jueves, 12 de febrero de 2015

El verdadero desafío comienza al regresar a casa

Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”
Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común, etc., etc. 
Es lo aceptado, es el mensaje con el que crecemos y nos criamos. 
Y ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas y empuñamos un arma -como mandato y- en representación de toda una sociedad que vivaba y apoyaba la guerra.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general pasa por controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la "nobleza" de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad, y en la "honorabilidad" y el "orgullo" que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. 
Es decir está centrado en la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre, a la persona, al ser humano. 
Se defiende la herramienta política, y por tal motivo, no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates
Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto. No "conviene ".
Se va a la guerra en defensa de esos intereses “nacionales”, “soberanos”; asumiendo un “mandato” que la sociedad delega en el combatiente para que la represente en el combate. 
Pero una vez en combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Y pueden suceder dos cosas, que uno muera en combate o que sobreviva al mismo.
Para quienes pierden su vida en combate, la sociedad, tiene reservado el título de “Héroes”. 
Lo que tampoco se dice, es que no se muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere en combate como un perro (con perdón de los perros).



La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma primero que nada en cadáver. 
Es luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese caído, y si continúa con la búsqueda de aquel objetivo) la que define e identifica como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte
Esas personas –y sus familias- merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, pero tampoco esperando la muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”. Lo que no siempre es del todo bueno o inocente, por más que la intención muchas veces lo sea.



El ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, pero estas experiencias no están contempladas o previstas dentro del cuadro de respuestas normales -o predecibles- para las que el individuo está preparado. 
Es lógico o entendible entonces que su reacción, su comportamiento, tampoco sea normal, ni predecible.

Recibir ataques de bombardeos y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma duradera, sobrepasa los mecanismos de reacción de las personas
La experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, y la necesidad de matar a un semejante, deja huellas profundas en las personas, mas allá de lo físico.
Los comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante un conflicto armado, generando una sobretensión y una sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada persona/soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido; escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten. Y nuevamente deberá volver a reacomodar esa escala al regresar a la vida civil. Lo que no siempre es fácil.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción, sus emociones son diferentes, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada
Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde ambas partes (la persona deberá hacer su tarea y el entorno/la sociedad la suya). 
Esa tarea no es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. 
Y poder llevarla a cabo con éxito o no, dependerá de las reacciones personales de la persona, pero también - y a veces en mayor grado- de las del entorno.
Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (secuelas o daños psiquicos o físicos originados en el combate). 
Pero en muchos otros casos, esta limitación se debe mayormente a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión, a la reacción, a los prejuicios de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse en ella luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse en sociedad luego de la guerra, muchas personas perciben que perdieron el rol que desarrollaban antes del combate armado, sienten que no encajan en las actividades que realizaban -y con las cuales se los identificaba y se hallaban ellos identificados-. Y la mayoría de las veces sucede porque a su regreso, se los etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y “lugares”.
Esta denominación en muchos casos los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de los integrantes de esa sociedad por la que un tiempo atrás fueron a la guerra.
Con estas etiquetas no es posible una re inserción plena, ya que lo que provocan es un  encasillamiento de la persona en un rol distinto al que tenían, colocando a la persona en un rol pasivo que los identifica con una actividad que pertenece al pasado, y que fuera del campo de batalla, no tiene mucho lugar de aplicación en la civilidad.
Se les asigna un título que los deja afuera de los roles sociales productivos, se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo tiene sentido para contar o relatar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) pero que no sirve para ninguna actividad del presente, salvo para ser tenida como antecedente -o referencia- en alguna de las fuerzas armadas, ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad, junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad para la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al no poder retomar por un lado su antiguo lugar en la sociedad, y por otro al quedar encasillado por los demás, con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, y limitan su círculo social con otros compañeros que hayan estado en su misma situación. 
Viven lo que debiera ser su reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío. 
Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que ya no desempeñan.
Muchos ex soldados al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar, se terminan identificando -recluyendo- con esa definición que se les propone, y quedan así atrapadas en su antiguo rol de combate, en su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil.
Se aferran a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y la lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se visten como soldados en la civilidad y se cuelgan sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los margina.
No se logra así su reinserción. (O se logra en parte asumiendo un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado en los desfiles militares para quienes regresan de un combate).
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresamos de la guerra, con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social
Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra le cerró sus puertas en la cara, ya que al haber sido civiles bajo bandera, no eran personal de las mismas, no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad nos ignoró.
No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado
Se evitó el tema, se nos escondió, se nos evitó, se desplegó durante los largos primeros años de posguerra, un manto de silencio (y de olvido). 
Se nos negó la posibilidad a los ex-soldados de contar nuestras vivencias, nuestros temores, nuestras furias, nuestros dolores y frustraciones, nuestras necesidades, cortando así la posibilidad de aliviar la tensión compartiendo y dando a conocer nuestra situación, y lo actuado en combate en representación de esa sociedad civil, que nos apoyaba en abril del 82 entre vítores y aplausos. 
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba.
Y por eso hoy, a casi 30 años de la guerra de Malvinas, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. (roles que desde luego generan orgullo de haberlos podido desempeñar en aquel momento. Pero muchas de esas personas hoy no debieran ser solamente “Veteranos de Guerra”, viviendo de una pensión y esperando que se acuerden de ellos en la fecha del desfile de rigor. 
Debieran tener y ser identificados con  otros roles. Ser -además de "veteranos"- carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, comerciantes, ingenieros, martilleros, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran también poder ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex”, es algo que puede surgir y ser útil en alguna conversación; una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada. Algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico. Pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar -además del combate-, las etiquetas y el aislamiento que la sociedad se reserva para aquellos que tienen la suerte de volver con vida a casa (y quieren ser algo parecido a lo que eran -o a aquello que tenían pensado ser- antes de ir a la guerra).
CCH. (junio 2012)

jueves, 15 de enero de 2015

La identidad: la gran víctima de la guerra.

Cuando se está en combate, en el frente de batalla (si bien uno no lo analiza en ese momento) se sabe internamente, o se siente, en los pocos momentos en que uno analiza la situación “más allá de uno mismo”, que cada bomba que cae, que cada muerto que uno se “carga”, que cada compañero que cae a nuestro lado, cada víscera o fragmento de ellos que uno pisa y (si se puede) se enterrará luego, aleja cada vez más al “soldado que combate” de aquella “persona” que se era antes en la "vida civil", cuando no se estaba en la guerra.

Cada día de batalla, cada acto desesperado que se realiza, cada conducta “anormal” que se asume ante las situaciones “anormales” que se deben enfrentar (así como las modificaciones en los valores y principios que se tenían y se defendían antes de estar en combate), van distanciando además al “soldado combatiente” de aquellos seres queridos que esperan ansiosos el regreso a casa de aquella persona que recuerdan partió un día a combatir en la guerra.

En la guerra, en el combate armado, hay demasiadas oportunidades en las que uno no se reconoce. Muchas situaciones en las que uno se ve envuelto y en las que nos descubrimos reaccionando como completos extraños. Nos descubrimos "convertidos" en algo muy distinto de lo que éramos. Personas diferentes a las que nuestros afectos esperarían ver cuando uno regrese.

Inconscientemente esa vivencia, ese saber que se está dejando de ser quien se era; el temor o la angustia de ese cambio de identidad no deseado (como así también la desconfianza de no saber si al regresar se será reconocido y aceptado, por aquellos que esperan el regreso “de quien fue a la guerra”), crea fuertes lazos de unidad en la “hermandad” de los combatientes. Todos pasamos por lo mismo.

En esos momentos no se está seguro de quién se es, ni se cuestiona. Se actúa por instinto.
En "ese" momento poco importa la identidad de cada uno. Ante la amenaza y el ataque, vale más la "identidad", la "integridad" del grupo, que la de uno mismo.


Desde luego que está en riesgo la vida y eso "tapa" todo. Pero en un plano más inconsciente, lo que está en riesgo en el caso de sobrevivir, es la integridad, la esencia, la “identidad” de la persona que se era (y también se está gestando quien se será después de la guerra).

Las vivencias de combate alejan a la persona de su esencia, y poco a poco, día tras día la van convirtiendo en otra cosa, en otra persona. 

Nadie regresa de una guerra. Se vuelve de una guerra siendo otro, muy distinto al que se era.

Y al volver de la guerra no siempre estos temas se disipan y todo se aclara y se termina. Al contrario.

Al regresar de la guerra lo ideal sería retomar aquel rol que se tenía antes de la misma (o buscar un nuevo rol con el que uno pueda identificarse y sentirse reconocido). 
Imposible.
Eso no sucede, pues a la confusión de identidad que genera el combate en la persona, se le suma luego la respuesta de la sociedad; que contribuye a esa crisis de personalidad cuando define e identifica a quien regresa del combate desde un rol que ya no existe ni tiene sentido: lo llama “ex combatiente”.
Lo define e identifica por lo que era y no por lo que es, no dándole cabida en el “hoy”.
O como “veterano de guerra”, rol de poca o nula actividad en cuanto a la re inserción social del individuo.


Eso aísla a la persona y no le permite verse identificado con quién se era, o con ese nuevo rol que quisiera desarrollar y que le permita desempeñar una actividad normal dentro de la sociedad. Y tampoco le permite alejarse de esa función (ese rol de guerra) en la cual era difícil identificarse.

A su vez, el propio grupo de camaradas de guerra, que también vive esa misma situación (¿de marginalidad?), sigue identificando a su colega, por el rol de combate que desempeñaba, ya que es el rol con que se conocieron e identificaron en el combate.


De esa manera la persona queda acorralada en ese rol que tuvo en la guerra, haciéndose muy difícil asumir y demostrar quien se quiere ser.

Quizás sea ese el motivo por el que los soldados que regresan de la batalla, tienden a ocultar el haber estado en combate, y guardan silencio respecto a lo vivido. Es necesario “cortar” con ese rol que ya no sirve en la sociedad y que no representa a la esencia de esa persona

Está en juego la identidad.  Hay un riesgo muy grande de quedar “pegado” (de "ser tragado") por esa función temporal que uno desempeñó. Hay un riesgo muy grande de quedar “transformado” en esa otra cosa que se fué durante los combates. Ese "alguien" tan distinto a uno.

Se necesitaron muchos años en Argentina para que quienes estuvimos en combate pudiésemos volver a hablar del tema Malvinas.
Nos tomamos unos años. 
No fue por vergüenza, no fue por indiferencia, no fue por haber perdido esa guerra, no fue por “estar mal de la cabeza” como muchas veces se dijo. 
Fue por un tema de supervivencia, por la necesidad de sacar a flote esa identidad que cada uno quiso o eligió tener.

Optamos, en muchos casos, por el silencio para no ser condicionados por todos los dedos y etiquetas con que nos señalaban a quienes estuvimos en combate. Para no ser identificados en el presente con un rol que no tiene aplicación práctica en la sociedad.

Los "veteranos de guerra", no somos héroes, ni víctimas, ni sobrevivientes, … somos personas que tuvimos que pasar por una experiencia extrema, tremenda, porque la situación del país así nos lo exigió en un determinado momento.

Nosotros combatimos por nuestro país y lo hicimos con honor, con responsabilidad, con lo que sabíamos y podíamos hacer. Conocimos el miedo desde luego, pero no optamos por la traición. Estamos orgullosos de haberlo hecho. Está muy bien tenerlo presente, recordarlo, reconocerlo. Pero eso es algo que hicimos hace mucho. 

Los veteranos de guerra de Malvinas, no somos "solo eso" que fuimos. Hoy podemos, y queremos, ser y hacer otras cosas, recordando lo hecho con honor, con orgullo, pero haciendo y siendo hoy algo distinto a nuestro rol de combate de ayer.


CCH2007  (Abril 2001)

viernes, 2 de enero de 2015

Conocer lo actuado en Malvinas

Malvinas movilizó espontáneamente a toda la sociedad y nos unió tras un objetivo común, confirmando que hay intereses que debemos defender más allá de aspectos personales o sectoriales. Más de 200.000 civiles se ofrecieron de voluntarios para ir a Malvinas.

La Guerra de Malvinas es el producto de la responsabilidad, el compromiso, la unión y el respaldo de toda la sociedad

Por esa unión, por ese apoyo, y por el honor y la enorme responsabilidad que representa defender los intereses de toda la sociedad, muchos dejaron su vida en las Malvinas. 


Ese compromiso, esa unidad y ese respaldo de la sociedad en su conjunto, fue para la gran mayoría de los combatientes (y para mi como soldado en ese momento), el aval, el justificativo y la motivación para empuñar y disparar un arma en la guerra.

Muchos soldados y militares estuvieron a la altura de los hechos, y su desempeño es reconocido incluso por los propios ingleses. 
Existe con el correr de los años y gracias a la difusión de lo actuado en Malvinas, un sentimiento creciente de respeto, de reconocimiento y de agradecimiento de la sociedad hacia sus soldados combatientes y hacia esos militares que se sabe estuvieron a la altura de los acontecimientos.

Conocer lo realizado de Malvinas, por quienes asumieron el honor y la responsabilidad de representar a todo un país en la Guerra, debería fortalecernos como sociedad, como nación.

Por otro lado, la dictadura militar que gobernó el país en esa época, atomizó a la sociedad y quebró al país. Es primordial conocer también e identificar a los responsables y su repudiable accionar durante los años mas oscuros de represión y tortura que tuvimos en nuestra historia en Argentina.

Y es justificado y necesario el repudio y la condena hacia esos militares (y civiles) que tuvieron un desempeño aberrante, y desprestigiaron las instituciones que les dieron cabida, los cobijaron y en varios casos, los protegieron.

Pero Malvinas y dictadura no son la misma cosa: coexistieron en el tiempo y tuvieron algunos actores en común. Y no se deben mezclar alegremente ambas cosas.

Adentrarse en la historia de Malvinas, conocer los hechos y las acciones de muchos de sus protagonistas, hace que Malvinas sea un motivo de orgullo y no de lamento. Mucho menos de vergüenza.

Las islas Malvinas son nuestras. Muchos protagonistas y hechos honorables que sucedieron en 1982, también.

No permitamos que por unos cuantos impresentables se empañe y se oculte, condenando al olvido, lo realizado en Malvinas con honor y con orgullo por muchos que actuamos conscientes de estar representando a toda la sociedad y empuñamos un arma sintiendo que ese era el mandato del pueblo y las instituciones.

CCH (julio 2003)

domingo, 21 de diciembre de 2014

Shell Shock -- Estrés de combate -- La mirada de la mil yardas

El Estrés de Combate, conocido antiguamente como Shell Shock, fué un término militar que se comenzó a usar a partir de la primera guerra mundial, para categorizar una serie de comportamientos y trastornos patológicos derivados de la lucha en el frente. El Shell Shock se consideraba una enfermedad psiquiátrica que únicamente podía ser provocada por afección del sistema nervioso del soldado expuesto a fuego enemigo durante el combate.

Un soldado afectado por Shell Shock podía ser considerado un herido, lo cual le daba derecho a pensión y licencia con honores, o solamente un enfermo, sin los derechos indicados. Para aspirar al primer caso, debía justificarse que la "lesión" había sido producto de haber estado bajo fuego enemigo. Es decir, y trivializando el tema, si la bala no pasaba cerca, el convaleciente ni cobraba ni recibía medalla, llegando incluso a ser estigmatizado como un cobarde. Muchos generales (sin diferencia de bando) interpretaban este tipo de "desorden psicológico" del Shell Shock como cobardía y falta de ardor guerrero, llegando incluso a fusilar por ello a un alto número de soldados. 



Muchos años después otro término fue utilizado para describir un síntoma muy común en los ex combatientes. Esa mirada perdida, ida, completamente alejada del entorno en el que estaban, sin fijar la vista en ningún objeto, como buscando algo muy lejano, en el horizonte. Se la definió como "La mirada de las mil yardas".

Es una vista perdida, aturdida, que se aprecia en muchos ex combatientes cuando se meten en sus pensamientos y recuerdos. No es permanente, puede surgir en medio de una conversación. Tampoco es voluntaria.

Desde un tiempo a esta parte, un nuevo término define al horror de la vivencia del combate. Se lo llama "PTSD" (Síndrome de Stress Post Traumático) y se lo aplica a cualquier situación que pueda provocar estrés.

El PTSD habla de un trauma, que abarca casos tan amplios como puede ser chocar con el auto, que te asalten, o la presión psicológica de haber rendido mal un examen. 

También se incluye en la misma categoría, el que te hayan bombardeado durante días sin parar, el que hayas estado con riesgo sostenido de muerte, el que hayas tenido en tus manos la decisión de vida o muerte de un semejante, el tener que vivir con la carga emotiva de haber matado, o con el recuerdo permanente de haber visto volar reventados en pedazos a tus compañeros, o si fuiste herido en combate, etc................ Todo califica como PTSD.

El lenguaje cambia todo, y en estos casos es “conveniente” (obvio: no es casual, ni inocente) que la sociedad le dé nombres relajados como "PTSD" a los problemas que manifiestan sus ex combatientes intentando quizás de esta forma suavizar la denominación e identificación del horror que han vivido; metiendo en una misma bolsa a sus ex soldados con otras personas que no han vivido ni de cerca la presión del combate. 
Del aquel definitorio y preciso “Shell shock” definido para situaciones de combate ........... ni noticias quedan.

El problema es que “la mirada de las mil yardas” seguirá estando ahí, inmutable a las denominaciones políticamente correctas que la sociedad utilice, y la seguiremos viendo mientras haya guerras y desde ya, mientras haya ex combatientes

Pero es mas fácil hablar de un trauma mas generalizado que de algo tan contundente y específico como es el haber estado en combate, ¿será porque es algo solamente conocido y entendido por quienes lo han vivido y a la vez tan difícil de comprender por quienes no lo han hecho? ¿O será porque ninguna sociedad está preparada para lidiar con (o quiere hacerse cargo de) las consecuencias a las que se expone a quienes se envía a combatir por ella?.

CCH (septiembre 2007)

La tregua de Navidad (o que podría pasar en los momentos de combate)

Comparto una nota de Juan Gelmann publicada en 2011 en Pagina 12, que me gustó porque muestra que puede llegar a pasar si aflora el "lado humano" en una guerra.

Una Nochebuena particular

Cesaron los tiros. Los combatientes de una trinchera comenzaron a cantar un villancico. En la trinchera de enfrente respondieron con el mismo villancico en otro idioma. Los adversarios de ambos bandos salieron a la tierra de nadie sembrada de cadáveres y confraternizaron. Sucedió el 24 de diciembre de 1914 en el frente de la Bélgica francesa donde terminó la guerra de posiciones y tuvo lugar la batalla de Flandes. A esa altura, la Gran Guerra o “la guerra que iba a terminar con todas las guerras” había cobrado decenas de miles de vidas en cuatro meses. Y el pronóstico falló.

La Historia conoce treguas desde Troya, concertadas entre los mandos enemigos para enterrar a sus muertos, rezar por la victoria, dar algún descanso a las tropas. Esta fue espontánea. La instauraron los efectivos alemanes y británicos enfrentados corriendo el riesgo de padecer sendas cortes marciales, tal vez movidos por el encuentro de la memoria de Navidades pasadas en compañía de sus familias, con la fe en Dios y la fatiga de una guerra sin sentido aparentemente provocada por el asesinato de un remoto archiduque. No se trata de un mito ni de un cuento de Navidad: ocurrió, aunque relatos, novelas, canciones y películas que nacieron de este hecho excepcional lo envolvieron luego con capas de fantasía.

Una fuente legítima de conocimiento son las cartas que los soldados, suboficiales y oficiales británicos enviaron a sus familiares y se publicaron en periódicos ingleses locales hasta que su aparición fue prohibida en 1915 (Eden.co.uk - Christian Bookshop - Christian Books, Christian Music & DVDs, Church Supplies and Gifts). Construyen una narrativa sin tapujos que deshace toda posibilidad de literatura fantástica. No hace falta. Menos de 60 metros separaban las trincheras de los contendientes en Ypres y los de un lado podían escuchar las conversaciones del otro cuando callaban los fusiles. El 24 de diciembre de 1914 un extraño silencio acompañó la caída del crepúsculo. A las 11 de la noche, los alemanes alzaron un árbol de Navidad con velas encendidas que recibió algunos tiros hasta que se oyó el “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Fue respondido enfrente con el “Silent Night”, el villancico “Noche de Paz” en otras lenguas. Y siguieron otros: “Oh, Come All Ye Faithful” y “Adeste Fideles”.

Los soldados salieron entonces de los pozos de fango en que se habían convertido las trincheras, cremaron o enterraron los restos de los caídos que llevaban semanas bajo el frío invernal, se dieron la mano en medio de la tierra de nadie –ahora de ellos–, intercambiaron cigarrillos ingleses por schnaps y caramelos alemanes y no tardaron en jugar al fútbol con una pelota de verdad aportada por un militar precavido. Los puntiagudos cascos alemanes delimitaban los arcos y no se oían cañonazos, sino gritos de “goal” y “tor”. Los Fritzs les ganaron a los Tommies 3 a 2.

“La noche pasó como en sueños”, escribió el soldado británico Henry Williamson. “Descubrimos que los del otro lado no eran bárbaros, como se nos hizo creer –declaró el escocés Alfred Anderson–, eran como nosotros.” “Nos separamos estrechándonos las manos largamente y deseándonos lo mejor”, anotó en carta a su familia Percy Jones, de la Brigada Westminster. Abundan en esas misivas la mención “soñando despierto”. Los altos mandos franceses negaron lo sucedido, pero Víctor Granier, tenor de la Opera de París, interpretó “Minuit, Chrétiens” y Walter Kirchoff, un astro de la Opera Imperial de Berlín, cantó para los ingleses.

Los jefes militares estaban presos en su indignación: la guerra debía seguir, la matanza debía seguir en aras del interés nacional de cada quien. El general sir Horace Smith-Dorrien ordenó cesar los contactos con el enemigo porque “debemos conservar nuestro espíritu de lucha para acabar con esta guerra rápidamente”. Más rápido hubiera sido ponerle fin: el armisticio se firmó cuatro años después con un saldo de diez millones de muertos y 20 millones de heridos.

El 25 a la mañana se ofició una suerte de misa por los muertos de los dos ejércitos y la confraternización continuó. Como las tropas de reemplazo de los “pacifistas” tardaban en llegar, la tregua se prolongó varios días. Los cañones inauguraron el 1915 creando un Año Nuevo inédito para casi todos. George Wilson, de la 3ª Compañía de Rifleros de Londres, escribió en su diario: “Nos separamos sabiendo que difícilmente nos volveríamos a ver”.

Los capitanes Miles Barnes y sir Iain Colquhoun, de la 1ª Compañía de Guardias Escoceses, intentaron convertir esa tregua en tradición: en la Nochebuena de 1915, efectivos británicos y alemanes sólo se mezclaron media hora en la tierra de nadie, pero durante todo el día de Navidad se sentaban en sus respectivos parapetos a la vista del enemigo sin disparar un tiro. Una Corte Marcial juzgó a los capitanes y el hecho ya no se repitió.

En un mundo que no conoce un solo día de paz desde 1939, con una guerra siempre en algún rincón del planeta, esa tregua parece una ficción. 



Nada, o todo que ver con la guerra de Malvinas, y cualquier guerra

Es decir, ¿que pasaría en el combate, (como alguien bien dijo: ese lugar donde jóvenes que no se conocen, ni tienen nada personal en contra de los otros, se matan entre sí por culpa de otros mas viejos, que si se conocen y se odian, pero son incapaces de hacerse daño) si se tomase consciencia y se pudiese reflexionar sobre lo que vendrá después de finalizada la guerra? Si se tomase el minuto de reflexión para analizar que es realmente lo que está moviendo a cada bando a matar al otro.


Esto de la tregua de navidad de 1914, da para pensar un poco en cuántas cosas cambiarían si siguiésemos realmente nuestros instintos y sentimientos, y pateásemos el tablero de vez en cuando.  

Cuán distinto sería el mundo si nos animásemos a ir cada tanto en contra "del orden establecido" cuando sabemos fehacientemente que se está actuando erróneamente, en contra de la vida.

Nos pasó a muchos soldados argentinos, cuando fuimos tomados prisioneros por los 
britts (soldados británicos), el ver que la gran mayoría de ellos no quería saber nada de estar allí, a los tiros con nosotros. Y que no había odio para con nosotros, sino respeto, y que se daban al diálogo (en un duro y confuso spanglish) y que se preocupaban por saber cosas de uno, compartite un alimento, o simplemente darte una mano

Algo muy raro considerando que un par de días antes estábamos matándonos unos a otros, pero que muestra que en el fondo, en el frente de batalla, nada es tan distinto de uno u otro lado (hablo de lo que se siente, piensa, vive como ser humano, como persona).




CCH  (diciembre 2004)