preveía íbamos a dar defensa aérea, y desde luego información y reproducción para nuestro  reconocimiento e identificación de la flota aérea de los ingleses (aviones, helicópteros, etc.).

El otro fin de semana (10 y 11 de abril) y ya sabiendo que nuestro destino era Malvinas, nos dejaron volver a casa para despedirnos de la familia. 

De esos días solo recuerdo la partida de mi casa ese domingo: Mis viejos querían venir a la estación Constitución a despedirme, les rogué que no, que se quedasen en casa, no iba a ser un momento "fácil". A ellos les había jurado que iríamos a dar defensa aérea a Bahía Blanca o como mucho a Comodoro Rivadavia sabiendo ya que nuestro destino era Malvinas (cosa que desde luego no creyeron, pero en la sana y doble hipocresía del momento no objetaron).
Así que me fui solo a tomar el colectivo 51 hasta Hipolito  Yrigoyen, para llegar a Constitución y tomar desde allí el tren a Mar del Plata. Recuerdo que el chofer me cobró el boleto a pesar de estar vestido de soldado y que internamente pensé que ese podía ser el último boleto que sacase, y el último viaje en colectivo. 

Luego ya en Constitución recuerdo ver a los soldados, subidos al tren, asomados por las ventanillas, golpeando los vagones y coreando el famoso "los vamo'a reventá, los vamo'a reventá" y pensé, o estaba casi seguro, (y así lo comentamos con mi amigo y compañero Sergio) que no teníamos verdadera conciencia de lo que se venía.

Pero estábamos en el baile y teníamos que bailar.

CCH2007

jueves, 2 de julio de 2015

Los corchazos



El soldado no piensa, el soldado ejecuta.

Ya lo dije varias veces, me parece una de las frases mas oscuras, hipócritas y despiadadas con las que en el ámbito militar se justifica la destrucción psicológica (y física) de los soldados. Y también con la que se deja al descubierto el menosprecio hacia los mismos. Evidencia la nula importancia que se le da al soldado dentro y fuera del ámbito militar. Esa frase encierra el concepto que los soldados son reemplazables, insignificantes, que a nadie le importa su integridad. No son personas. (Quizás eso sería lo ideal, ........pero hablamos de personas).


La parte “pensante” del poder, de la sociedad, de la guerra, la que lleva al soldado al combate, lo menosprecia y estupidiza buscando que actúe de manera similar a la de un autómata, para que responda ciega y rápidamente a cualquier orden.
El soldado es para ellos una "barata herramienta" del combate, en donde el objetivo principal es matar para sobrevivir y no importa entonces el daño que se haga a la “herramienta” con tal que la misma permita alcanzar el objetivo.


El soldado no piensa, el soldado ejecuta.


De esa manera no evalúa las consecuencias de los actos que realiza: No piensa ni en los daños que provoca en los otros (que son los mas fáciles de ver), pero sobre todo no piensa, no toma conciencia de los daños que se realiza a sí mismo.


Cuando se combate, se actúa en equipo, en un entorno sin reglas claras (pero sí con ciertos códigos), en el que no hay leyes, ni Dioses, ni Diablos muy presentes, ya que en pos de preservar la vida: “todo está bien”. “Todo vale”.
Un entorno violento que justifica cualquier acción y en el que “no pensar” en lo que se hace, hace que uno no se sienta responsable, ni tome conciencia de lo que está sucediendo.


El problema, ya se ha dicho muchas veces, se manifiesta en la posguerra. 

Cuando el ámbito cambia, cuando el medio en el que vuelve a vivir la persona (el soldado) es un entorno más “normal”, con leyes, Dioses y demonios mas claros y presentes.
Porque cu
ando las balas dejan de silbar, cuando pasa el tiempo y vuelve la calma, "el soldado ...... piensa”.  

Y eso es un problema.


Cuando el soldado apoya su cabeza en la almohada, y se queda solo con sus pensamientos, solo con su conciencia, solo con Dios como juez y como testigo.....los pensamientos aparecen.


Cuando solo se desea dormir y descansar y los recuerdos de esos terribles días de combate, se hacen presentes 
en la mente cada noche, sin pedir permiso y no dan descanso....... se piensa.

Cuando ya no se está bajo el “amparo” del combate, cuando la paz deja momentos para pensar y para tomar conciencia. Cuando se busca la paz y las cosas se recuerdan y analizan “más allá de uno”, aparecen los análisis, las dudas.......y se piensa.


Cuando la persona después de lo vivido, toma conciencia que el enemigo a quien mató era al fin y al cabo alguien tan humano e inmerso en la misma caótica y violenta situación que él mismo. Es difícil sacar conclusiones objetivas, y ....se piensa.

Cuando la cruda realidad pone de manifiesto que no era verdad -y que a pocos le importa realmente- todo eso por lo que se justificó tener que ir al combate. Cuando se cae en la cuenta que no era verdad lo de la lucha justa y lo del perdón divino...... se piensa (y mucho).


Cuando se está sin el apoyo de los compañeros de combate que lo protegían, sin los “superiores” que ordenaban lo que hacer y lo que no se debía "pensar"...... se piensa. Y se piensa en que habría que replantear muchas cosas.


Cuando los recuerdos de los gritos, los bombardeos, los helicópteros, los aviones, los muertos, aparecen en los sueños y hacen vivir una y otra vez el horror del combate.
Cuando se desea mas que nada poder dejar de lado los fantasmas de la guerra y ocuparse de otras cosas mas importantes. 

Cuando la sociedad pensando en proteger o reconocer a esa persona lo sigue identificando con su rol de combate, forzándolo a vivir así con una identidad y en un tiempo que ya no existen........ se piensa y aparecen en la mente muchas preguntas sin respuesta.

Cuando se quisiera con todas las fuerzas no pensar, y poder hacer realidad esa mentira tan grande tantas veces escuchada: "el soldado no piensa". 
Cuando se quisiera no vivir de una pensión y tener un rol y un empleo digno que identifique a esa persona en la paz y no ser visto solo como un “ex combatiente”.

Cuando las fuerzas flaquean en un entorno adverso en el que se requiere atención y contención para seguir adelante, para superar los fantasmas del combate y sepultar -sin olvidar- todo lo relacionado al ámbito militar, al horror de la guerra, sin quedar por eso "pegado" a la sensación de haber sido usado y descartado como un preservativo........ es ahí cuando muchos deciden poner fin al problema de "pensar" del modo que mas conocen: ............ de un corchazo.

CCH2007  (Junio 2009)

domingo, 3 de mayo de 2015

1 de Mayo de 1982: Bautismo de Fuego

Hasta ese primero de mayo los días transcurrían con expectativas, con dudas, con interrogantes respecto a como viviríamos esa experiencia que a grandes rasgos definíamos como "Malvinas" y que sería el participar de combates armados en una guerra.

La caída de las primeras bombas inglesas esa madrugada, nos dieron la certeza de que empezaba una etapa totalmente distinta en nuestras vidas.

Recuerdo que estando en los pozos comenté con mis compañeros que ya ninguno de nosotros “volvería”.  

No me refería concretamente a morir en cualquiera de los momentos que sobrevendrían desde ese 1° de Mayo hasta pasado el 20 de Junio (día en que finalmente abandonamos las islas como prisioneros de guerra), si no a que la experiencia del combate armado nos iba seguramente a transformar en otras personas muy distintas a las que habíamos sido hasta ese momento. 

Nadie vuelve de una guerra.

Era el momento de nuestro "Bautismo de Fuego"..........

"Bautismo": un concepto tan relacionado a lo espiritual, a la purificación, a la esencia, a lo religioso, a la limpieza del alma, a un nuevo comienzo, .............. utilizado en este caso para definir la "iniciación" de una persona en lo relacionado a las armas, a la muerte, a la destrucción, a la fase mas " animal" si se quiere del ser humano que es la que aflora en la guerra.


"Bautismo" utilizado para conmemorar el momento en que se empieza justamente a contradecir y a ir en contra de los mandamientos y de lo que como fin último profesan todas las religiones del hombre, que es respetar y honrar la vida de uno y la de sus semejantes.

"Bautismo" todo lo contrario a lo que el bautismo -religioso- representa.

Quizas utilizado porque de alguna forma hay que consensuar y recordarle al combatiente el aval que le dá la sociedad para matar a otros y que luego no se sienta culpable. 

Que mejor que celebrando su "bautismo de fuego".

"Bautismo"..... "de fuego"........ Que buen marketing el de la guerra.

domingo, 22 de febrero de 2015

¿De que hablamos cuando hablamos de "Malvinas"?

Hace unos días un amigo y compañero VGM escribía que: "a la inmensa mayoría de la gente que vive en la Argentina, le importa entre poquitísimo y nada Malvinas. Les chupa un reverendísimo huevo …….." y es a grandes rasgos, algo que no merecería mucha discusión. A simple vista, pareciera ser así.

Pero en realidad hay una gran parte de la población a la que le importa “Malvinas”, que “siente” Malvinas. Y me animaría a decir que la inmensa mayoría de la sociedad argentina no es indiferente a "Malvinas".

Evidentemente si hablamos de lo mismo con conclusiones diferentes, debemos analizar o ponernos de acuerdo respecto a que nos referimos cuando hablamos de "Malvinas".

En lo personal, considero que "Malvinas" es un concepto que (a priori) para los argentinos, comprende o “despierta” otros dos:

- el que se refiere a las Islas en sí mismas (nuestro territorio ocupado por los ingleses), y

- el que tiene que ver con la “mancha” (o el dolor) que representa esa ocupación en nuestro orgullo, en nuestra historia.

Y este último concepto, creo, es el que importa o el que duele; el que no le es indiferente a casi todos los argentinos. 
Y es a la vez el que me genera las dudas de que sean las Islas (como tales) las que importan.

Si hacemos memoria y nos preguntamos qué tan importante era “Malvinas” antes de la recuperación de 1982, la respuesta será que nos importaba muy poco; y ahí es irrefutable la afirmación de mi amigo.

“Malvinas” era un asunto que si bien estaba presente en el inconsciente colectivo, tenía en la gente una prioridad muy baja (cercana a cero). 
Era un tema que se tocaba en alguna clase de geografía o historia en la escuela, y ahí se terminaba la cosa. 
“Malvinas” era un tema que “alguien” debería resolver en algún momento. No era un tema que se sentía como propio.  No se "hablaba de Malvinas" antes de abril de 1982. 
Era poco el interés que las islas despertaban como territorio en sí mismo.
Quizás porque durante generaciones enteras no habían sido pisadas por argentinos, ni muy tenidas en cuenta en las prioridades de la gente, ni de los gobiernos de turno. 

Las Islas Malvinas no estaban “integradas” en ese inconsciente colectivo. 

O quizás "no se hablaba de Malvinas" porque Malvinas era además una "asignatura pendiente" que nunca supimos cómo resolver, y por las dudas era mejor no profundizar en el tema (¿para no asumir responsabilidades?).
O quizás porque "hablar de Malvinas" podría mostrar un flanco débil de nuestro "ser nacional", y  poner de manifiesto cierta desidia o desdén de muchos gobiernos y generaciones que no le dieron a las Islas la importancia que deberían haberle dado: Si las Islas Malvinas hubiesen sido realmente importantes, con tantos años y con tantos gobiernos de distinto sesgo, algo distinto hubiésemos hecho para cambiar la situación. 
O quizás fueron las incontables turbulencias institucionales, políticas y económicas de nuestra rica y corta historia como nación (o los intereses económicos con inglaterra), los que hicieron que las Islas Malvinas tuvieran un orden de prioridad mas bajo.  

Antes del 82 ni se hablaba de Malvinas.

Después de la guerra aparecieron libros, películas, folletos, programas, ensayos, tratados, marchas.
Miles de “malvinologos” que opinan, deducen, predicen sobre el futuro de las Islas, sobre sus implicancias geo políticas. 
Enorme cantidad de "pseudo estrategas militares" que profundizan y ahondan sobre cada relato de combate. 
Organización de charlas, debates con análisis de todo tipo, foros de opinión, etc. etc. todo girando alrededor de “Malvinas”.
Y por suerte también apareció en los últimos años, el apoyo político internacional de enorme cantidad de países al reclamo argentino de nuestra soberanía en las Islas, y una priorización y reconocimiento del tema Malvinas en la sociedad.

Es evidente que “Malvinas” aparece de nuevo en el "tapete nacional" (e internacional) a partir de la guerra. 
La guerra de 1982 fue sin lugar a dudas un quiebre respecto a “Malvinas”.



¿Qué pasó? ¿Qué produjo el cambio? ¿Porque “ahora” nos importa "Malvinas"? ¿Era necesaria la guerra para demostrarnos -a nosotros mismos- que las Islas eran importantes? ¿Necesitábamos una guerra para que Malvinas tenga la presencia que hoy tiene? 
Me parece que no,  no debió haber sido necesaria una guerra. 
No debimos perder las vidas que perdimos para darnos cuenta. Pero así fue.

Entonces toda esta "movida" posterior al 82 ¿es por las “Islas Malvinas” o es por “la guerra de Malvinas”?  A veces creo que no es por ninguna de las dos cosas.

Si la guerra cambió todo, tiene que ser entonces porque trajo o generó otros intereses que hicieron que ahora "hablemos de Malvinas", algo tiene que haber movilizado que nos hace ahora ver “Malvinas” con otros ojos; asignarle otra prioridad. 

La guerra de Malvinas “tocó” alguna fibra interna" que disparó la “Malvinología”, que plantó en la sociedad el tema de la necesidad de “Malvinización”.

La noticia de la recuperación de las Islas despertó una reacción de apoyo enorme, masiva, espontánea, en la que participó activamente casi toda la población; y en la que estaba representado todo el abanico de posiciones políticas e ideológicas (incluso contrapuestas). Parecía que la recuperación de las Islas era lo mas deseado (aunque casi nunca se hablaba del tema). Se aplaudió y apoyó la noticia como a ninguna otra antes en la historia.

Y creo que eso fue porque el 2 de Abril de 1982, no aplaudimos solamente la recuperación de las Islas: Además de la recuperación:
  • Aplaudimos y apoyamos una forma rápida de resolver un tema pendiente que nunca supimos como resolver. 
  • Aplaudimos y apoyamos una forma de "pagarle a los ingleses con la misma moneda". 
  • Aplaudimos y apoyamos la "venganza", la posibilidad de humillar a los ingleses. 
  • Aplaudimos y apoyamos la manera rápida de lavar nuestro ego lastimado. 
  • Aplaudimos y apoyamos una opción rápida de tapar el "silencio" de años sobre el tema Malvinas.

Por eso creo que cuando se habla de “Malvinas” no se habla (solo) de las islas, ni de la guerra, se está hablando de nosotros, de los argentinos.

Las Islas Malvinas como tales, son -casi diría- una excusa, un eufemismo, para no nombrar lo que nos angustia y no podemos digerir: nuestra incapacidad (o desdén) para resolver un problema histórico; la vergüenza o impotencia de sentir como los ingleses se ríen de nosotros desde nuestras propias Islas; el antecedente de la derrota militar y las mas de seiscientas muertes que supimos conseguir, el menosprecio con que nos consideran cuando nos queremos imponer y reclamar por lo que es nuestro y nos ignoran. Y otros etcéteras similares.

Por eso analicemos bien "de qué hablamos cuando hablamos de Malvinas", veamos qué nos genera el "hablar de Malvinas" y porqué. 
Sepamos bien qué sentimos y a que nos referimos realmente cuando "hablamos de Malvinas”. 
Porque esos sentimientos serán en definitiva los que nos llevarán a tomar acciones, y serán ellos los que a la larga definirán nuestros actos.

Cuando "hablamos de Malvinas" no hablamos solamente de las Islas. 
Hablamos mas que nada:

  • De nosotros, de los argentinos. 
  • De nuestro ego (en el fondo herido), 
  • De nuestras responsabilidades que esquivamos, 
  • De nuestra participación que no ejercemos, 
  • De nuestras decisiones que no tomamos ni hacemos nuestras, 
  • De nuestras posibilidades que creemos infinitas y no lo son, 
  • De nuestras ilusiones y nuestras ganas que no siempre son reales, 
  • De nuestras voluntades, 
  • De nuestros muertos,.... 
  • De todo eso, me parece, que hablamos (también) cuando hablamos de Malvinas.

Por eso cuando hablemos de Malvinas, hablemos desde el verdadero sentimiento que nos genera “Malvinas”, porque eso nos debiera ayudar a encontrar el camino a recorrer, o el plan a seguir para recuperar las Islas y para recuperarnos a nosotros mismos, para escucharnos y plantearnos objetivos comunes y actuar conjuntamente mas allá de intereses sectoriales


CCH   (Diciembre 2010)

jueves, 12 de febrero de 2015

El verdadero desafío comienza al regresar a casa

Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”
Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común, etc., etc. 
Es lo aceptado, es el mensaje con el que crecemos y nos criamos. 
Y ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas y empuñamos un arma -como mandato y- en representación de toda una sociedad que vivaba y apoyaba la guerra.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general pasa por controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la "nobleza" de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad, y en la "honorabilidad" y el "orgullo" que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. 
Es decir está centrado en la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre, a la persona, al ser humano. 
Se defiende la herramienta política, y por tal motivo, no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates
Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto. No "conviene ".
Se va a la guerra en defensa de esos intereses “nacionales”, “soberanos”; asumiendo un “mandato” que la sociedad delega en el combatiente para que la represente en el combate. 
Pero una vez en combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Y pueden suceder dos cosas, que uno muera en combate o que sobreviva al mismo.
Para quienes pierden su vida en combate, la sociedad, tiene reservado el título de “Héroes”. 
Lo que tampoco se dice, es que no se muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere en combate como un perro (con perdón de los perros).



La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma primero que nada en cadáver. 
Es luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese caído, y si continúa con la búsqueda de aquel objetivo) la que define e identifica como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte
Esas personas –y sus familias- merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, pero tampoco esperando la muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”. Lo que no siempre es del todo bueno o inocente, por más que la intención muchas veces lo sea.



El ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, pero estas experiencias no están contempladas o previstas dentro del cuadro de respuestas normales -o predecibles- para las que el individuo está preparado. 
Es lógico o entendible entonces que su reacción, su comportamiento, tampoco sea normal, ni predecible.

Recibir ataques de bombardeos y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma duradera, sobrepasa los mecanismos de reacción de las personas
La experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, y la necesidad de matar a un semejante, deja huellas profundas en las personas, mas allá de lo físico.
Los comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante un conflicto armado, generando una sobretensión y una sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada persona/soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido; escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten. Y nuevamente deberá volver a reacomodar esa escala al regresar a la vida civil. Lo que no siempre es fácil.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción, sus emociones son diferentes, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada
Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde ambas partes (la persona deberá hacer su tarea y el entorno/la sociedad la suya). 
Esa tarea no es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. 
Y poder llevarla a cabo con éxito o no, dependerá de las reacciones personales de la persona, pero también - y a veces en mayor grado- de las del entorno.
Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (secuelas o daños psiquicos o físicos originados en el combate). 
Pero en muchos otros casos, esta limitación se debe mayormente a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión, a la reacción, a los prejuicios de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse en ella luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse en sociedad luego de la guerra, muchas personas perciben que perdieron el rol que desarrollaban antes del combate armado, sienten que no encajan en las actividades que realizaban -y con las cuales se los identificaba y se hallaban ellos identificados-. Y la mayoría de las veces sucede porque a su regreso, se los etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y “lugares”.
Esta denominación en muchos casos los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de los integrantes de esa sociedad por la que un tiempo atrás fueron a la guerra.
Con estas etiquetas no es posible una re inserción plena, ya que lo que provocan es un  encasillamiento de la persona en un rol distinto al que tenían, colocando a la persona en un rol pasivo que los identifica con una actividad que pertenece al pasado, y que fuera del campo de batalla, no tiene mucho lugar de aplicación en la civilidad.
Se les asigna un título que los deja afuera de los roles sociales productivos, se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo tiene sentido para contar o relatar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) pero que no sirve para ninguna actividad del presente, salvo para ser tenida como antecedente -o referencia- en alguna de las fuerzas armadas, ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad, junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad para la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al no poder retomar por un lado su antiguo lugar en la sociedad, y por otro al quedar encasillado por los demás, con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, y limitan su círculo social con otros compañeros que hayan estado en su misma situación. 
Viven lo que debiera ser su reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío. 
Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que ya no desempeñan.
Muchos ex soldados al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar, se terminan identificando -recluyendo- con esa definición que se les propone, y quedan así atrapadas en su antiguo rol de combate, en su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil.
Se aferran a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y la lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se visten como soldados en la civilidad y se cuelgan sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los margina.
No se logra así su reinserción. (O se logra en parte asumiendo un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado en los desfiles militares para quienes regresan de un combate).
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresamos de la guerra, con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social
Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra le cerró sus puertas en la cara, ya que al haber sido civiles bajo bandera, no eran personal de las mismas, no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad nos ignoró.
No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado
Se evitó el tema, se nos escondió, se nos evitó, se desplegó durante los largos primeros años de posguerra, un manto de silencio (y de olvido). 
Se nos negó la posibilidad a los ex-soldados de contar nuestras vivencias, nuestros temores, nuestras furias, nuestros dolores y frustraciones, nuestras necesidades, cortando así la posibilidad de aliviar la tensión compartiendo y dando a conocer nuestra situación, y lo actuado en combate en representación de esa sociedad civil, que nos apoyaba en abril del 82 entre vítores y aplausos. 
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba.
Y por eso hoy, a casi 30 años de la guerra de Malvinas, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. (roles que desde luego generan orgullo de haberlos podido desempeñar en aquel momento. Pero muchas de esas personas hoy no debieran ser solamente “Veteranos de Guerra”, viviendo de una pensión y esperando que se acuerden de ellos en la fecha del desfile de rigor. 
Debieran tener y ser identificados con  otros roles. Ser -además de "veteranos"- carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, comerciantes, ingenieros, martilleros, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran también poder ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex”, es algo que puede surgir y ser útil en alguna conversación; una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada. Algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico. Pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar -además del combate-, las etiquetas y el aislamiento que la sociedad se reserva para aquellos que tienen la suerte de volver con vida a casa (y quieren ser algo parecido a lo que eran -o a aquello que tenían pensado ser- antes de ir a la guerra).
CCH. (junio 2012)