domingo, 3 de mayo de 2015

1 de Mayo de 1982: Bautismo de Fuego

Hasta ese primero de mayo los días transcurrían con expectativas, con dudas, con interrogantes respecto a como viviríamos esa experiencia que a grandes rasgos definíamos como "Malvinas" y que sería el participar de combates armados en una guerra.

La caída de las primeras bombas inglesas esa madrugada, nos dieron la certeza de que empezaba una etapa totalmente distinta en nuestras vidas.

Recuerdo que estando en los pozos comenté con mis compañeros que ya ninguno de nosotros “volvería”.  

No me refería concretamente a morir en cualquiera de los momentos que sobrevendrían desde ese 1° de Mayo hasta pasado el 20 de Junio (día en que finalmente abandonamos las islas como prisioneros de guerra), si no a que la experiencia del combate armado nos iba seguramente a transformar en otras personas muy distintas a las que habíamos sido hasta ese momento. 

Nadie vuelve de una guerra.

Era el momento de nuestro "Bautismo de Fuego"..........

"Bautismo": un concepto tan relacionado a lo espiritual, a la purificación, a la esencia, a lo religioso, a la limpieza del alma, a un nuevo comienzo, .............. utilizado en este caso para definir la "iniciación" de una persona en lo relacionado a las armas, a la muerte, a la destrucción, a la fase mas " animal" si se quiere del ser humano que es la que aflora en la guerra.


"Bautismo" utilizado para conmemorar el momento en que se empieza justamente a contradecir y a ir en contra de los mandamientos y de lo que como fin último profesan todas las religiones del hombre, que es respetar y honrar la vida de uno y la de sus semejantes.

"Bautismo" todo lo contrario a lo que el bautismo -religioso- representa.

Quizas utilizado porque de alguna forma hay que consensuar y recordarle al combatiente el aval que le dá la sociedad para matar a otros y que luego no se sienta culpable. 

Que mejor que celebrando su "bautismo de fuego".

"Bautismo"..... "de fuego"........ Que buen marketing el de la guerra.

sábado, 25 de abril de 2015

Que se piensa al disparar ?

Me preguntaron hace un tiempo, sobre lo difícil que debe ser ese momento en el que uno toma conciencia que va a matar. Sobre lo angustiante que debe ser “apretar el gatillo” sabiendo el daño que provocará ese proyectil que uno dispara al impactar sobre otra persona.

Para nada. Es facilísimo. No hay análisis. No se piensa en el daño que ese proyectil generará. Al contrario se dispara y se desea es que ese proyectil “genere” daño.

Apretar el gatillo es lo mas simple y elemental del mundo en esas circunstancias (Cuando se está bajo fuego enemigo y con riesgo de vida, no es momento de filosofar).
En esos momentos simplemente se dispara (con lo que uno tenga a mano, sea el arma que fuere, y se le dispara a lo que se ponga “enfrente de uno”), sabiendo que el que está enfrentándonos también desea quitarnos la vida o hacernos el mayor daño posible.

Solo cuenta el riesgo de vida. Solo cuenta que el que dispare primero y acierte, tendrá mas posibilidades de seguir vivo.

Quizás en esto se base el “lema” del servicio militar de que el soldado no piensa, el soldado obedece.

Y ese “lema” aplicado a estos casos, se sostiene a sabiendas de que lo difícil, lo complejo para el que dispara vendrá después, cuando ya los combates hayan pasado, cuando la “guerra” haya terminado (si es que acaso existiese un final de una guerra para los que combaten en ellas).

Pues el daño que esos proyectiles generan se manifiestan a ambos lados de la boca del fusil. Hay daños desde luego en quienes recibirán ese proyectil, pero también habrá secuelas y daños en quienes los dispararon. Nadie vuelve (sano) de una guerra. 

El objetivo de ese “lema” creo es justamente que no se piense (al disparar por ejemplo) sobre todo en el daño que "uno mismo se está haciendo". Y a su vez en que mas adelante se evite analizar lo realizado.
Puede ser difícil vivir tomando consciencia de los daños realizados; si fuese fácil, no sería tan alto el índice de suicidios entre ex combatientes.

También el hecho de los aplausos y la "glorificación" de la guerra, el llamar "héroe" al Veterano de Guerra, la búsqueda de reconocimiento por lo realizado en pos de "intereses superiores", se hace para que sea mas llevadero todo ese "bagaje de cosas" con el que uno se carga en la guerra y que se llevará consigo de por vida. Ya que desde luego ese "bagaje de cosas" no encaja en general con lo que se era, se creía y se aceptaba como correcto en la vida civil. Ámbito en el que luego de disparar uno debe volver a re-insertarse para continuar con su vida, lejos de las armas.

Si en el frente de combate se piensa y analiza lo que se está haciendo, puede suceder que se llegue a conclusiones que no convengan a los intereses en juego en ese momento, y que se descubra que no todos los del otro lado merezcan la muerte o la mutilación, y que sus familias lejanas tampoco merezcan el sufrimiento. 

Hecho que queda demostrado cuando en la posguerra se realizan encuentros de ex combatientes de ambos bandos y surge la camaradería al reconocerse ambos como personas que debieron pasar por el mismo horror pero desde distintos lados de la boca del fusil que se empuña. 

El soldado no piensa, el soldado obedece: obedece el mandato que la sociedad le impone a sabiendas del daño que se le está provocando (y por eso se le exige al soldado que no piense).

CCH


domingo, 5 de abril de 2015

No somos héroes

Yo no elegí ir a Malvinas para defenderlas en una guerra; no decidí ni pretendí asumir el rol de representar a la voluntad popular empuñando y disparando un arma contra los ingleses. Pero simplemente me tocó, y lo hice (o hice lo mejor que pude).

No quise, no deseaba, no fue mi propia elección, pasar los que fueron 67 días de los más terribles de mi vida. Pero no me arrepiento de haberlos pasado.

No deseé sinceramente hacer las cosas que tuve que hacer, jamás hubiese elegido pasar por lo que pasé, sentir lo que sentí. No quise perder los amigos que perdí. Pero lo enfrenté con entereza, con dolor, y no aflojé. No había realmente muchas opciones.

No quise tentar a la muerte de esa forma. No "elegí" estar allí, nunca lo hubiese hecho. Pero entendí que era necesario, que era lo que en ese momento debía hacer y se esperaba de mi. 
Y fuí, y me quedé, y sumé mis manos, mis ganas, mis broncas, y compartí miedos, y ansiedades, y llantos, y risas, y angustias, y dolores.

No estaba dispuesto a dar mi vida a cambio de nada. Lo que mas deseaba era salir de allí vivo cuanto antes, lograr el objetivo y volver lo mas entero posible.

No soy un héroe, solo viví una experiencia difícil, dolorosa que como tal hay que analizarla una vez superada.

Y una guerra, como un gran desafío, es siempre a la distancia más sorteable de lo que parece desde afuera. Hay una gran cuota de azar en ello. 

En la guerra el contacto sostenido con la muerte, la destrucción y el dolor, la incertidumbre de seguir vivo al minuto siguiente, el estar luchando por la vida, el recuerdo de los seres queridos; hace valorar y añorar las cosas más simples y elementales.

Cuando no se está ni siquiera en la base de la pirámide de las necesidades (de Maslow), se valora el estar vivo, se añora hacer las cosas de todos los días, sentirse sano, estar a salvo, tener cerca a sus afectos, compartir los sentimientos con ellos. Uno toma conciencia de lo que realmente tiene valor.  Dormir, reír, comer, un beso, una caricia, una voz amiga de aliento y contención, la familia, la amistad, un deporte, una película, una canción, son en esos momentos “lujos”, “sueños”, “deseos” inalcanzables y que solo un milagro podría devolver a uno. 

Y en estas competencias difíciles, duras, tremendas, se aprende que casi siempre es mas valioso el camino recorrido, que el objetivo que estaba al final del mismo. 
Y que desde luego está bueno alcanzar objetivos, pero que lo que realmente nos transforma, y nos mejora (ya que toda competencia es en realidad con uno mismo, buscamos alcanzar y superar los límites que uno se propone) es la preparación, y el camino que transitamos para alcanzarlos.

Y como en toda competencia en la que uno se dispone a participar, la guerra se supera cuando se actúa convencido de que lo que se está haciendo es lo correcto. 
Cuando se actúa siguiendo el corazón y la intuición, aportando el mejor esfuerzo; "dejando todo" por la meta planteada, el resultado o el objetivo es importante pero no es todo.

Y se hace carne que siempre vale esfuerzo realizado cuando lo que nos mueve es un sentimiento genuino, aun cuando no se llegue al objetivo planteado; o cuando el mismo parezca imposible o inalcanzable. 
Porque el verdadero valor, el beneficio real, de la competencia no está en el objetivo es sí mismo (es muy bueno y gratificante lograrlo –desde luego-), porque "lo valioso que nos queda" luego de competir no es el objetivo, si no nuestra propia superación. 
El objetivo en tal caso solo nos recuerda que "pudimos".

No somos héroes, somos personas que hicimos lo que cualquier otra hubiese hecho en esa misma situación.

Pudimos superar una prueba difícil que se nos puso en el camino, aunque no hayamos alcanzado el objetivo. Estamos de vuelta.
Y al mirar hacia atrás, podemos decir que todo valió la pena, porque hoy tenemos mas o menos todo aquello que tanto añorábamos hace 33 años y que parecían imposibles: amigos, amores, afectos, estamos vivos, tenemos salud, una casa, una familia y tenemos las ganas y la convicción para seguir adelante. Aprendimos.

Tenemos hoy las cosas que realmente se siente que tienen valor cuando no se tiene nada, y cuando se puede perder lo mas valioso que uno tiene que es la vida. 
Tenemos las cosas que nos llevaremos cuando tengamos que dejar este mundo. 
Tenemos el honor y el orgullo de haber vivido aquellos terribles 65 días y la vivencia de haberlo hecho con valor y en equipo, de haber estado a la altura de las circunstancias.
Tenemos mucho por delante, pasamos por muchas cosas, nadie sabe que sucederá mañana, preocupémonos por el hoy. 

CCH

domingo, 22 de febrero de 2015

¿De que hablamos cuando hablamos de "Malvinas"?

Hace unos días un amigo y compañero VGM escribía que: "a la inmensa mayoría de la gente que vive en la Argentina, le importa entre poquitísimo y nada Malvinas. Les chupa un reverendísimo huevo …….." y es a grandes rasgos, algo que no merecería mucha discusión. A simple vista, pareciera ser así.

Pero en realidad hay una gran parte de la población a la que le importa “Malvinas”, que “siente” Malvinas. Y me animaría a decir que la inmensa mayoría de la sociedad argentina no es indiferente a "Malvinas".

Evidentemente si hablamos de lo mismo con conclusiones diferentes, debemos analizar o ponernos de acuerdo respecto a que nos referimos cuando hablamos de "Malvinas".

En lo personal, considero que "Malvinas" es un concepto que (a priori) para los argentinos, comprende o “despierta” otros dos:

- el que se refiere a las Islas en sí mismas (nuestro territorio ocupado por los ingleses), y

- el que tiene que ver con la “mancha” (o el dolor) que representa esa ocupación en nuestro orgullo, en nuestra historia.

Y este último concepto, creo, es el que importa o el que duele; el que no le es indiferente a casi todos los argentinos. 
Y es a la vez el que me genera las dudas de que sean las Islas (como tales) las que importan.

Si hacemos memoria y nos preguntamos qué tan importante era “Malvinas” antes de la recuperación de 1982, la respuesta será que nos importaba muy poco; y ahí es irrefutable la afirmación de mi amigo.

“Malvinas” era un asunto que si bien estaba presente en el inconsciente colectivo, tenía en la gente una prioridad muy baja (cercana a cero). 
Era un tema que se tocaba en alguna clase de geografía o historia en la escuela, y ahí se terminaba la cosa. 
“Malvinas” era un tema que “alguien” debería resolver en algún momento. No era un tema que se sentía como propio.  No se "hablaba de Malvinas" antes de abril de 1982. 
Era poco el interés que las islas despertaban como territorio en sí mismo.
Quizás porque durante generaciones enteras no habían sido pisadas por argentinos, ni muy tenidas en cuenta en las prioridades de la gente, ni de los gobiernos de turno. 

Las Islas Malvinas no estaban “integradas” en ese inconsciente colectivo. 

O quizás "no se hablaba de Malvinas" porque Malvinas era además una "asignatura pendiente" que nunca supimos cómo resolver, y por las dudas era mejor no profundizar en el tema (¿para no asumir responsabilidades?).
O quizás porque "hablar de Malvinas" podría mostrar un flanco débil de nuestro "ser nacional", y  poner de manifiesto cierta desidia o desdén de muchos gobiernos y generaciones que no le dieron a las Islas la importancia que deberían haberle dado: Si las Islas Malvinas hubiesen sido realmente importantes, con tantos años y con tantos gobiernos de distinto sesgo, algo distinto hubiésemos hecho para cambiar la situación. 
O quizás fueron las incontables turbulencias institucionales, políticas y económicas de nuestra rica y corta historia como nación (o los intereses económicos con inglaterra), los que hicieron que las Islas Malvinas tuvieran un orden de prioridad mas bajo.  

Antes del 82 ni se hablaba de Malvinas.

Después de la guerra aparecieron libros, películas, folletos, programas, ensayos, tratados, marchas.
Miles de “malvinologos” que opinan, deducen, predicen sobre el futuro de las Islas, sobre sus implicancias geo políticas. 
Enorme cantidad de "pseudo estrategas militares" que profundizan y ahondan sobre cada relato de combate. 
Organización de charlas, debates con análisis de todo tipo, foros de opinión, etc. etc. todo girando alrededor de “Malvinas”.
Y por suerte también apareció en los últimos años, el apoyo político internacional de enorme cantidad de países al reclamo argentino de nuestra soberanía en las Islas, y una priorización y reconocimiento del tema Malvinas en la sociedad.

Es evidente que “Malvinas” aparece de nuevo en el "tapete nacional" (e internacional) a partir de la guerra. 
La guerra de 1982 fue sin lugar a dudas un quiebre respecto a “Malvinas”.



¿Qué pasó? ¿Qué produjo el cambio? ¿Porque “ahora” nos importa "Malvinas"? ¿Era necesaria la guerra para demostrarnos -a nosotros mismos- que las Islas eran importantes? ¿Necesitábamos una guerra para que Malvinas tenga la presencia que hoy tiene? 
Me parece que no,  no debió haber sido necesaria una guerra. 
No debimos perder las vidas que perdimos para darnos cuenta. Pero así fue.

Entonces toda esta "movida" posterior al 82 ¿es por las “Islas Malvinas” o es por “la guerra de Malvinas”?  A veces creo que no es por ninguna de las dos cosas.

Si la guerra cambió todo, tiene que ser entonces porque trajo o generó otros intereses que hicieron que ahora "hablemos de Malvinas", algo tiene que haber movilizado que nos hace ahora ver “Malvinas” con otros ojos; asignarle otra prioridad. 

La guerra de Malvinas “tocó” alguna fibra interna" que disparó la “Malvinología”, que plantó en la sociedad el tema de la necesidad de “Malvinización”.

La noticia de la recuperación de las Islas despertó una reacción de apoyo enorme, masiva, espontánea, en la que participó activamente casi toda la población; y en la que estaba representado todo el abanico de posiciones políticas e ideológicas (incluso contrapuestas). Parecía que la recuperación de las Islas era lo mas deseado (aunque casi nunca se hablaba del tema). Se aplaudió y apoyó la noticia como a ninguna otra antes en la historia.

Y creo que eso fue porque el 2 de Abril de 1982, no aplaudimos solamente la recuperación de las Islas: Además de la recuperación:
  • Aplaudimos y apoyamos una forma rápida de resolver un tema pendiente que nunca supimos como resolver. 
  • Aplaudimos y apoyamos una forma de "pagarle a los ingleses con la misma moneda". 
  • Aplaudimos y apoyamos la "venganza", la posibilidad de humillar a los ingleses. 
  • Aplaudimos y apoyamos la manera rápida de lavar nuestro ego lastimado. 
  • Aplaudimos y apoyamos una opción rápida de tapar el "silencio" de años sobre el tema Malvinas.

Por eso creo que cuando se habla de “Malvinas” no se habla (solo) de las islas, ni de la guerra, se está hablando de nosotros, de los argentinos.

Las Islas Malvinas como tales, son -casi diría- una excusa, un eufemismo, para no nombrar lo que nos angustia y no podemos digerir: nuestra incapacidad (o desdén) para resolver un problema histórico; la vergüenza o impotencia de sentir como los ingleses se ríen de nosotros desde nuestras propias Islas; el antecedente de la derrota militar y las mas de seiscientas muertes que supimos conseguir, el menosprecio con que nos consideran cuando nos queremos imponer y reclamar por lo que es nuestro y nos ignoran. Y otros etcéteras similares.

Por eso analicemos bien "de qué hablamos cuando hablamos de Malvinas", veamos qué nos genera el "hablar de Malvinas" y porqué. 
Sepamos bien qué sentimos y a que nos referimos realmente cuando "hablamos de Malvinas”. 
Porque esos sentimientos serán en definitiva los que nos llevarán a tomar acciones, y serán ellos los que a la larga definirán nuestros actos.

Cuando "hablamos de Malvinas" no hablamos solamente de las Islas. 
Hablamos mas que nada:

  • De nosotros, de los argentinos. 
  • De nuestro ego (en el fondo herido), 
  • De nuestras responsabilidades que esquivamos, 
  • De nuestra participación que no ejercemos, 
  • De nuestras decisiones que no tomamos ni hacemos nuestras, 
  • De nuestras posibilidades que creemos infinitas y no lo son, 
  • De nuestras ilusiones y nuestras ganas que no siempre son reales, 
  • De nuestras voluntades, 
  • De nuestros muertos,.... 
  • De todo eso, me parece, que hablamos (también) cuando hablamos de Malvinas.

Por eso cuando hablemos de Malvinas, hablemos desde el verdadero sentimiento que nos genera “Malvinas”, porque eso nos debiera ayudar a encontrar el camino a recorrer, o el plan a seguir para recuperar las Islas y para recuperarnos a nosotros mismos, para escucharnos y plantearnos objetivos comunes y actuar conjuntamente mas allá de intereses sectoriales


CCH   (Diciembre 2010)

jueves, 12 de febrero de 2015

El verdadero desafío comienza al regresar a casa

Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”
Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común, etc., etc. 
Es lo aceptado, es el mensaje con el que crecemos y nos criamos. 
Y ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas y empuñamos un arma -como mandato y- en representación de toda una sociedad que vivaba y apoyaba la guerra.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general pasa por controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la "nobleza" de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad, y en la "honorabilidad" y el "orgullo" que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. 
Es decir está centrado en la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre, a la persona, al ser humano. 
Se defiende la herramienta política, y por tal motivo, no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates
Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto. No "conviene ".
Se va a la guerra en defensa de esos intereses “nacionales”, “soberanos”; asumiendo un “mandato” que la sociedad delega en el combatiente para que la represente en el combate. 
Pero una vez en combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Y pueden suceder dos cosas, que uno muera en combate o que sobreviva al mismo.
Para quienes pierden su vida en combate, la sociedad, tiene reservado el título de “Héroes”. 
Lo que tampoco se dice, es que no se muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere en combate como un perro (con perdón de los perros).



La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma primero que nada en cadáver. 
Es luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese caído, y si continúa con la búsqueda de aquel objetivo) la que define e identifica como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte
Esas personas –y sus familias- merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, pero tampoco esperando la muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”. Lo que no siempre es del todo bueno o inocente, por más que la intención muchas veces lo sea.



El ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, pero estas experiencias no están contempladas o previstas dentro del cuadro de respuestas normales -o predecibles- para las que el individuo está preparado. 
Es lógico o entendible entonces que su reacción, su comportamiento, tampoco sea normal, ni predecible.

Recibir ataques de bombardeos y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma duradera, sobrepasa los mecanismos de reacción de las personas
La experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, y la necesidad de matar a un semejante, deja huellas profundas en las personas, mas allá de lo físico.
Los comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante un conflicto armado, generando una sobretensión y una sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada persona/soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido; escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten. Y nuevamente deberá volver a reacomodar esa escala al regresar a la vida civil. Lo que no siempre es fácil.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción, sus emociones son diferentes, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada
Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde ambas partes (la persona deberá hacer su tarea y el entorno/la sociedad la suya). 
Esa tarea no es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. 
Y poder llevarla a cabo con éxito o no, dependerá de las reacciones personales de la persona, pero también - y a veces en mayor grado- de las del entorno.
Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (secuelas o daños psiquicos o físicos originados en el combate). 
Pero en muchos otros casos, esta limitación se debe mayormente a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión, a la reacción, a los prejuicios de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse en ella luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse en sociedad luego de la guerra, muchas personas perciben que perdieron el rol que desarrollaban antes del combate armado, sienten que no encajan en las actividades que realizaban -y con las cuales se los identificaba y se hallaban ellos identificados-. Y la mayoría de las veces sucede porque a su regreso, se los etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y “lugares”.
Esta denominación en muchos casos los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de los integrantes de esa sociedad por la que un tiempo atrás fueron a la guerra.
Con estas etiquetas no es posible una re inserción plena, ya que lo que provocan es un  encasillamiento de la persona en un rol distinto al que tenían, colocando a la persona en un rol pasivo que los identifica con una actividad que pertenece al pasado, y que fuera del campo de batalla, no tiene mucho lugar de aplicación en la civilidad.
Se les asigna un título que los deja afuera de los roles sociales productivos, se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo tiene sentido para contar o relatar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) pero que no sirve para ninguna actividad del presente, salvo para ser tenida como antecedente -o referencia- en alguna de las fuerzas armadas, ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad, junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad para la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al no poder retomar por un lado su antiguo lugar en la sociedad, y por otro al quedar encasillado por los demás, con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, y limitan su círculo social con otros compañeros que hayan estado en su misma situación. 
Viven lo que debiera ser su reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío. 
Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que ya no desempeñan.
Muchos ex soldados al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar, se terminan identificando -recluyendo- con esa definición que se les propone, y quedan así atrapadas en su antiguo rol de combate, en su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil.
Se aferran a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y la lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se visten como soldados en la civilidad y se cuelgan sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los margina.
No se logra así su reinserción. (O se logra en parte asumiendo un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado en los desfiles militares para quienes regresan de un combate).
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresamos de la guerra, con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social
Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra le cerró sus puertas en la cara, ya que al haber sido civiles bajo bandera, no eran personal de las mismas, no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad nos ignoró.
No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado
Se evitó el tema, se nos escondió, se nos evitó, se desplegó durante los largos primeros años de posguerra, un manto de silencio (y de olvido). 
Se nos negó la posibilidad a los ex-soldados de contar nuestras vivencias, nuestros temores, nuestras furias, nuestros dolores y frustraciones, nuestras necesidades, cortando así la posibilidad de aliviar la tensión compartiendo y dando a conocer nuestra situación, y lo actuado en combate en representación de esa sociedad civil, que nos apoyaba en abril del 82 entre vítores y aplausos. 
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba.
Y por eso hoy, a casi 30 años de la guerra de Malvinas, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. (roles que desde luego generan orgullo de haberlos podido desempeñar en aquel momento. Pero muchas de esas personas hoy no debieran ser solamente “Veteranos de Guerra”, viviendo de una pensión y esperando que se acuerden de ellos en la fecha del desfile de rigor. 
Debieran tener y ser identificados con  otros roles. Ser -además de "veteranos"- carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, comerciantes, ingenieros, martilleros, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran también poder ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex”, es algo que puede surgir y ser útil en alguna conversación; una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada. Algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico. Pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar -además del combate-, las etiquetas y el aislamiento que la sociedad se reserva para aquellos que tienen la suerte de volver con vida a casa (y quieren ser algo parecido a lo que eran -o a aquello que tenían pensado ser- antes de ir a la guerra).
CCH. (junio 2012)